¿Qué debo hacer para ser desdichado? O; Cuando la verdad no nos libera

¿Qué debo hacer para ser desdichado? O; Cuando la verdad no nos libera
Se ve a las claras que Ester está seriamente perturbada desde el momento que entra a la sala de espera. Se arrima a su alto y delgado esposo y mira los cuadros de la pared, por sobre la hilera de cómodos sillones. Tiene la típica expresión que todo experto asocia ya sea con una severa depresión o con la esquizofrenia.
¿Acaso Jesús no ha dado la promesa para siempre y para cualquier época, de que la verdad tendría el poder de liberar a las personas?
En el consultorio habla pausadamente y con voz monótona. No mira a nadie en particular y hace largas pausas.
Otros consejeros y amigos cristianos le han dicho a Ester que no tiene por qué estar deprimida. Que todo es mental. Le han dicho que debería estar sonriente y feliz, después de todo, Jesús le ha dado su gozo. Le han aconsejado que ore más, que alabe más, que dé y haga más, y todas esas palabras bien intencionadas sólo han servido para deprimirla más. Ahora está sumida en el pozo oscuro de la desesperación, donde nadie ha podido penetrar.
El consejo que le dieron a Ester sus amigos y los consejeros era muy cierto, pero la hacía sentir culpable y bajo condenación. La verdad no le podía dar libertad. ¿Por qué? ¿Qué andaba mal?
En esa primera entrevista manifiesta confusión, desorientación y pensamiento alucinatorio. La lucha por su felicidad será una batalla campal con el mentiroso diablo. Se le hace un diagnóstico de depresión aguda, y la trataremos sin medicamentos. El arma terapéutica será la verdad.
Muchas veces, las personas que creen que aconsejar es algo sencillo, terminan causando culpa y ansiedad más bien que resolviendo el problema. Ester había sido devastada por los consejos que había recibido, aun cuando las palabras pudieran ser bien ciertas.
Imagina que tú eres el paciente en el siguiente diálogo. Has ido a alguien a quien respetas, para pedir consejo porque no puedes librarte de la depresión que sufres:
TU: Últimamente me he estado sintiendo deprimido. No logro sobreponerme. No entiendo qué me pasa.
CONSEJERO: ¿Por qué te sientes tan mal?
TU: No sé. No veo ningún motivo.
CONSEJERO: ¿Hay algún pecado que no has confesado?
TU: No creo. Pero estaría bien dispuesto a confesar cualquier cosa si piensa que es necesario.
CONSEJERO: ¿Alguien a quien no has perdonado?
TU:  No creo. Pero estoy dispuesto a orar si fuere necesario.
CONSEJERO: Tenemos que orar para que tus recuerdos sean sanados. (Oras con el  consejero.) (Después de orar.) Amigo, tienes que comprender que eres hijo de Dios. No está bien que tengas esos sentimientos. Jesús murió para quitarte la tristeza y la amargura, y las Escrituras dicen que  estemos siempre gozosos en el Señor.
TU: Sí, sé que tiene razón. Me siento muy mal por estar deprimido. Pero no logro alegrarme con nada.
CONSEJERO: ¡Tal vez ni siquiera alabas al Señor! ¿Alabas al Señor todos los días?
TU: Bueno, supongo que no. Quiero decir, especialmente cuando me siento tan deprimido como ahora ....
CONSEJERO: Cuando un cristiano anda verdaderamente en el Espíritu, la Biblia dice que experimentará vida y paz. Tu depresión es de la carne, no del Espíritu. No estás alabando al Señor y no andas en el Espíritu.
TU: Sé que tiene razón. Mi esposa (esposo, amigo) me dice lo mismo. Me dice que debo ser vencedor. Pero estoy tan deprimido ....
CONSEJERO: Escuchas las cosas que dices con tus labios, ¿quieres? Lo que dices, eso recibes.
TU: ¿Lo que digo, recibo?
CONSEJERO: Así es. Si dices que estás deprimido, estarás deprimido.
TU: ¿De modo que debo decir que no estoy deprimido?
CONSEJERO: La Biblia dice que el poder de la vida y de la muerte reside en la lengua. Pide, y recibirás. Lo sabes bien.
TU: Muy bien, no estoy deprimido. No estoy deprimido.
CONSEJERO: Así es mejor. Ahora, sencillamente regocíjate en el Señor. Alaba al Señor y en poco tiempo habrás superado esa depresión.
¿Cómo te sentirás después de esa sesión de consejos? Probablemente muy frustrado, y tal vez más culpable y deprimido que nunca.
¿Por qué es que la verdad no te liberó?
Examinemos el diálogo para ver lo que pasaba por la mente del consejero. Podríamos decir que creía que:
1. Una vez que se es cristiano, aconsejar es algo muy sencillo. Todo lo que hace falta es conocer algunos versículos y algunos principios que estén en boga.
No hay necesidad de escuchar a las personas, ya que el sentirse mal y tener problemas no resueltos siempre es el resultado del pecado y de no tener en cuenta la Palabra de Dios.
Todo lo que un consejero necesita para aconsejar a una persona que tiene dificultades, es conocer algunos pasajes de las Escrituras. Si la persona con problemas no quiere escuchar la verdad, mala suerte.
No todo lo que cree este consejero es falso. Es verdad que la Palabra de Dios sana y limpia ("Vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado", Jua_15:3), y es verdad que algunos problemas son el resultado del pecado y de no tener en cuenta la Palabra de Dios. ¿Por qué entonces es que las palabras del consejero no penetraron en lo hondo de la depresión y ayudaron a extraerla?
A Ester le decían que volviera a su casa y dejara de sentirse tan preocupada porque la preocupación es pecado y es una actitud egocéntrica. Sus amigos le decían que era egoísta al sentirse tan deprimida, y que si se arrepentía de su egoísmo, el Señor la limpiaría de su pecado y volvería a sentirse bien. No le ofrecían ningún medio para comprender su propia dinámica depresiva o algún procedimiento para poder cambiar. Sólo oía las severas exigencias de hacer precisamente lo que no podía hacer.
Ester debía dejar de sentirse mal y comenzar a amar al Señor como corresponde; después de todo, él había hecho mucho por ella, ¿por qué no podía ser más agradecida? Cuanto más oía esas palabras, más profundamente se encerraba en sus fracasos y errores. Comenzó a pensar que no valía nada y que tal vez no era ni siquiera cristiana.
A veces hasta se acusa a la persona que tiene dificultades, de tener demonios. Conocemos a una mujer a la que acusaron de poseer "el demonio del orgullo patriótico". Era extranjera y sus fuertes vínculos con su país natal aparentemente molestaban a sus acusadores. Otra mujer nos explicó de qué manera la habían acusado de poseer demonios: "Me dijeron que en mi casa había un 'espíritu del arte'. Quedé pasmada de pensar que en mi casa vivía un demonio del arte. De modo que quemé todos mis cuadros y regalé mi colección de antiguos libros y revistas. No quería estar fuera de la voluntad de Dios, de modo que dejé mi casa limpia de obras de arte. Me deshice de miles de dólares de valiosísimo arte".
La ayuda que no es de ayuda y la verdad que no libera pueden deberse a:
Consejeros o amigos que no tienen verdadero amor por las personas que están sufriendo.
No escuchar lo que la persona preocupada dice en realidad, y en lugar de escuchar buscando pistas para resolver el problema, cortar al individuo de entrada.
No preocuparse por conocer a fondo a la persona afligida.
Usar la Palabra de Dios como un garrote para golpear con la verdad.
Tener todas las respuestas y estar preparado para dar soluciones en todo momento.
La idea equivocada de que el consejero es una persona mejor y más valiosa que la persona afligida.
Jesús puede resolver cualquier problema que tengan los seres humanos, pero requiere sabiduría y discernimiento de parte del consejero saber cómo encararía el Señor a cada persona. El consejero debería orar pidiendo los dones espirituales de conocimiento y discernimiento, y la sabiduría para usarlos con efectividad. Ayudar a las personas a tener emociones sanas no es como hacer una receta de medicamentos para los resfríos y los dolores de garganta. No todos sufren ansiedad o depresión de la misma manera ni por las mismas razones.
No hay respuestas cliché para el sufrimiento emocional.
Hay muchas teorías, y cada "experto en teorías" cree tener la verdad. La causa de los problemas, de acuerdo a ciertas teorías de sicopatología, son los conflictos inconscientes, que a su vez fueron provocados por hechos e interacciones de la infancia. Similar a ésta es la idea de que los recuerdos son la causa de los problemas actuales, y que si se sanan los recuerdos, se sanan los problemas.
Otras teorías localizan la causa de todas las dificultades de la conducta en los genes, y ofrecen el dudoso consuelo de que tales cosas pueden erradicarse en las generaciones futuras, si nos casamos siguiendo el consejo que los científicos planifican para nosotros, o tal vez si alteramos nuestro material genético.
Otros científicos afirman que en la falta de equilibrio químico subyacen todas nuestras emociones indeseadas, y proponen que los sicofarmacólogos desarrollen compuestos, tabletas y cápsulas que, al ingerirlas, produzcan un mundo libre de ansiedades y depresión.
Hay algunos individuos religiosos que insisten en que los problemas emocionales siempre se deben a pecados de los cuales no nos hemos arrepentido y a falta de fe. Otras personas religiosas localizan la causa en el espíritu, bajo la suposición de que es inevitable la infestación de espíritus malos, especialmente en aquellos casos que ellas no entienden, como el síndrome dislógico y la esquizofrenia. En realidad, puede haber algo de verdad en todas estas teorías, pero ninguna de ellas por sí misma es suficiente para explicar y curar todas las conductas normales.
El hecho de que a veces ocurra la mejoría después de la aplicación de alguno de esos métodos de tratamiento, no significa que cada uno, por sí mismo, sea "la respuesta".
Dios quiere lograr la sanidad por medios tales como la oración, la imposición de manos, la unción con aceite, la liberación, los consejos, la dieta, los medicamentos, el trabajo, el juego, el aire fresco, el ejercicio, los amigos, el amor humano y a veces también, una relación sicoterapéutica. (Cuando el Señor ha elegido producir los efectos deseados a través del consejo, no es una alternativa a "dejar que Dios lo haga", sino el medio que él ha determinado usar en ese caso particular.)
Ester aprendió a escuchar las palabras y los pensamientos de su mente. Escuchó las palabras que se estaba diciendo a sí misma, las que perpetuaban sus sentimientos negativos.
— Odio tener que levantarme por la mañana —explicó en ese tono de voz letárgico que había adoptado— Las mañanas son horribles. Detesto tener que enfrentar la casa, los niños y el desorden. Detesto tener que salir de la cama. Pero también detesto ir a la cama. No puedo dormir. Me despierto cientos de veces durante la noche. Nunca me siento descansada. Sencillamente odio todo. No veo nada bueno en nada.
—Ester, cuando te despiertas por la mañana y te sientas al borde de la cama, ¿cuál es tu primer pensamiento?
—No sé si siquiera pienso algo. Me siento desdichada. Siento como que desearía morir —hace una pausa, mira la lámpara que hay sobre el escritorio, luego dice—: Me digo a mí misma que no puedo seguir así, que ya no doy más.
Otra larga pausa. Hace un gesto con la boca. —Nada de lo que hago está bien. Eso es lo que me digo a mí misma.
Ester pensaba que Dios le hacía exigencias imposibles, la vida le hacía exigencias imposibles. Pensaba que no podía estar al nivel de las expectativas que había respecto a ella, y ahora carecía de la fuerza para tratar de cumplir hasta sus propias expectativas. No estaba lejos de la verdad. Todo eso era demasiado para ella.
Ella misma había llevado su vida al estado en que estaba. Había soñado con casarse, con ser la esposa ideal. Había soñado con el día en que estaría rodeada de dulces niños, todos hermosos, adorables y obedientes. Había soñado vestirlos con ropas preciosas y tenerlos a su alrededor todo el día a modo de compañía; iba a estar encantada de ser madre. Quería ser la mejor esposa, la mejor madre, y la mejor cristiana que pudiera haber.
También su esposo tenía ciertas expectativas. Esperaba que Ester mantuviera la casa ordenada, enseñara a los niños a ser obedientes, a tener buenos modales y a ser respetuosos, y disfrutara al hacerlo; que tuviera siempre preparadas deliciosas comidas cuando él llegara del trabajo, se mantuviera bien vestida y atractiva, que le fuera fiel y supiera apreciarlo bien, que considerara sus necesidades como vitalmente importantes y que dependiera de él para disfrutar de la vida ....
Los niños requerían que ella estuviera el 100 por ciento del tiempo en casa para darles de comer, cambiarlos, acunarlos, vestirlos, cuidarlos y gozar de ellos. Se sentía culpable porque no lograba gozar de sus ruidosos niños y de su desordenada casa, y no comprendía por qué perdía los estribos tan a menudo durante el día.
Se comparaba a sí misma con sus amigas cristianas que parecían estar muy bien. Se comparaba a sí misma con las mujeres de las propagandas de la televisión cuyos pisos brillaban relucientes después de una rápida pasada de paño, y cuyos niños siempre limpios tenían un aspecto pulcro y actuaban en la forma correcta. Le eran familiares los programas de televisión donde el ama de casa parecía manejar todo a la perfección. Se miraba a sí misma y pensaba: "Soñé con una vida de casada que sería como el cielo, y esto se ha vuelto casi insoportable".
Expectativas demasiado grandes para poder cumplirlas, exigencias imposibles de lograr, ¿dónde estaba Dios en todo esto?
Su iglesia era activa, todos los días de la semana había algún programa. Ester asistía al estudio bíblico de mujeres del miércoles por la mañana, además del servicio del domingo por la mañana. Luego se unió a la Sociedad Misionera que se reunía los viernes, al grupo de oración de intercesión de los martes de mañana, y se ofreció como voluntaria para cuidar a los niños a la hora del culto el domingo por la noche. Una vez por mes participaba de la reunión unida de maestros de escuela dominical.
La gente la quería y apreciaba su disposición de ayudar. Ella pensaba que los demás esperaban que fuera enérgica, desprendida, atenta y que permanentemente estuviera compenetrada de todo. "El mundo nos observa", expresó desde el pulpito un domingo su pastor. "Siempre tengan en mente que el mundo tiene puesta la mirada sobre los cristianos. ¡Ustedes deben ser buenos testigos!"
Buen testigo, buena esposa, buena madre, buena cristiana, buena persona, buena cocinera, buena obrera de la iglesia, demandas, presiones, expectativas. Ester se forzó a sí misma a seguir luchando, probando, esforzándose por ser "buena", la "mejor", hasta que comenzó a fracasar a menudo, a sentirse culpable, y a estar deprimida.
Luego vinieron las exigencias de que se levantara por encima de sus sentimientos de depresión.
"¡Debieras ser una vencedora!"
"¡La depresión es un pecado!"
"¡Tienes que obtener la victoria!"
Las ideas de Ester acerca de la esposa, la madre y la cristiana perfectas, se escaparon de sus manos como serpentinas en el viento. Al no tener nada para reemplazar a estos ideales falsos, comenzó a sentirse inútil, derrotada, desprovista de metas, sin valor, y pecadora.
¡PERO LA VERDAD NOS HACE LIBRES!
Una causa frecuente de la conducta anormal es que las personas no examinan sus creencias (actitudes, ideas, pensamientos, monólogo interno), y que tienen la tendencia simultánea de no cuestionarlas, aunque sean penosas, crueles y FALSAS. Localizar e identificar las autofabricaciones que le causaban dolor, además de aprender la verdad basada en los hechos reales, fue el "milagro" terapéutico que inició la dramática recuperación de Ester.
Repitamos el Bosquejo de la terapia de tres puntos:
1. Localizar e identificar la creencia errónea en tus pensamientos y en tu monólogo interno.
(La creencia errónea de Ester, al menos en parte, era: "Soy un fracaso en la vida porque no soy la esposa y la madre que pensaba que sería y estar casada no es lo que la gente dice que es".)
2. Argüir la creencia errónea.
("No soy un fracaso simplemente porque no cumplí ciertas expectativas que eran irreales desde el comienzo. El matrimonio tal vez no sea lo que soñé, pero hay algunas cosas en él que no dejan de ser buenas".)
3. Reemplazar la creencia errónea con la VERDAD.
("A pesar de las cosas desagradables y deprimentes y de las pruebas que enfrento diariamente, puedo seguir adelante. La exigencia que se me impone de estar gozosa y con energías todo el tiempo es irrealista, y Jesús murió en la cruz para que no tenga temor de ser realista. No soy un fracaso por sentirme mal a veces. Soy hija de Dios, y tengo un Salvador que me libra de mis propias exigencias y expectativas, y también de las de los demás".)
Puedo cambiar las situaciones de mi vida que necesitan ser cambiadas, sin tener temor de estar cometiendo un error. Ya no me siento intimidada por las exigencias de los demás".
"Además", Ester se dijo a sí misma, "puedo soportar experiencias desagradables y admitir que ocasionalmente las tengo, a pesar de que siempre he creído la fábula de que las otras personas están gozosas todo el tiempo. Puedo estar contenta aun cuando las cosas no son como quisiera. Puedo soportar las dificultades porque "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (Flp_4:13).
Jesús enseñó que la verdad tiene poder de liberar. Dios trata de que, y quiere, que la verdad esté presente en nuestro interior. "He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría" (Sal_51:6). Esa es nuestra oración.
Ya sea que seamos nosotros los que estemos en dificultades o que estemos aconsejando a alguna persona que está sufriendo, nuestra tarea es comunicar la verdad que libera el ser interior, nuestra alma, el asiento de nuestras emociones.
Ester tuvo un progreso rápido cuando comprendió muchas de sus creencias erróneas. Se enseñó a sí misma a reemplazar las mentiras por la verdad en su vida. También se enseñó a ser compasiva consigo misma. Se enseñó a hablar de sus sentimientos con su esposo y a permitirle saber cuándo sus exigencias hacia ella eran irrealistas.
Tratar de adecuarse a las exigencias de los demás acabará con lo mejor de nosotros y nos hará perder nuestra autoestima, frente a la predominante amenaza del valor de los demás.
Es mediante el poder de la verdad que encontramos nuestro verdadero ser, si la ponemos como la base misma de nuestra vida. El decirnos la verdad a nosotros mismos nos libera para ser la persona plena, dinámica y amante que Dios ha planeado que seamos.
Recuerda que el mismo Espíritu que levantó a Jesús de la muerte, mora en ti. Eres su hijo y nunca estarás solo por el resto de tu vida, y por la eternidad, mientras te digas a ti mismo la verdad.