Al acercarse el tiempo tan esperado de la venida de Jesucristo, la
escena en Apocalipsis cambia de la tierra, donde ha estado desde el capítulo 6, al cielo. La alabanza que se ve en el cielo en todo
Apocalipsis alcanza un punto máximo en este texto. El regocijo del cielo no es
por quienes rechazan a Dios, sino porque Cristo pronto quitará a los pecadores
del mundo. Entonces Dios recibirá la adecuada honra, Cristo ocupará su trono y
la tierra será restablecida a su gloria perdida. Los cielos se regocijan porque
la historia finalmente va a llegar a su culminación, al establecer el verdadero
Rey su reino en la tierra.
Al mostrarse el texto, aparecen
dos secciones principales. Primero se presentan cinco razones para el gozo en
el cielo (Apo_19:1-10). Segundo, se revela el
glorioso regreso de Cristo a Juan y a sus lectores (vv. Apo_19:11-21).
LAS RAZONES PARA EL GOZO EN EL CIELO
Se hacen evidentes cinco razones para el gozo en el cielo en los
primeros diez versículos.
1. Ha venido plena salvación
Después de esto oí una gran voz de gran multitud en el cielo, que decía:
¡Aleluya! Salvación y honra y gloria y poder son del Señor Dios nuestro; (Apo_19:1)
Como ocurre en todo Apocalipsis, la frase “después
de esto” marca el inicio de una nueva visión. Esta nueva visión tiene lugar
después de la destrucción de Babilonia (caps. 17-18) y antes de la triunfante
venida de Jesucristo (Apo_19:11-21) para establecer el reino milenario (Apo_20:1-10).
En su visión Juan oyó “una gran voz de gran multitud en el
cielo”. El texto no identifica las voces que Juan oyó, pero es muy probable que
sean ángeles. Esa gran multitud no parece incluir a los santos redimidos, ya
que a ellos se les anima luego para que se unan en la alabanza (vv. Apo_19:5-8). Los incontables millones de
santos ángeles conformaron un coro majestuoso.
El coro angelical comienza con
una exclamación de alabanza: “¡Aleluya!”. La palabra griega es una
transliteración de una frase hebrea que combina el verbo para “alabar” y el
sustantivo “Dios”. Solo aparece en este capítulo en el Nuevo Testamento (vv. Apo_19:3-4;
Apo_19:6). En su primera aparición en el Antiguo Testamento, aleluya también
expresa alabanza por el juicio de Dios sobre los opresores de su pueblo (Sal_104:35).
El cielo se regocija específicamente porque ha venido la
salvación para el pueblo de Dios, y se han mostrado la gloria y poder que son
del Señor Dios. La palabra “salvación” celebra el aspecto final de la historia
de la salvación, la glorificación de los santos en el reino de Cristo. La
llegada inminente de Cristo anima esa alabanza, al anunciar los ángeles la gloria
de su reino.
2. Se ha impuesto justicia
porque sus juicios son verdaderos y justos;
pues ha juzgado a la gran ramera que ha corrompido a la tierra con su fornicación, y ha vengado la sangre de sus siervos de la
mano de ella. (Apo_19:2)
También el cielo se regocija porque los juicios de Dios
son “verdaderos y justos”, como lo evidencia la destrucción de la malvada
Babilonia. Se identifica a Babilonia como “la gran ramera” (Apo_17:1; Apo_17:15-16), el sistema de Satanás y el anticristo que sedujo al mundo incrédulo a creer las mentiras
de Satanás.
Una razón más para el juicio de
Babilonia fue por maltratar al pueblo de Dios (Apo_18:24). Como resultado, Dios ha
vengado la sangre de sus siervos de la mano de ella. El que Dios ejecutará venganza por su pueblo es una clara enseñanza en las Escrituras (cp. Deu_32:42-43).
3. Ha finalizado la rebelión
Otra vez dijeron: ¡Aleluya! Y el humo de ella sube por los siglos de
los siglos. (Apo_19:3)
El juicio sobre Babilonia desencadenó
la primera explosión de regocijo celestial. La repercusión de su destrucción
impulsó al coro celestial otra vez a decir “¡Aleluya!” En un momento culminante
de su juicio, Babilonia fue “quemada con fuego” (Apo_18:8), y los pecadores se
lamentaron mientras veían la nube de humo subir al
cielo (Apo_18:9; Apo_18:18). El que el humo de ella “sube por los siglos de los siglos” indica que este castigo es
definitivo e irreversible. La terminología es similar a la empleada para
referirse a la destrucción que Dios realizó en Sodoma y Gomorra (Gén_19:28), y Edom (Isa_34:10).
La destrucción del último y más poderoso
imperio en la historia humana señala el fin del gobierno humano. La rebelión
que comenzó en el huerto del Edén termina finalmente (a excepción de la
rebelión al final del milenio; Apo_20:7-10). No habrá más religión falsa o injusticia.
4. Dios lo domina todo
Y los veinticuatro ancianos y los cuatro
seres vivientes se postraron en tierra y adoraron a Dios, que estaba sentado en
el trono, y decían:
¡Amén! ¡Aleluya! Y salió del trono una voz que decía: Alabad a nuestro Dios
todos sus siervos, y los que le teméis, así pequeños como grandes. Y oí como la
voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de
grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso
reina!
(Apo_19:4-6)
Aleluyas resonaron también de otros moradores del cielo.
A los veinticuatro ancianos es mejor verlos como representantes de la Iglesia.
Los cuatro seres vivientes son querubines, un orden exaltado de ángeles.
Postrados delante del trono de Dios, las dos nuevas adiciones al coro celestial
gritaron: “¡Amén! ¡Aleluya!” Esa frase viene del Sal_106:48 e indica su solemne
consentimiento con el regocijo celestial por la caída
de Babilonia.
El texto no identifica de quién
fue la voz que salió del trono, pero muy probablemente sea de un ángel, ya que
se refiere a Dios como “nuestro Dios”. La voz llama con autoridad a otro grupo
para que se una al himno de alabanza, que decía: “Alabad a nuestro Dios todos
sus siervos, y los que le teméis, así pequeños como grandes”. A los creyentes redimidos
en el cielo se les describe como siervos de Dios (v. Apo_19:2; cp. Apo_1:1; Apo_2:20). La frase global “así pequeños como grandes” trasciende todas las categorías humanas
para abarcar a todos. A todos los redimidos se les llama a alabar a Dios.
Cuando los redimidos obedecieron
la orden de la voz celestial y unieron sus voces al coro celeste, Juan escuchó
algo “como la voz de una gran multitud”. El fuerte coro de alabanza creció
hasta niveles ensordecedores. Le pareció al apóstol como “el estruendo de
muchas aguas y… la voz de grandes truenos”. El apropiado final del oratorio
celestial es un cuarto “¡Aleluya!” seguido del motivo para él: “porque el Señor
nuestro Dios Todopoderoso reina”. El malvado sistema mundial ha sido destruido.
El reino de Dios ha venido en su plenitud.
5. Han llegado las bodas del Cordero
Gocémonos
y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su
esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino,
limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los
santos.
Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena
de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios. Yo
me postré a sus pies para adorarle. Y él me dijo: Mira, no lo hagas; yo soy
consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el testimonio de Jesús. Adora a
Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía. (Apo_19:7-10)
La alabanza celestial sigue regocijando y dando a Dios gloria por las
bodas del Cordero. Un matrimonio era la más
grande celebración y acontecimiento social del mundo bíblico. La preparación y
celebración de las bodas en los tiempos antiguos eran aun más complejas y
complicadas que las de nuestra época. Constaban de tres etapas diferentes.
Primero era el desposorio, o compromiso. Este era un acuerdo entre los padres
de ambos, haciendo el contrato del matrimonio de sus hijos. Tenía fuerza legal
y solo se podía romper con el divorcio (Mat_1:18-19). La segunda etapa de una boda
era la presentación, un tiempo de festividades antes de la
verdadera ceremonia. Esas festividades podían durar hasta una semana o más, en
dependencia de la condición económica y social de los novios. La tercera y más
importante etapa de una boda era la ceremonia como tal, durante la cual se
intercambiaban los votos. Al final de las festividades de presentación, el
novio y sus ayudantes irían a la casa de la novia y la llevarían junto con sus
damas de honor a la ceremonia. Después de la ceremonia vendría una comida
final, a la que seguía la consumación del matrimonio.
A todo el coro celestial se le
exhorta: “gocémonos y alegrémonos y démosle gloria” porque se ha completado la
preparación y han llegado las bodas del Cordero. Desposada en la eternidad
pasada, presentada en la casa del Padre desde el arrebatamiento, la Iglesia ya
está lista para el comienzo de la ceremonia nupcial. Coincidirá con el
establecimiento del reino milenario y se extenderá durante todo el período de
mil años, para al fin consumarse en el cielo nuevo y en la tierra nueva (Apo_21:1-2). En el cielo nuevo y en la
tierra nueva, el concepto de la novia se extenderá
para incluir no solo a la Iglesia, sino también todos los redimidos de todas
las épocas, al convertirse la nueva Jerusalén en la ciudad nupcial (Apo_21:1-2).
Aprestándose para sus bodas con el Cordero, “su esposa
se ha preparado”. Eso no fue por sus propias obras, sino más bien por la obra
de Dios en su gracia. La novia se ha alistado con el poder de Dios, por la
gracia de Dios, a través de la obra del Espíritu de Dios (Flp_2:12-13; Col_1:29). Purificada de todo pecado y
contaminación (1Co_3:12-15), es una virgen perfecta e
intachable.
Habiendo sido presentada glorificada y sin mancha delante del trono de Dios, la Iglesia puede vestirse “de lino fino, limpio y resplandeciente”. El lino fino era una tela cara y hermosa, como la que usaba José (Gén_41:42). “Resplandeciente” en griego significa “reluciente” o “radiante”. Tales deslumbrantes vestidos los usaron antes ángeles en Apocalipsis (Apo_15:6), y serán los que usarán aquellos que están el cielo cuando Cristo vuelva (v.Apo_19:14).
Y el ángel que había estado hablando con Juan le dijo:
“Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del
Cordero”. Esta es la cuarta de siete bienaventuranzas en Apocalipsis (véase la
página 23), todas presentadas por la palabra “bienaventurados”. Los
beneficiarios de esa bienaventuranza son “los que son llamados a la cena de las
bodas del Cordero”. El que sean llamados los distingue como un grupo diferente
de la Iglesia, ya que es improbable que una novia fuera invitada a su propia
boda. Esos invitados representan a los creyentes del Antiguo Testamento. Mat_8:11 y Luc_13:28 se refieren ambos a Abraham,
Isaac y Jacob como en el reino. Luc_13:28 menciona también a los profetas. Todos los héroes de la fe mencionados en Heb_11:1-40 estarán
entre los invitados, como también Juan el Bautista (Mat_11:11). Todos los santos de la
tribulación, glorificados y aún vivos en la tierra y
entrando en el reino milenario, serán invitados.
Algunos pudieran preguntarse por
qué a los creyentes de la época de la iglesia se les debe conceder el honor de
ser la novia, mientras que los creyentes de otras épocas, simplemente
invitados. Pero uno igualmente pudiera preguntarse por qué Dios escogió a
Israel para ser el pueblo del pacto. La única respuesta a ambas preguntas es el
propósito soberano de Dios al hacerlo así (cp. Deu_7:7-8). Debe recordarse que la
imagen de la boda representa la íntima unión de Dios con su
pueblo. No habrá ciudadanos de segunda clase en el reino de Dios, de igual
manera que todos los participantes en la boda disfrutan de la fiesta. Y en el
cielo nuevo y en la tierra nueva, todos los creyentes de todas las épocas
disfrutarán la gloria plena de la eternidad.
La bendita verdad de que Dios
tendrá comunión personal por siempre con todos los santos redimidos de todas
las épocas es tan significativa que el ángel le aseguró solemnemente a Juan:
“Estas son palabras verdaderas de Dios”. Tan grande fue el asombro de Juan ante
el mensaje del ángel, que involuntaria e inconscientemente se postró a sus pies
para adorarle. Llamándolo a reconsiderar lo que ya sabía, el ángel dijo: “Mira,
no lo hagas; yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el
testimonio de Jesús. Adora a Dios” (cp. Apo_22:8-9). Al igual que Juan, el ángel era un siervo de Dios. Le recuerda a Juan que adore sólo a Dios.
La última palabra del ángel para
Juan es un recordatorio de que “el testimonio de Jesús es el espíritu de la
profecía”.
LA GLORIOSA VENIDA DE CRISTO (Apo_19:11-21)
La Segunda Venida debe distinguirse del arrebatamiento de la iglesia
anterior a la tribulación de siete años. En el
arrebatamiento, Cristo viene por sus santos (Jua_14:3; 1Ts_4:16-17). En la Segunda Venida, Él viene con ellos. En el arrebatamiento, Cristo se encuentra con sus
santos en el aire (1Ts_4:17) para llevarlos al cielo (Jua_14:2-3). En la Segunda Venida, Él desciende con ellos del cielo a la tierra (Zac_14:4).
Algunos tratan de armonizar esas diferencias alegando que los creyentes
se encuentran con Cristo en el aire, luego descienden a la tierra con Él. Al hacer esto, hacen en esencia del arrebatamiento y la Segunda
Venida el mismo suceso. Pero este punto de vista quita importancia al
arrebatamiento. No hay un asomo de juicio en pasajes que describen el
arrebatamiento (Jua_14:1-3; 1Ts_4:13-18), pero el juicio tiene una
función eminente en la Segunda Venida (Apo_19:11; Apo_19:15; Apo_19:17-21). Las señales espectaculares que acompañan a la Segunda Venida, como el
oscurecimiento del sol y de la luna y el quebrantamiento de las “potencias de
los cielos” (Mat_24:29-30), no se mencionan en los pasajes que
describen el arrebatamiento. En su descripción
de la Segunda Venida, Apo_19:1-21 no menciona ni un arrebatamiento de
creyentes vivos (1Co_15:51-52), ni una resurrección de creyentes muertos (1Ts_4:16).
Este monumental y culminante pasaje puede dividirse en cuatro
secciones.
1. El retorno del vencedor
Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se
llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Sus ojos eran como
llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito
que ninguno conocía sino él mismo. Estaba vestido de una ropa teñida en sangre;
y su nombre es: EL VERBO DE DIOS. (Apo_19:11-13).
Como en Apo_4:1, el cielo estaba abierto ante
los admirados ojos de Juan. Pero esta vez el cielo se abre no para que Juan
entre, sino para que Jesucristo salga. Al fin se ha cumplido el tiempo para la
revelación plena y gloriosa de Cristo. Al revelarse la
dramática escena, Juan se queda con su atención cautivada en el poderoso
jinete. Jesús está a punto de recibir el reino que el Padre le prometió.
Ya nunca más se describirá a
Jesús en su humillación, cabalgando sobre un asno. En vez de esto, Él monta el
tradicional caballo blanco que montaban los victoriosos generales romanos en
sus procesiones triunfales por las calles de Roma. Blanco también simboliza el
carácter sin tacha, inmaculado y completamente santo del jinete. El caballo,
las diademas (v. Apo_19:12), la espada aguda, la vara de hierro, y el
lagar (v. Apo_19:15) son simbólicos.
La venida de Cristo es real. El lenguaje simbólico representa los diversos
aspectos de esa realidad.
Continuando su descripción de la
asombrosa escena que estaba delante de él, Juan observa que “el que montaba el
caballo blanco se llamaba Fiel y Verdadero”. No hay un nombre más apropiado
para Jesucristo, a quien antes en el Apocalipsis se le llama “el testigo fiel y
verdadero” (Apo_3:14). Él
es fiel a sus promesas (cp. 2Co_1:20) y lo que dice es siempre
verdad (Jua_8:45-46; Tit_1:2).
Como Jesucristo es fiel a su palabra y a su recto carácter, el resultado es que “con justicia juzga”. Cuando vino la primera
vez, lo juzgaron hombres malos. Cuando Él vuelva, juzgará a los malos (Hch_17:31). Los ángeles reunirán a los malos para el juicio (Mat_13:41), pero será el Señor Jesucristo quien los condene.
Aquí se presenta a Cristo como
el Rey guerrero que pelea contra sus enemigos. Él es ahora el que ejecuta la
condena de todos los incrédulos impíos y pecadores. La única otra referencia en
las Escrituras a Jesucristo peleando está en Apo_2:16, cuando Él advirtió a la iglesia de Pérgamo para que se arrepintiera o si no Él
pelearía contra ellos.
Al describir la apariencia
personal del imponente Jinete, Juan escribe que “sus ojos eran como llama de
fuego”. Nada escapa a su mirada penetrante. Los ojos que lloraron por la suerte
de la no arrepentida Jerusalén y por el dolor, el sufrimiento y la muerte en
este mundo maldecido por el pecado, ahora Juan los ve brillando con el fuego
del juicio.
En su cabeza Juan observó que
Cristo tenía “muchas diademas”, una referencia a la corona de un rey (Apo_12:3; Apo_13:1). En este caso, Jesús las tiene puestas para indicar su autoridad real. “Muchas” indica
que Él tomará las coronas de todos los reyes, dando a entender que Él solo es
el soberano de la tierra. Tomar las coronas de los reyes derrotados era
costumbre en el mundo antiguo (2Sa_12:30). Solo Cristo será “Rey de reyes y Señor de señores” (v. Apo_19:16), y “los
reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará
por los siglos de los siglos” (Apo_11:15). Las muchas coronas que usará Cristo son el justo cambio por una corona de espinas (Flp_2:8-11).
Además de eso, Juan observa que Jesucristo tenía “un
nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo”. El significado de ese nombre
no es conocido, ya que se nos dice que ninguno conocía, salvo Jesucristo mismo.
Incluso el inspirado apóstol Juan no podía comprenderlo. Quizá sea dado a
conocer después de la venida de Cristo.
Al describir el elemento final
de la llegada de Cristo, Juan escribe que “estaba vestido de una ropa teñida en
sangre”. La sangre no representa la cruz. Esta es una figura de juicio. La
sangre es la sangre de sus enemigos muertos (Isa_63:1-6).
¿Por qué estaban sus vestidos
salpicados de sangre antes de que comenzara la batalla? Esta no es su primera
batalla. Es su batalla final. Sus ropas de guerra llevan las manchas de muchas
matanzas anteriores. En ese día, estarán manchadas como nunca antes, cuando Él
“pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso” (v. Apo_19:15).
Que el nombre del jinete sea “el Verbo de Dios” lo identifica
inconfundiblemente como Jesucristo (Jua_1:1; Jua_1:14; 1Jn_1:1). A la segunda persona de la
Trinidad se le llama el Verbo de Dios porque Él
es la revelación de Dios.
2. Los regimientos del vencedor
Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le
seguían en caballos blancos. (Apo_19:14)
Jesucristo estará acompañado de “los ejércitos
celestiales”. Cuatro divisiones conforman estas glorificadas tropas. La primera
será la esposa del Cordero (la Iglesia), vestida ya en “lino finísimo, blanco y
limpio” (vv. 7-8). La segunda división será la de los creyentes de la
tribulación, a quienes también se les representa en el cielo usando ropas
blancas (Apo_7:9). El tercer grupo es el de los santos del
Antiguo Testamento, quienes resucitan al final de la tribulación (Dan_12:1-2). Por último, los santos ángeles también acompañarán a Cristo (Mat_25:31). Los caballos blancos que
monta la caballería celestial no son caballos literales. A
diferencia de Cristo, el ejército celestial está desarmado; Él solo destruirá a
sus enemigos. Los santos vendrán no para luchar con Jesucristo, sino para
reinar con Él (Apo_20:4-6).
3. El dominio del vencedor
De su boca sale una espada aguda, para
herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor
y de la ira del Dios Todopoderoso. Y en su vestidura y en su muslo tiene
escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES. (Apo_19:15-16)
El dominio del Rey se describe en una imagen gráfica poderosa. Juan describe primeramente que de “su boca sale una
espada aguda”. El apóstol había visto esa espada en una visión anterior (Apo_1:16), donde se usaba para defender
la iglesia contra las fuerzas satánicas. El que la espada sale de
su boca simboliza el poder mortal de las palabras de Cristo. Una vez Él habló
palabras de consuelo, pero ahora habla palabras de muerte. Cristo esgrimirá esa
espada con efectos mortales para herir con ella a las naciones. La muerte
incluirá a todos los reunidos para la batalla en Armagedón. El resto de las
personas no redimidas del mundo será juzgado y ejecutado en el juicio de las
ovejas y los cabritos (
Mat_25:31-46), que sigue a la venida de Cristo. Este es
el último golpe de muerte en el día del Señor.
El rápido juicio que marca el
comienzo del reino de Cristo será la norma de su dominio durante el milenio.
Durante su reino de mil años, Él regirá a las naciones con vara de hierro (Apo_12:5; Sal_2:8-9) e instantáneamente doblegará cualquier rebelión. Empleando la misma imagen de
regir con vara de hierro, Jesús prometió que los creyentes reinarían con Él en
el reino (Apo_2:26-27).
Regresando al juicio al principio del gobierno de Cristo, Juan escribe
que “él pisa el lagar del vino del furor y de la ira
del Dios Todopoderoso”. Este vívido símbolo de la ira de Dios viene de una
antigua práctica de pisar las uvas como parte del proceso de elaboración del
vino. La salpicadura del jugo de la uva representa el derramamiento de la
sangre de los enemigos de Cristo (Apo_14:18-20; Isa_63:1-3).
En una última mirada, Juan vio que Cristo usaba una
insignia alrededor de su vestidura y de su muslo, en la cual tiene escrito este
nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES. El nombre expresa su dominio soberano
y absoluto en su reino que pronto se establecerá.
4. La victoria del vencedor
Y vi a un ángel que estaba en pie en el sol, y clamó a gran voz, diciendo a todas
las aves que vuelan en medio del cielo: Venid, y congregaos a la gran cena de
Dios, para que comáis carnes de reyes y de capitanes, y carnes de fuertes,
carnes de caballos y de sus jinetes, y carnes de todos, libres y esclavos,
pequeños y grandes.
Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra
y a sus ejércitos,
reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército.
Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante
de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca
de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos
dentro de un lago de fuego que arde con azufre. Y los demás fueron muertos con
la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se
saciaron de las carnes de ellos. (Apo_19:17-21)
Otra vez un ángel desempeña una función
principal en el Apocalipsis. Juan vio a este ángel que estaba “en pie en el
sol”. Esto significa en las proximidades del sol, posiblemente frente a él,
eclipsándolo parcialmente. Se paró en un lugar destacado para hacer su
importante anuncio. Es evidente que las tinieblas generalizadas asociadas con
la quinta copa (Apo_16:10) se habían
disipado, ya que el sol es otra vez visible. La remoción de esa previa
oscuridad explicaría también por qué el humo de Babilonia pudo verse en la
distancia (Apo_18:9-19).
Como a menudo han hecho los ángeles en Apocalipsis, el ángel
“clamó a gran voz”. Se dirige a todas las aves, invitándolas a alimentarse con
los resultados de la batalla que pronto acontecerá. El ángel les ordena a las
aves que se “congreguen a la gran cena de Dios”. El breve pero catastrófico día
del Señor traerá como resultado una matanza sin precedentes, con incontables
millones de cuerpos muertos (Apo_14:20). Incluso después que las aves hayan comido, llevará aún siete meses para enterrar los
cadáveres (Eze_39:12).
En la gran cena, las aves comerán
“carnes de reyes y de capitanes, y carnes de fuertes, carnes de caballos y de
sus jinetes, y carnes de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes”. Esta
afirmación tan abarcadora revela la magnitud mundial de la matanza. Dejar un
cadáver sin enterrar como comida para las aves es una indignidad extrema, en
especial para reyes orgullosos y capitanes poderosos. La misma suerte espera a
todos los rebeldes que aborrecen a Dios en todos los lugares del mundo.
Luego Juan vio “a la bestia, a
los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que
montaba el caballo, y contra su ejército”. La bestia es el anticristo (Apo_11:7; Apo_13:1-8), líder
del último y más grande imperio en la historia humana. Los reyes de la tierra
son los diez reyes (Apo_17:12-14). Su ejército
se ha reunido para guerrear contra Cristo y su ejército.
En un instante, “la bestia fue
apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las
señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la
bestia, y habían adorado su imagen; estos dos fueron lanzados vivos dentro de
un lago de fuego”. Esta es la primera mención en las Escrituras del lago de
fuego, que es el infierno final, el destino definitivo de Satanás, y sus
ángeles, y los no redimidos (Mat_25:41). Isaías
lo describió como un lugar donde “su gusano nunca morirá, ni su fuego se
apagará” (Isa_66:24), una descripción
de la que se hizo eco el Señor Jesucristo (Mat_13:42; Mar_9:48). Apo_14:11 dice de los que sufren allí: “el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no
tienen reposo de día ni de noche”.
“Y los demás fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes de ellos”. Privadas de sus comandantes, las fuerzas sin liderazgo del anticristo serán destruidas. Los demás de los reunidos para luchar contra Cristo fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo. Luego, tal y como el ángel lo predijo, todas las aves se saciaron de las carnes de ellos.