11. Los juicios de las copas (Ap. 15:1-16:21)
Apo_15:1-8; Apo_16:1-21 presentan los fenómenos específicos del último derramamiento de la ira de Dios antes de
la venida de Cristo. Esa ira se expresa con los efectos de la séptima trompeta
(Apo_11:15), que son los siete juicios de las copas
descritos en Apo_16:1-21.
Pero hay que recordar que la naturaleza de Dios abarca no solo justicia
y santidad, sino también gracia y misericordia. Aun
durante los devastadores juicios de la tribulación, Dios llamará a los
pecadores a la salvación. Lo hará usando a los 144.000 judíos evangelistas (Apo_7:2-8;
Apo_14:1-5), los dos testigos (Apo_11:3-13), una multitud de gentiles y
judíos redimidos (Apo_7:9-17), incluso a un ángel que volará en el cielo (Apo_14:6-7). Esto refleja una extraña paradoja divina: Dios está obrando activamente para salvar a los
pecadores de su propia ira. Y así, con el incremento del derramamiento de ira
divina, los esfuerzos evangelísticos de Dios también aumentarán. El resultado
será la mayor cosecha de almas en la historia humana (cp. Apo_7:9).
UN AVANCE DE LOS JUICIOS DE LAS COPAS: EL
DERRAMAMIENTO DE LA IRA DE DIOS (Apo_15:1-8)
El capítulo Apo_15:1-8, el más
corto de Apocalipsis, forma un avance de estos violentos juicios. A medida que
se desarrolla este capítulo, tres motivos para el último derramamiento de la
ira de Dios se harán evidentes.
1. La venganza de Dios
Vi en el cielo otra señal, grande y admirable: siete ángeles que tenían
las siete plagas postreras; porque en ellas se consumaba la ira de Dios. Vi
también como un mar de vidrio mezclado con fuego; y a los que habían alcanzado
la victoria sobre la bestia y su imagen, y su marca y el número de su nombre,
en pie sobre el mar de vidrio, con las arpas de Dios. (Apo_15:1-2)
Una escena en el cielo anuncia los juicios de las copas, como lo hizo
respecto a los juicios de los sellos (caps. Apo_4:1 to Apo_5:14) y las trompetas (Apo_8:2-6). Esa es la tercera señal celestial que Juan ha visto en Apocalipsis (Apo_12:1; Apo_12:3). Los términos “grande” y “admirable” expresan la gran importancia de esta
señal al contener el último derramamiento de la ira de Dios sobre los malvados,
los pecadores impenitentes de la tierra.
La señal misma consta de siete
ángeles que tenían las siete plagas. Los mismos seres que ministran al pueblo
de Dios traerán la ira de Dios al mundo pecador. La palabra traducida “plagas”
significa literalmente “un golpe”, o “una herida”. Así que las siete plagas no
son en realidad enfermedades ni epidemias, sino golpes mortales sobre el mundo
con resultados mortales.
Esas siete plagas (los siete
juicios de las copas) son las plagas postreras y las peores, porque en ellas se
consumaba la ira de Dios. Es importante observar que el hecho de que se les
llame postreras implica que los juicios precedentes de las trompetas y los
sellos fueron también plagas que expresaban la ira de Dios. La ira de Dios se
extiende a lo largo de la tribulación y no está confinada a un breve período en
el mismo final, como afirman algunos. El que sean las postreras también indica
que los juicios de las copas vienen después de los de los sellos y las
trompetas, en secuencia cronológica.
En el versículo 2, Juan vio
“como un mar de vidrio mezclado con fuego”. El mar no era un verdadero océano,
ya que en Apo_21:1 él vio “un cielo nuevo y una
tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya
no existía más”. Lo que Juan vio era una transparente plataforma de cristal
delante del trono de Dios, refulgiendo y reluciendo como un mar tranquilo
iluminado por el sol (Apo_4:6; cp. Éxo_24:10; Eze_1:22).
Pero la serena belleza del mar estaba mezclada con el fuego del juicio
de Dios, que estaba a punto de derramarse sobre la tierra. Quienes rechazan la
gracia y la misericordia de Dios se enfrentan a “una
horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los
adversarios” (Heb_10:27), porque “nuestro
Dios es fuego consumidor” (Heb_12:29). En las Escrituras se suele
asociar el fuego con el juicio de Dios (Núm_11:1; Núm_16:35; Deu_9:3; Sal_50:3; Sal_97:3; Isa_66:15; 2Ts_1:7-9; 2Pe_3:7).
Juan vio reunidos alrededor del trono de Dios a los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia. Estos son los creyentes
redimidos durante la tribulación (Apo_6:9-11;
Apo_7:9-17;
Apo_12:11;
Apo_12:17;
Apo_14:1-5;
Apo_14:12-13). Ellos tendrán victoria sobre la bestia gracias a su imperecedera fe en el Señor
Jesucristo. Apo_20:4-6 describe su resurrección y recompensa. Los santos de la tribulación triunfarán sobre la
imagen de la bestia y el número de su nombre. El falso profeta realizará muchos
prodigios milagrosos para engañar a las personas. Uno de ellos será levantar
una imagen de la bestia, a la cual ordenará que todos adoren bajo pena de
muerte. El falso profeta también exigirá que todos reciban una marca que
represente el nombre de la bestia o el número de su nombre. Los que no tengan la
marca enfrentarán la muerte y no podrán comprar ni vender. Pero los creyentes
de la tribulación, con el poder de Dios, triunfarán eternamente sobre todo este
designio de Satanás, la bestia y el falso profeta. Incluso los que hallen la
muerte por su fe victoriosa recibirán sus gloriosas recompensas (Apo_20:4).
El que a los santos de la tribulación
se les vea con las arpas de Dios indica que se están regocijando y cantando
alabanzas a Dios. Las arpas también se asociaron con la alabanza en Apocalipsis
(5:8; 14:2) como ocurre con frecuencia en el Antiguo Testamento (2Sa_6:5; 1Cr_13:8; Sal_33:2; Sal_71:22; Sal_144:9; Sal_150:3). Estos creyentes se regocijan
porque sus oraciones para que Dios tome venganza de sus perseguidores (Apo_6:9-10) están
a punto de recibir respuesta.
2. El carácter de Dios
Y cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del
Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas
son tus obras, Señor
Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos.
¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? pues sólo tú eres
santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios
se han manifestado. (Apo_15:3-4)
La canción que cantaron los santos glorificados ante el
trono es un himno de alabanza a Dios. El motivo supremo de la ira de Dios es el
de mantener su carácter recto y santo, lo cual exige el juicio de los
pecadores. Es la naturaleza santa de Dios, que pronto se revelará en juicio
contra sus perseguidores, la que inspira esa canción de los redimidos. El
cántico de Moisés es la primera de varias canciones que se registran en el
Antiguo Testamento y viene del tiempo del éxodo. Como siervo de Dios, a Moisés
se le llamó a sacar al pueblo de Israel del cautiverio en Egipto. Dios los libró
del ejército de Faraón que los perseguía, al dividir el Mar Rojo, apilando el
agua a ambas partes del camino, permitiendo de esta forma que los israelitas
cruzaran con seguridad por tierra seca. Después que cruzaron las aguas sin
ningún daño, estas tomaron nuevamente su posición, ahogando al ejército
egipcio. Al otro lado del Mar Rojo, los israelitas cantaron una canción de
alabanza a Dios por la liberación.
Los santos redimidos delante del
trono de Dios también cantarán el cántico del Cordero, el cual es el eterno
Redentor (Apo_5:8-14). Al igual que el cántico de Moisés, el cántico del Cordero expresa los temas de la
fidelidad de Dios, la liberación de su pueblo, y el juicio sobre los enemigos.
Las palabras del cántico que aquí se registran no se corresponden exactamente
con el cántico de Moisés en Éxo_15:1-27, ni con el cántico del Cordero en Apo_5:1-14. Pero los temas y muchas de
sus palabras clave son similares.
El cántico de estos santos redimidos exalta el
carácter de Dios como el omnipotente, inmutable, soberano, perfecto y justo
Creador y Juez. Como Él es todo esto, Dios tiene que juzgar a los pecadores, y
lo hará; si Él ignorara el pecado de ellos, no sería santo, justo y fiel a su
naturaleza. El cántico termina con una gozosa expectativa del reinado milenario
de Cristo, cuando todas las naciones vendrán y adorarán a Dios. Como dice el
salmista: “Toda la tierra te adorará, y cantará a ti; cantarán a tu nombre” (Sal_66:4).
3. El plan de Dios
Después de estas cosas miré, y he aquí fue abierto en el cielo el templo del
tabernáculo del testimonio; y del templo salieron los siete ángeles que tenían
las siete plagas, vestidos de lino limpio y resplandeciente, y ceñidos
alrededor del pecho con cintos de oro. Y uno de los cuatro seres vivientes dio
a los siete ángeles siete copas de oro, llenas de la ira de Dios, que vive por
los siglos de los siglos. Y el templo se llenó de humo por la gloria de Dios, y
por su poder; y nadie podía entrar en el templo hasta que se hubiesen cumplido
las siete plagas de los siete ángeles. (Apo_15:5-8)
Cada uno de los ángeles que participan en este
drama que se revela, cumplirá su tarea designada conforme al plan de Dios.
Siempre ha sido el propósito de Dios juzgar a los pecadores y destruir el
pecado. El “fuego eterno [ya ha estado] preparado para el diablo y sus ángeles”
(Mat_25:41) y espera a los que Dios un día sentenciará al castigo eterno allí. Aquí, en una nueva visión, se
les dan los instrumentos para llevarlos a cabo.
Como ocurre en todo Apocalipsis,
la frase “después de estas cosas miré” presenta una nueva visión pasmosa y
espectacular. Algo está a punto de desviar la atención de Juan de los santos
redimidos que están cantando alabanzas ante el glorioso trono de Dios. Esta
nueva visión le reveló los juicios de las copas (Apo_16:1-21), pero primero Juan vio a los ángeles que llevarán a cabo esos juicios. Mientras él observaba, “fue
abierto en el cielo el templo del tabernáculo del testimonio”. “Templo” se
refiere al lugar santísimo, el lugar del santuario donde habita la presencia de
Dios, lo que subraya que Dios es la fuente de las plagas.
Mientras Juan observaba, del
templo salieron los siete ángeles que tenían las siete plagas. “Estaban
vestidos de lino limpio y resplandeciente”, lo cual representaba su santidad y
pureza. Como algo apropiado para tales gloriosos y santos seres, los ángeles
estaban “ceñidos alrededor del pecho con cintos de oro”, que atravesaban el
torso desde el hombro hasta la cintura.
Uno de los cuatro seres vivientes, un querubín
exaltado, dio a los siete ángeles “siete copas de oro, llenas de la ira de Dios”.
La palabra griega traducida “copas” se refiere a platillos poco profundos. La
imagen no es la de un cántaro del que se derrama su contenido gradualmente,
sino que todo el contenido de los platillos se arroja en una inundación
instantánea de juicio. Las copas formaban parte de los utensilios del templo (1Re_7:50; Zac_14:20) y estaban asociadas con los
sacrificios (Éxo_27:3; Éxo_38:3). Los que no quieran tomar de
la copa de la salvación (Sal_116:13) se ahogarán en los juicios que se derraman de las copas de la ira. Como Dios
vive por los siglos de los siglos, tiene el poder de poner fin al pecado, de
modo que no pueda existir nunca más en su santa presencia.
Del templo celestial no solo vinieron
los ángeles, sino también humo que simbolizaba la gloria de Dios y su poder. El
humo, un emblema de majestad (Éxo_19:16-18), también simbolizaba la gloriosa presencia de Dios en el tabernáculo del
Antiguo Testamento o templo (Éxo_40:34-35; 1Re_8:10-11; Isa_6:1-4). Este humo también simboliza la ira de Dios. Nadie podía entrar en el templo hasta que
se hubiesen cumplido las siete plagas. La nube de gloria permanecerá en el
templo celestial hasta que la tierra esté totalmente purificada y preparada
para el Rey y su reino.
LOS JUICIOS DE LAS COPAS (Apo_16:1-21)
Algunos escritores han visto esos juicios de las copas como una
recapitulación de los juicios de los sellos y las trompetas.
Hay similitudes, pero muchas más diferencias, sobre todo en el grado de
devastación. Los juicios de las copas son universales, más intensos que los
juicios previos, y se les llama “las siete plagas postreras” (Apo_15:1), mostrando que no van atrás en el tiempo para repetir plagas anteriores.
La primera copa
Oí una gran voz que decía desde el templo a los siete ángeles: Id y
derramad sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios. Fue el primero, y
derramó su copa sobre la tierra, y vino una úlcera maligna y pestilente sobre
los hombres que tenían la marca de la bestia, y que adoraban su imagen. (Apo_16:1-2)
Al comenzar los juicios de las copas, Juan oyó
“una gran voz… desde el templo”. El sorprendente efecto de fuertes voces se
escucha veinte veces en Apocalipsis. La palabra griega traducida “gran” aparece
seis veces en este capítulo, subrayando una vez más la magnitud de los juicios
que se registran aquí. Su gran voz se oye otra vez después que se derrama la
séptima copa (v. Apo_16:17).
A los siete ángeles se les dio las siete
copas que contenían los juicios finales. Dios les ordena a los siete: “Id y
derramad sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios”. Como lo son todos
los juicios, las siete copas serán actos sobrenaturales de Dios. El texto no
admite una explicación lógica y científica, como algunos comentaristas
proponen. Los juicios golpearán demasiado rápidos para cualquier explicación
menos la que reconoce que esos juicios provienen de Dios mismo. En realidad,
solo hay una breve pausa, justo el tiempo para que uno de los ángeles declare
que los juicios de las copas son justas y correctas (vv. Apo_16:5-7).
Respondiendo de inmediato a la orden de Dios, “fue
el primero, y derramó su copa sobre la tierra”. Al ser platillos poco
profundos, el contenido de ellos no se derrama lenta y gradualmente, sino que
se vierte de repente. Al derramarse la primera copa, se produce una úlcera que
aflige a las personas. “Maligna y pestilente” traducen dos palabras griegas
para malo. Empleadas juntas, acentúan que las úlceras serán supurantes,
dolorosas e incurables, las cuales traerán tormento físico sin alivio para los
que han rechazado a Jesucristo.
Las úlceras no afectarán a los
creyentes, cuyos nombres “estaban escritos en el libro de la vida del Cordero
que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apo_13:8). Vendrán solamente sobre los que decidieron seguir al anticristo, recibieron
su marca para mostrar su lealtad (Apo_13:16-17), y adoraban su imagen (Apo_13:12).
La segunda copa
El segundo ángel derramó su copa sobre el mar, y éste se convirtió en sangre como
de muerto; y murió todo ser vivo que había en el mar. (Apo_16:3)
Una de las razones por las que los juicios de las copas serán tan devastadores es porque sus efectos son acumulativos. Antes que
pudieran sanarse las úlceras de la primera copa, “el segundo ángel derramó su copa
sobre el mar, y éste se convirtió en sangre como de muerto; y murió todo ser
vivo que había en el mar”. Este castigo es similar al de la primera plaga en
Egipto (Éxo_7:20-24) y el segundo juicio de las
trompetas (Apo_8:8-9), pero esta vez los efectos
serán mucho más intensos. Como los océanos cubren un
70% de la superficie de la tierra, los efectos de este juicio serán de alcance
mundial.
No se revelan exactamente los
medios sobrenaturales que Dios usará para destruir los océanos, pero los
efectos se asemejarán a los del fenómeno conocido como la marea roja:
concentradas y tóxicas especies de algas matan formas superiores de vida marina
que incluyen mariscos, peces y mamíferos marinos. El hedor de los cuerpos
muertos en descomposición de todo ser vivo que había en el mar (en el juicio de
la segunda trompeta solo ocurrió muerte parcial) será inimaginable. La
transformación de los mares del mundo en putrefactos estanques malolientes será
testimonio gráfico de la maldad del hombre, y lo opuesto del día cuando Dios
originalmente dio vida a todas las criaturas del mar (Gén_1:21).
La tercera copa
El tercer ángel derramó su copa sobre los ríos, y sobre las fuentes de las aguas,
y se convirtieron en sangre. Y oí al ángel de las aguas, que decía: Justo eres
tú, oh Señor, el que eres y que eras, el Santo, porque has juzgado estas cosas.
Por cuanto derramaron la sangre de los santos y de los profetas, también tú les
has dado a beber sangre; pues lo merecen. También oí a otro, que desde el altar
decía: Ciertamente, Señor Dios Todopoderoso, tus juicios son verdaderos y
justos.
(Apo_16:4-7)
Cuando el tercer ángel derramó su copa, el mismo
espantoso juicio que afectó a los océanos cayó sobre los ríos, y sobre las
fuentes, y también se “convirtieron en sangre”. En el momento en que se derrame
la tercera copa, el suministro de agua potable estará en una condición muy
crítica. El juicio de la tercera trompeta (Apo_8:10-11) traerá como resultado el envenenamiento de la tercera parte del agua dulce.
Además, los dos testigos “[tendrán] poder para cerrar el cielo, a fin de que no
llueva en los días de su profecía; y [tendrán] poder sobre las aguas para
convertirlas en sangre” (Apo_11:6). El refrenar temporalmente
los vientos de la tierra (Apo_7:1) también causará sequía. Sin viento para mover las nubes y el resto del
sistema climatológico, el ciclo hidrológico se desestabilizará y no caerá
lluvia.
La destrucción de lo que quede
del agua potable de la tierra provocará indecible tribulación y sufrimiento. La
escena es tan inimaginablemente horrible, que las personas se preguntarán cómo
un Dios compasivo, misericordioso y lleno de gracia puede enviar tales juicios.
Y por eso hay un breve intervalo en el derramamiento de los juicios, en el que
un ángel habla en defensa de Dios.
Apropiadamente, es el ángel de
las aguas el que defiende los justos juicios de Dios en cántico en Apo_15:3-4. En contraste con las
maldiciones y las blasfemias de los hombres (vv.Apo_16:9-11) el ángel
dice: “Justo eres tú, oh Señor, el que eres y que eras, el Santo, porque has
juzgado estas cosas”. El juicio divino de los pecadores es incuestionablemente
justo porque Él es el Santo. Y aunque su ira es aterradora y mortal, es una
respuesta justa, merecida y apropiada para el rechazo que ha recibido por parte
de los pecadores.
Apropiadamente, a quienes han derramado
tanta sangre inocente se les dará a beber sangre. En las escalofriantes
palabras del ángel, “pues lo merecen”. Dios es justo y santo y ejecutará su
venganza por su pueblo (Rom_12:19; Heb_10:30). Habiendo rechazado
obstinadamente el conocimiento de la verdad (Heb_10:26), no queda otra cosa para el
mundo incrédulo que recibir lo que merecen, “una horrenda
expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los
adversarios” (Heb_10:27).
Luego el apóstol Juan oyó a otro, que desde
el altar decía: “Ciertamente, Señor Dios Todopoderoso, tus juicios son
verdaderos y justos”. El altar personificado se hace eco de los sentimientos
del ángel con palabras similares a Apo_15:3. Pudiera ser que el mismo
altar bajo el cual los santos estaban orando por venganza (Apo_6:9-11), ahora afirme que los juicios
verdaderos y justos de Dios son la respuesta a esas oraciones.
La cuarta copa
El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol, al cual fue dado quemar a los
hombres con fuego. Y los hombres se quemaron con el gran calor, y blasfemaron
el nombre de Dios, que tiene poder sobre estas plagas, y no se arrepintieron
para darle gloria. (Apo_16:8-9)
En contraste con los tres primeros ángeles
que derramaron sus copas sobre la tierra, el cuarto ángel derramó su copa sobre
el sol. Un calor ardiente, que sobrepasa a cualquier cosa en la experiencia
humana, ha de quemar a los hombres de forma tan severa que parecerá que hay
fuego en la atmósfera. Los que se quemaron con el gran calor del sol son los
mismos “hombres que tenían la marca de la bestia, y que adoraban su imagen” (v.
Apo_16:2).
Otra grave consecuencia del intenso calor solar será el derretimiento de los casquetes polares. El resultante ascenso en
el nivel de agua de los océanos inundará las regiones costeras, inundando áreas
kilómetros adentro con las nocivas aguas de los océanos muertos. Daños muy
generalizados y pérdida de vida acompañarán a estas inundaciones, añadiendo a
la indecible miseria del devastado planeta.
El transporte marítimo se hará
imposible.
Se pudiera pensar que los
desastres sin paralelo de los cuatro primeros juicios de las copas, harían que
las personas se arrepintieran. En vez de eso, “blasfemaron el nombre de Dios”.
Hasta este punto, solo se ha descrito al anticristo blasfemando (
Apo_13:1; Apo_13:5-6); aquí
el mundo adopta su malvado carácter. Ni la gracia ni la ira conmoverán sus
malvados corazones al arrepentimiento (cp.Apo_9:20-21;
Apo_16:11). En Apo_11:13 el terremoto provocó cierto arrepentimiento, pero no en esta serie de juicios. Tal ciega y
blasfema dureza de corazón es increíble, a la luz de los devastadores juicios
por los que están pasando. Pero como su malvado líder, el anticristo, seguirán
odiando a Dios y negándose a arrepentirse, lo que pudiera darle gloria a Dios
como un justo y recto Juez del pecado (cp. Jos_7:19-25).
La quinta copa
El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la bestia; y su reino se cubrió
de tinieblas, y mordían de dolor sus lenguas, y blasfemaron contra el Dios del
cielo por sus dolores y por sus úlceras, y no se arrepintieron de sus obras. (Apo_16:10-11)
Como hizo hace mucho tiempo en Egipto (Éxo_10:21-29), Dios aumentará el intenso sufrimiento del mundo pecador, haciendo desaparecer la
luz. Después, el quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la bestia; y su
reino se cubrió de tinieblas (cp. Apo_9:2; Éxo_10:21-23). Los comentaristas están en desacuerdo en cuanto a dónde se derramará específicamente esta
copa. Algunos piensan que será sobre el verdadero trono en que se sienta la
bestia; otros creen que ha de ser sobre su ciudad capital de Babilonia; aún
otros sobre todo su reino. Es mejor ver el trono como una alusión a su reino,
ya que la copa derramada sobre el trono pone en oscuridad todo el reino.
Independientemente del lugar exacto donde se vierta la copa, el resultado es
que las tinieblas cubrirán toda la tierra, que es el reino mundial del
anticristo. La bestia estará tan indefensa ante el poder de Dios como todos los
demás.
El efecto acumulativo de las
dolorosas úlceras, los contaminados océanos, la falta de agua potable, el
intenso calor, y todo rodeado de tinieblas, traerá una insufrible miseria. Sin
embargo, increíblemente, los hombres del mundo, malvados e incrédulos, aún no
querrán arrepentirse. Juan observa que mordían de dolor sus lenguas por el más
intenso e intolerable dolor. Pero “no se arrepintieron de sus obras”. Esta es
la última alusión a su indisposición a arrepentirse. Las primeras cinco plagas
fueron el llamado final de Dios al arrepentimiento. Los pecadores ignoraron ese
llamado, y se han reafirmado en su incredulidad. Las dos últimas copas, que
contienen los más severos de todos los juicios, se derramarán sobre los hombres
endurecidos y no arrepentidos.
La sexta copa
El sexto ángel derramó su copa sobre el gran río Eufrates; y el agua de éste se
secó, para que estuviese preparado el camino a los reyes del oriente. Y vi
salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso
profeta, tres espíritus inmundos a manera de ranas; pues son espíritus de
demonios, que hacen señales, y van a los reyes de la tierra en todo el mundo,
para reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso. He aquí,
yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas, para que
no ande desnudo, y vean su vergüenza. Y los reunió en el lugar que en hebreo se
llama Armagedón. (Apo_16:12-16)
A diferencia de las cinco copas anteriores, la sexta no implica un
ataque específico sobre la humanidad, sino que es preparatoria
de lo que viene. Cuando llegó su turno, el sexto ángel derramó su copa sobre el
gran río Éufrates. El Éufrates apareció antes en Apocalipsis con relación al
juicio de la sexta trompeta (Apo_9:14), cuando 200 millones de
demonios que estuvieron atados cerca de él
fueron liberados. Fue considerado como el más largo y más importante río en el
Oriente Medio, y por tanto se le llamaba el gran río. Su origen está en los
campos de nieve y cubiertas heladas de las laderas del monte Ararat (situado en
la moderna Turquía), desde donde corre unos tres mil kilómetros antes de verter
sus aguas en el Golfo Pérsico. En los tiempos antiguos, el huerto del Edén
estaba ubicado en las cercanías del Éufrates (Gén_2:10-14). El Éufrates
también constituía la frontera este de la tierra que Dios dio a Israel (Gén_15:18; Deu_1:7; Deu_11:24; Jos_1:4). Junto con el cercano Tigris,
el Éufrates sigue siendo el alma del Creciente
Fértil.
Para el tiempo en que se derrama
la sexta copa, el Éufrates será muy diferente de lo que es hoy o ha sido
siempre. El ardiente calor del sol, asociado con la cuarta copa, derretirá la
nieve y las cimas del monte Ararat. Eso aumentará mucho el volumen de agua en
el Éufrates, causando grandes daños e inundaciones a lo largo de su cauce. Los
puentes que cruzan el río seguramente se destruirán. Es por esto que se hace
patente la razón de esta sexta copa. Al verter el ángel su copa, se secó el
agua del Éufrates para que estuviese preparado el camino a los reyes del oriente.
Los ejércitos del este necesitarán cruzar el Éufrates para alcanzar su destino
final de Armagedón en la tierra de Palestina.
El que Dios seque el Éufrates no
es un acto de bondad hacia los reyes del oriente, sino de castigo. Ellos y sus
ejércitos entrarán en una trampa mortal. La evaporación del Éufrates los
conducirá a su condenación, al igual que la división del Mar Rojo condujo a la
destrucción del ejército egipcio.
En una grotesca visión, como
algo tomado de una película de horror, Juan vio “salir de la boca del dragón, y
de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta, tres espíritus
inmundos a manera de ranas”. De la boca (que simboliza la fuente de influencia)
de cada miembro de la trinidad diabólica (Satanás, el anticristo y el falso profeta)
salió un sucio espíritu inmundo semejante a una rana. Las ranas eran animales
inmundos (Lev_11:10; Lev_11:41), pero estas no eran ranas
literales. Juan identificó estas apariciones parecidas a
ranas como espíritus de demonios. Esta gráfica ilustración describe la
iniquidad despiadada de estos demonios, que seducen a los reyes del oriente
para que realicen esta difícil jornada hacia su condena en Armagedón bajo la
engañosa influencia de los demonios (cp. 1Re_22:19-22).
En medio de todos los horrores de juicio, engaño
y guerra, llega una palabra de aliento para los creyentes: “He aquí, yo vengo
como ladrón. Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas, para que no ande
desnudo, y vean su vergüenza”. Esta palabra de gracia del cielo vendrá antes
del derramamiento de la séptima copa y asegura a los creyentes que no serán
olvidados. Hubo similares respiros para animar al pueblo de Dios entre el sexto
y el séptimo sellos (Apo_7:1-17) y entre la sexta y la séptima trompetas (Apo_10:1
a Apo_11:14). Como los juicios de las
copas se producen en un período breve de tiempo, el respiro
entre la sexta y la séptima copas es muy breve.
Entonces el exaltado Señor
pronunciará la tercera de siete bienaventuranzas en Apocalipsis (Apo_1:3; Apo_14:13; Apo_19:9; Apo_20:6; Apo_22:7; Apo_22:14): “Bienaventurado
el que vela, y guarda sus ropas, para que no ande desnudo, y vean su
vergüenza”. Esto describe a quienes estarán preparados para su llegada. Aquí la
imagen es la de soldados vigilantes y en su puesto. Solo un soldado que vela, y
guarda sus ropas está preparado para el combate. Solo aquellos a quienes
Jesucristo halle preparados cuando Él regrese, serán bienaventurados.
Después del breve intervalo de
aliento para los redimidos, la narración profética vuelve a los acontecimientos
de la sexta copa. Los espíritus demoniacos engañadores reunirán a las naciones
“en el lugar que en hebreo se llama Armagedón”. “Armagedón” es una palabra
hebrea que significa “Monte Meguido”. Como no hay ninguna montaña específica
con ese nombre, y la partícula Ar puede referirse a un país montañoso, tal vez sea una alusión a la región montañosa que rodea
la llanura de Meguido, a unos cien kilómetros de Jerusalén (Véase más adelante
el Mapa 2). Se han librado más de doscientas batallas en esa región. La llanura
de Meguido y la vecina llanura de Esdraelón serán el punto central de la
batalla de Armagedón, que azotará toda la tierra de Israel, llegando tan al sur
como a la ciudad edomita de Bosra (Isa_63:1). Otras batallas ocurrirán también en los alrededores de Jerusalén (Zac_14:1-3).
La séptima copa
El séptimo ángel derramó su copa por el aire; y salió una gran voz del
templo del cielo, del trono, diciendo: Hecho está. Entonces hubo relámpagos y
voces y truenos, y un gran temblor de tierra, un terremoto tan grande, cual no
lo hubo jamás desde que los hombres han estado sobre la tierra. Y la gran
ciudad fue dividida en tres partes, y las ciudades de las naciones cayeron; y
la gran Babilonia vino en memoria delante de Dios, para darle el cáliz del vino
del ardor de su ira. Y toda isla huyó, y los montes no fueron hallados. Y cayó
del cielo sobre los hombres un enorme granizo como del peso de un talento; y
los hombres blasfemaron contra Dios por la plaga del granizo; porque su plaga
fue sobremanera grande. (Apo_16:17-21)
MAPA 2
LA BATALLA DE
ARMAGEDÓN
La séptima copa es el derramamiento final de la ira de
Dios sobre los pecadores en esta tierra actual. Será la peor catástrofe en la
historia mundial. Sus efectos implican todo el camino para el establecimiento
del reino terrenal de Cristo. Al igual que el cuarto ángel, el séptimo no
vertió su copa sobre la tierra, sino que la derramó “por el aire”. Sus primeros
efectos fueron en la atmósfera de la tierra, como si Dios estuviera limpiando
lo que fuera el dominio de Satanás y sus huestes de demonios (Apo_12:9). La tierra (v. Apo_16:2), el mar (v. Apo_16:3), las aguas (v. Apo_16:4), el sol (v. Apo_16:8), y finalmente el aire son los
blancos del juicio.
Cuando el ángel vertió su copa, salió una gran voz del
templo del cielo. La solemne declaración de Dios “Hecho está” anuncia el
momento culminante del postrer día del Señor, que esparcirá condenación sobre
todo el globo. El verbo en tiempo perfecto “hecho está” describe una acción
completada con resultados que continúan. Es similar a las últimas palabras de
Jesús en la cruz: “Consumado es”
(Jua_19:30). El juicio de Dios de Cristo en el
Calvario dio salvación para los pecadores
arrepentidos; el juicio de la séptima copa trae condenación a los pecadores
impenitentes.
El derramamiento de la séptima copa afectó la atmósfera;
hubo relámpagos y voces y truenos. Al igual que el séptimo sello (Apo_8:5) y la séptima trompeta (Apo_11:19), la séptima copa se presenta con la imagen de una violenta tormenta. Pero
las tormentas anteriores solo fueron anticipos de la poderosa tormenta de ira
que ahora estalla sobre la tierra.
Aunque la séptima copa se vierte
sobre la atmósfera de la tierra, tendrá también efectos devastadores sobre la
tierra misma. Dios acentuará este juicio final contra los pecadores con un
terremoto, tal y como lo hizo en su juicio del pecado en el Calvario (Mat_27:51-54). Este terremoto será el más poderoso que haya azotado jamás a la tierra. Juan lo describe
como “un terremoto tan grande, cual no lo hubo jamás desde que los hombres han
estado sobre la tierra”. El estremecimiento será tan grande que renovará y
reconfigurará la tierra en preparación para el reino milenario, restaurándolo a
algo así como a su condición prediluviana (v. Apo_16:20).
El primer efecto de este terremoto tan grande fue que “la gran ciudad fue dividida en tres partes”. Una comparación con Apo_11:8 identifica de forma clara a la
gran ciudad como Jerusalén, “la grande ciudad… donde
también [el] Señor fue crucificado”. Que la gran ciudad se nombre aparte de las
ciudades de las naciones presenta evidencia adicional al hecho de que se trata
de Jerusalén. El imponente terremoto dividirá a Jerusalén en tres partes,
comenzando una serie de alteraciones geofísicas a la ciudad y sus regiones
vecinas, que concluirán cuando venga el Señor Jesucristo. Zac_14:4-10 describe estos cambios en
detalle. El Monte de los Olivos se dividirá
en dos, y se creará un nuevo valle, que irá del este al oeste (Zac_14:4). Una fuente de agua fluirá durante todo el año desde Jerusalén hasta el Mar Mediterráneo y el
Mar Muerto (Zac_14:8), haciendo que el desierto florezca como
una rosa (cp. Isa_35:1). Jerusalén
será elevada y la región circundante aplastada, hasta convertirse en una
llanura (Zac_14:10). De esta forma, el propósito del terremoto, cuando se relaciona con Jerusalén, no es juzgar a
la ciudad, sino resaltarla. Jerusalén fue castigada anteriormente, en la
tribulación, con un terremoto que llevó a la salvación de los que no murieron (Apo_11:13). Así
que no hay necesidad de otro juicio sobre esta ciudad. Los cambios físicos
prepararán a Jerusalén para su importante función durante el reino milenario,
cuando Cristo estará allí como Rey (Sal_110:2; Isa_2:3; Isa_24:23; Mi.
4:7).
A diferencia de Jerusalén, a la que el terremoto
resaltará, las ciudades de las naciones cayeron, tal vez simultáneamente, con
la derrota del anticristo por el Cordero (Apo_17:12-14). Específicamente
se particulariza a la gran Babilonia, que “vino en memoria delante de Dios,
para darle el cáliz del vino del ardor de su ira”. Como la ciudad capital del
imperio del anticristo, a Babilonia se le hará tomar el cáliz del vino del
ardor de su ira (caps. Apo_16:17-19).
El último efecto del terremoto es el de preparar la
tierra para el gobierno milenario de Cristo. Con ese propósito, se alterará
radicalmente la topografía de la tierra; “toda isla huyó, y los montes no
fueron hallados”. Las islas, que son montañas bajo el mar, desaparecerán. Los
montes sobre la tierra serán aplanados (Isa_40:4), completando el proceso que
comenzó durante el sexto sello (Apo_6:12-14).
Los que de algún modo escapen a la devastación
causada por el terremoto, enfrentarán otra catástrofe, una sin precedentes en
la historia de la tierra. Recibirán “un enorme granizo como del peso de un
talento”, que caerá del cielo. A diferencia de la séptima plaga en Egipto (Éxo_9:23-24) y el juicio de la primera
trompeta (Apo_8:7), la fuerza de estos granizos es
inimaginable. El término griego traducido “como del peso de un
talento” describía el mayor peso que un hombre normal podía cargar,
aproximadamente 40 a 60 kilos. Los granizos más pesados que se hayan registrado
pesaban casi un kilo. Estos serán cincuenta veces más pesados. Sin duda muchos
perecerán por no tener un refugio adecuado o por falta de refugio después del
terremoto masivo.
Todavía impenitentes, los sobrevivientes del granizo blasfemarán a Dios “por la plaga del granizo; porque su plaga fue sobremanera grande”. Increíblemente, la torturada humanidad sigue endurecida contra Dios, una verdad que debía hacer detener a los que piensan que esos prodigios y señales convencerán a las personas a creer en el evangelio. A la luz del inevitable juicio que viene, la advertencia a todos los pecadores impenitentes es “Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones” (Heb_4:7).