“Jesucristo... éste es Señor de todos”
(Hechos 10:36).
Uno de los grandes temas del Nuevo Testamento es el señorío de Jesucristo. Una y otra vez se nos recuerda que Él es Señor y que debemos cederle ese lugar en nuestra vida.
Con “coronar a Jesús como Señor”, queremos decir reconocerle personalmente como tal, rendirle nuestra vida, renunciar a nuestra voluntad y desear supremamente Su voluntad. Significa estar dispuesto a ir a adonde sea, hacer cualquier cosa y decir todo lo que desea. Cuando Josué preguntó al capitán del ejército del Señor: “¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos?”, respondió: “No: mas como Príncipe del ejército de Jehová he venido ahora” (ver Jos. 5:14). De este modo el Señor no viene como una clase de ayudante glorificado sino a tomar el mando supremo de nuestra vida.
La importancia del señorío en el Nuevo Testamento se puede ver en el siguiente hecho: mientras que la palabra “Salvador” aparece solamente 24 veces, la palabra “Señor” aparece 522 veces. Entonces es significante que los hombres sin variar dicen “Salvador y Señor”, así en ese orden, pero las Escrituras siempre lo llaman “Señor y Salvador”.
Reconocer a Jesús como nuestro Señor es la cosa más razonable y lógica que podemos hacer. Ya que murió por nosotros, lo menos que podemos hacer es vivir para Él. Nos ha comprado con Su sangre y por esto ya no nos pertenecemos más. “Amor tan maravilloso, tan divino, demanda nuestras almas, nuestras vidas, nuestro todo”.
Si hemos confiado en Él para la salvación eterna, ¿no confiaremos en Él para que dirija nuestra vida? R. A. Laidlaw dijo: “No seríamos sinceros si encomendáramos a Dios nuestra alma eterna y mantuviéramos en nuestras manos el control de nuestra vida mortal, confesando que le damos lo mas grande, reteniendo lo mas pequeño”.
¿Cómo coronamos a Jesús como Señor? Haciendo con Él un compromiso total, sin reserva, sin retirada y sin pesar. Todo comienza con una experiencia de crisis en virtud de la que ponemos en Sus manos y bajo Su dominio soberano cada área de la vida.
A partir de ese momento todo es cuestión de acceder a Su dirección momento a momento, de presentar nuestros cuerpos para que viva Su vida en nosotros. La crisis se convierte en un proceso.
¡Esto tiene sentido! Con Su sabiduría, amor y poder, dirigirá nuestra vida mejor de lo que nosotros lo podríamos hacer.