Cuando llegué a la ciudad de Troas para predicar la Buena Noticia de Cristo, el Señor me abrió una puerta de oportunidad. Pero no sentía paz, porque mi querido hermano Tito todavía no había llegado con un informe de ustedes.
Así que me despedí y seguí hacia Macedonia para buscarlo. Pero, ¡gracias a Dios!, él nos ha hecho sus cautivos y siempre nos lleva en triunfo en el desfile victorioso de Cristo. Ahora nos usa para difundir el conocimiento de Cristo por todas partes como un fragante perfume. Nuestras vidas son la fragancia de Cristo que sube hasta Dios. Pero esta fragancia se percibe de una manera diferente por los que se salvan y los que se pierden.
Para los que se pierden, somos un espantoso olor de muerte y condenación. Pero, para aquellos que se salvan, somos un perfume que da vida. ¿Y quién es la persona adecuada para semejante tarea? Ya ven, no somos como tantos charlatanes que predican para provecho personal. Nosotros predicamos la palabra de Dios con sinceridad y con la autoridad de Cristo, sabiendo que Dios nos observa.