Lectura bíblica:
Sal 42:7 Un abismo llama a otro a la voz de tus cascadas; todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí.
Mar 4:5 Otras cayeron en tierra poco profunda con roca debajo de ella. Las semillas germinaron con rapidez porque la tierra era poco profunda.
Mar 4:6 Pero pronto las plantas se marchitaron bajo el calor del sol y, como no tenían raíces profundas, murieron.
Isa 39:1 Poco tiempo después, Merodac-baladán, hijo de Baladán, rey de Babilonia, le envió saludos a Ezequías junto con un regalo. Se enteró de que Ezequías había estado muy enfermo y que se había recuperado.
Isa 39:2 Ezequías quedó encantado con los enviados de Babilonia y les mostró todo lo que había en sus casas del tesoro: la plata, el oro, las especias y los aceites aromáticos. También los llevó a conocer su arsenal, ¡y les mostró todo lo que había en sus tesoros reales! No hubo nada, ni en el palacio ni en el reino, que Ezequías no les mostrara.
Isa 39:3 Entonces el profeta Isaías fue a ver al rey Ezequías y le preguntó: —¿Qué querían esos hombres? ¿De dónde vinieron? Ezequías contestó: —Vinieron de la lejana tierra de Babilonia.
Isa 39:4 —¿Qué vieron en tu palacio? —preguntó Isaías. —Lo vieron todo —contestó Ezequías—. Les mostré todo lo que poseo, todos mis tesoros reales.
Isa 39:5 Entonces Isaías dijo a Ezequías: —Escucha este mensaje del SEÑOR de los Ejércitos Celestiales:
Isa 39:6 “Se acerca el tiempo cuando todo lo que hay en tu palacio —todos los tesoros que tus antepasados han acumulado hasta ahora— será llevado a Babilonia. No quedará nada —dice el SEÑOR—.
2Co 12:1 Mi jactancia no servirá de nada, sin embargo, debo seguir adelante. A mi pesar contaré acerca de visiones y revelaciones que provienen del Señor.
2Co 12:2 Hace catorce años fui* llevado hasta el tercer cielo. Si fue en mi cuerpo o fuera de mi cuerpo no lo sé; sólo Dios lo sabe.
2Co 12:3 Es cierto, sólo Dios sabe si estaba yo en mi cuerpo o fuera del cuerpo. Pero sí sé
2Co 12:4 que fui llevado al paraíso y oí* cosas tan increíbles que no pueden expresarse con palabras, cosas que a ningún humano se le permite contar.
Hch 5:1 Pero había cierto hombre llamado Ananías quien, junto con su esposa, Safira, vendió una propiedad.
Hch 5:2 Y llevó sólo una parte del dinero a los apóstoles pero afirmó que era la suma total de la venta. Con el consentimiento de su esposa, se quedó con el resto.
Hch 5:3 Entonces Pedro le dijo: «Ananías, ¿por qué has permitido que Satanás llenara tu corazón? Le mentiste al Espíritu Santo y te quedaste con una parte del dinero.
Hch 5:4 La decisión de vender o no la propiedad fue tuya. Y, después de venderla, el dinero también era tuyo para regalarlo o no. ¿Cómo pudiste hacer algo así? ¡No nos mentiste a nosotros sino a Dios!».
Hch 5:5 En cuanto Ananías oyó estas palabras, cayó al suelo y murió. Todos los que se enteraron de lo que sucedió quedaron aterrados.
En Salmos 42:7 dice: “Un abismo llama a otro”. Solamente el llamado de un abismo puede lograr que otro abismo responda. Lo superficial no puede descender a los abismos ni penetrar jamás a las partes más hondas, ya que lo profundo sólo responde a lo profundo. Sólo lo que procede de lo más íntimo de nuestro ser puede lograr una respuesta íntima. Cuando escuchamos un mensaje, lo único que conmueve nuestro interior es lo que proviene del interior del que habla; si no sale nada de lo profundo de su ser, la ayuda que recibimos es superficial. Debemos ver que la profundidad espiritual es crucial, pues sólo lo que brote de allí podrá tocar lo profundo del ser de otros. Si nuestro ser interior no recibe ayuda ni beneficio, nunca brotará nada de él. Si queremos ayudar espiritualmente a alguien, algo debe brotar de lo profundo de nuestro ser. Si no cavamos profundo en nuestro interior, nunca podremos llegar a nadie. A menos que nuestras palabras salgan de lo más recóndito de nuestro ser, no tocaremos lo profundo de otros. Podemos estimular sus emociones y pensamientos; podemos hacer que lloren, se alegren o se conmuevan, pero sólo “un abismo llama a otro”. Las expresiones superficiales nunca tocarán lo profundo de los demás.
TENER RAICES PROFUNDAS
En la parábola del sembrador encontramos el principio que debemos seguir cuando predicamos el evangelio o recibimos la palabra de Dios. Cuando el sembrador salió a sembrar, parte de la semilla cayó junto al camino, otra en pedregales y otra entre los espinos, pero otra cayó en buena tierra. Vemos aquí las cuatro maneras en que el hombre recibe la palabra. El Señor Jesús nos dice que uno de esos lugares es los pedregales. Allí se ve la tierra en la superficie, pero por debajo hay muchas piedras. La semilla que cae en esta clase de terreno, brota pronto, pero en cuanto sale el sol, se seca porque no tiene raíz.
¿Qué es la raíz? Es la parte de la planta que crece bajo la tierra. ¿Qué son las hojas? Es la parte que crece sobre la tierra. Podemos decir que la raíz es la parte escondida de la vida, mientras que las hojas son la vida manifestada. El problema de muchos cristianos es que aunque tienen mucha vida, muy poca se mantiene en secreto. En otras palabras, les falta esa vida escondida. Ustedes han sido cristianos por años, pero ¿cuánto de esa vida se mantiene en secreto y cuánto de ella es evidente? Ustedes dan mucho énfasis al trabajo. Por supuesto, las buenas acciones son importantes, pero aparte de esa expresión de su vida, ¿cuánto de esa vida se mantiene escondida? Si toda la vida espiritual de uno está expuesta, entonces uno no tiene raíces. ¿Están sus virtudes manifestadas ante los hombres, o hay algo que ellos no conocen? Si todas sus experiencias son manifiestas, esto indica que su crecimiento es externo y que carece de crecimiento interno. Si éste es el caso, usted es una persona que tiene hojas, pero no tiene raíces, así que se encuentra en la superficie.
Como creyentes necesitamos aprender lo que significa el Cuerpo de Cristo, y debemos practicar la vida del Cuerpo. Además, debemos saber que la vida que el Señor le da a cada miembro de Su Cuerpo, es individual. Por ello, usted debe guardar en secreto esa porción personal que El le dio; de no ser así, esa porción perderá su carácter específico, y no podrá ser útil para el Señor. Si usted pone al descubierto aquello que se le ha dado específicamente, se marchitará.
El mensaje que el Señor Jesús dio en el monte fue extraordinario. El dijo allí: “Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder” (Mt. 5:14). Es algo totalmente al descubierto. Pero en otro lado dijo: “Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto ... cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto...” (Mt. 6:3-4, 6). Esto indica que, por un lado, si usted es cristiano, debe confesar su fe de forma pública; y por otro, ciertas virtudes cristianas se deben guardar de la vista pública. El creyente que exhibe todas sus virtudes y no reserva nada en lo profundo de su ser, no tiene raíces; y no podrá permanecer firme cuando lleguen las pruebas y las tentaciones.
Hace muchos años que somos hijos de Dios; quiera el Señor abrir nuestros ojos y mostrarnos hasta qué punto nuestras experiencias han estado escondidas de la vista pública. ¿Cuántas de esas experiencias quedarían si se eliminara lo que ya se ha hecho público? Que el Señor se forje en nosotros, de modo que podamos tener raíces.
EXPERIENCIAS PROFUNDAS
Pablo dijo en su carta a los corintios: “Es necesario gloriarse, aunque ciertamente no conviene...” (2 Co. 12:1). El admitió que escribir lo que nos presenta en 2 Corintios 12 “no conviene”. Pero por causa de otros, se vio obligado a hablar de las visiones y revelaciones que el Señor le había dado. Hermanos, ésta debe ser nuestra actitud. Muchos de nosotros no podemos pasar la prueba al recibir visiones y revelaciones, porque tan pronto tenemos una pequeña experiencia, tocamos trompeta y todos se enteran. Si Pablo sabía que no le era de provecho mencionar sus visiones y revelaciones, ¿por qué lo hizo? Porque se vio forzado a hacerlo ya que algunos dudaban de su apostolado, y por los problemas que existían acerca del fundamento de la fe cristiana.
¿Dio Pablo a conocer todas las revelaciones que recibió? De ninguna manera. El escribió: “Conozco a un hombre [refiriéndose a sí mismo] en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo” (2 Co. 12:2). Por catorce años él no habló de esta experiencia. ¡Qué profundidad había en Pablo! Sería asombroso si nosotros ocultáramos por lo menos siete años alguna revelación dada por Dios. Sin embargo, Pablo por catorce años no divulgó su experiencia; en catorce años la iglesia de Dios no supo nada al respecto; ni siquiera los apóstoles habían oído de ello. Pablo tenía raíces muy profundas.
Algunas personas le dirían: “Pablo, háblanos de esa experiencia que tuviste hace catorce años en el tercer cielo. Nos ayudaría mucho conocer los detalles”. Pero Pablo solamente dijo: “Conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), que fue arrebatado al Paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar” (vs. 3-4). Hasta hoy esta experiencia de Pablo no ha salido a la luz y sigue siendo un misterio.
Hermanos, este asunto de tener raíces es de suma importancia. Si desean que su obra sea como la de Pablo, deben tener raíces como las de Pablo; si desean tener la conducta de Pablo, necesitan tener la vida interior de Pablo; y si anhelan tener el poder que se manifestó en él, entonces necesitan tener las experiencias secretas de Pablo. El problema de los cristianos de hoy es que no pueden tener alguna experiencia espiritual o especial, sin revelarla de inmediato. Tan pronto como obtienen una pequeña experiencia, corren a contarla. Viven una vida pública; no hay nada guardado en su interior; no tienen raíces. Quiera Dios mostrarnos la experiencia de Pablo y guiarnos a tener tal profundidad.
UNA VIDA SUPERFICIAL
Isaías 39 narra la ocasión cuando el rey de Babilonia recibió la noticia de que Ezequías había estado enfermo y que ya se había recuperado; envió mensajeros con cartas y presentes para él. Ezequías, quien había recibido mucha gracia de Dios, no pasó la prueba de la gracia. La palabra de Dios dice: “Y se regocijó con ellos Ezequías, y les mostró la casa de su tesoro, plata y oro, especias, ungüentos preciosos, toda su casa de armas, y todo lo que se hallaba en sus tesoros...” (v. 2). Ezequías no pudo resistir la tentación de mostrar todo lo que poseía. Apenas fue sanado milagrosamente de su enfermedad y se sintió autosuficiente, actuó con arrogancia. Después de todo, a ninguna otra persona que fue sanada se le dio la asombrosa señal de hacer retroceder diez grados la sombra del sol (Is. 38:8). En su gozo, Ezequías mostró todos sus tesoros, lo cual revela que no había sido quebrantado por la cruz. Su vida natural no fue eliminada y, como consecuencia, todas sus raíces quedaron al descubierto. Todo su conocimiento y todas las riquezas que acumuló, se lo mostró a los babilonios. Debido al despliegue que hizo, Isaías le dijo: “Oye palabra de Jehová de los ejércitos: He aquí vienen días en que será llevado a Babilonia todo lo que hay en tu casa, y lo que tus padres han atesorado hasta hoy; ninguna cosa quedará, dice Jehová” (39:5-6). Aquello que mostremos a los demás, lo perderemos. La medida de vida que exhibamos, será la medida de vida que se nos escapará. Este es un asunto muy solemne y requiere toda nuestra atención.
Lamentablemente, muchas personas no pueden abstenerse de revelar sus experiencias, dándolas a conocer para deleitar su corazón, que fue lo que hizo Ezequías al mostrar sus tesoros. En una ocasión un hermano dijo: “Cuando algunos hermanos dieron sus testimonios acerca de la manera en que Dios los sanó, yo también quise enfermarme, aunque no de algo serio, para poder testificar en la siguiente reunión que Dios me sanó”. El único motivo de este hermano era tener algo qué testificar. Quería tener esa experiencia únicamente para tener algo de qué hablar. Vivir de modo superficial impide que progresemos espiritualmente.
TESTIFICAR SIN EXHIBIRSE
¿Significa esto que no debemos testificar? Por supuesto que debemos hacerlo. Pablo lo hizo, y los hijos de Dios lo han hecho por generaciones. Pero testificar es una cosa, y complacerse en exhibir nuestras experiencias es otra. ¿Cuál es nuestro verdadero motivo al testificar? ¿Es que otros sean ayudados o simplemente nos gusta ser vistos? Deleitarnos en oír nuestra propia voz y desear ayudar a otros son dos cosas totalmente diferentes. ¿Testificamos sólo porque tenemos algún problema del cual hablar? Un testimonio no es algo que contamos en la conversación de sobremesa. Cuando hablamos vanamente, perdemos riquezas espirituales. Cuando el Señor en verdad nos lo indique, debemos testificar, procurando ayudar a los demás. Pablo testificó en 2 Corintios 12 lo que había experimentado catorce años antes. El ocultó su experiencia durante catorce años, y nadie supo nada al respecto. Aun cuando habló de ello, no lo reveló todo. El mencionó el hecho, pero no dio ningún detalle. Únicamente habló del hecho de que había tenido una revelación en la que oyó palabras inefables que no le era dado al hombre expresar, y no dijo las palabras que oyó. Hasta el día de hoy, el tercer cielo es un misterio y todavía no sabemos cómo es.
Hermanos, ¿cuáles son nuestros tesoros? ¿Cuál es el oro, la plata, las especias, los ungüentos y las cosas preciosas que tenemos? ¿Cuál es nuestro arsenal? Debemos recordar que el oro representa todo lo que es de Dios y que la plata se relaciona con la redención efectuada en la cruz; las especias son el resultado de nuestras heridas; las cosas preciosas son todo lo que se relaciona con el reino; y el arsenal es la obra del Señor, la cual recibimos de Dios y del Señor Jesús. Esto no es doctrina, enseñanzas bíblicas ni teología; es lo que hemos adquirido en nuestra comunión con el Señor. Cuando tenemos comunión con Dios y nos comunicamos con El, adquirimos muchas cosas. No está bien hablar libremente de estos tesoros. Esto no significa que no debamos testificar, sino que muchas de estas experiencias deben permanecer escondidas. Hermanos, éste es un asunto crucial en la vida cristiana. Muchas de nuestras experiencias espirituales deben guardarse en secreto.
El Señor Jesús en algunas ocasiones dio Su testimonio, pero nunca habló más de lo necesario. Una cosa es dar testimonio, y otra muy distinta ser locuaz. En muchas ocasiones el Señor pedía a quienes sanaba que no lo dijeran a nadie. Esta orden se repite constantemente en el evangelio de Marcos. En una ocasión el Señor le dijo a cierta persona: “Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuánto el Señor ha hecho por ti, y cómo ha tenido misericordia de ti” (Mr. 5:19). Es apropiado hablar de las grandes cosas que el Señor ha hecho por nosotros, pero no debemos publicarlas, como si se tratara de noticias; lo único que esto hace es poner en evidencia el hecho de que no tenemos raíces. No tener raíces es no tener ningún tesoro; es no tener vida ni experiencias secretas. Es esencial que algunas de nuestras experiencias permanezcan guardadas en secreto; revelarlo todo, equivale a perderlo todo.
Recordemos además que si mostramos todos nuestros tesoros, no podremos evitar ser llevados en cautiverio. La muerte y la exhibición van juntas. Cuando testificamos, debemos ser como Pablo, el cual aunque se vio obligado a gloriarse, dijo: “Ciertamente no conviene” (2 Co. 12:1). Con frecuencia el ataque de Satanás se presenta cuando el hombre se exhibe. Cualquier clase de exhibición acarrea pérdida. Muchos creyentes, cuando son sanados, testifican para la gloria de Dios, pero la mayoría de estos testimonios no glorifican a Dios, sino que exaltan la fe del que testifica. Como resultado, la enfermedad regresa. Después de que estas personas dan sus testimonios, son atacadas de nuevo por la misma enfermedad. Esto nos muestra que Dios abriga a aquellos que mantienen sus raíces ocultas, mas no a los que las exhiben; éstos quedan expuestos a ser atacados. Si Dios nos guía a testificar, debemos hacerlo, teniendo en cuenta que hay muchas cosas que debemos guardar. Dios protege lo que guardamos ante El y lo que sólo nosotros disfrutamos personalmente.
Este mismo principio se aplica a nuestra labor. Por la gracia y la misericordia de Dios, El ha realizado algunas obras por medio de nosotros, pero debemos recordar que Sus obras no son noticias, ni propaganda. Si uno divulga lo que Dios hace en uno, inmediatamente sentirá que la muerte viene sobre lo que uno ha experimentado, y se va desvaneciendo a medida que uno lo exhibe. En 2 Samuel 24 encontramos que cuando David censó a los hijos de Israel, la muerte vino sobre ellos. Dios nos libre de exhibir lo que tenemos.
Cualquier secreto que tengamos con el Señor, debemos reservarlo. Sólo debemos actuar según las instrucciones que Dios nos da. Debemos revelar algo sólo si interiormente somos guiados a hacerlo. Si Dios quiere que compartamos alguna experiencia con un hermano, debemos hacerlo, pues de lo contrario violaríamos una ley de los miembros del Cuerpo de Cristo, que es la comunión. Si reprimimos esta ley, el fluirse detendrá. Debemos tener una actitud positiva y ministrar vida a los demás. Pero si constantemente acaparamos la atención, entonces la locuacidad y la exhibición nos harán vulnerables a los ataques del enemigo. Espero que conozcamos el Cuerpo de Cristo y el fluir de vida entre sus miembros; pero también quisiera que aprendiéramos a guardar nuestra porción secreta delante del Señor, es decir, esas experiencias que nadie conoce. No debemos sacar a la luz ninguna raíz.
A medida que ganamos profundidad y extendemos nuestras raíces, descubriremos que “un abismo llama a otro”. Cuando extraemos riquezas de lo más profundo de nuestro ser, vemos que otras vidas son profundamente afectadas. En el momento que toquemos nuestro ser interior, otros creyentes recibirán ayuda y serán iluminados. Se darán cuenta de que hay algo más profundo de lo que pueden entender. Cuando lo profundo que hay en nosotros de uno toca lo profundo de otra persona, ella responde. Si nuestra vida no tiene profundidad, nuestra obra será superficial y el efecto que tenga en los demás también será superficial. Repitamos esto de nuevo: sólo “un abismo llama a otro abismo”.