Las creencias erróneas respecto al autodesprecio

Oscar tiene 29 años. Sufre intensos ataques de ansiedad. Está nervioso, tenso y con frecuencia se siente deprimido "sin ninguna razón aparente". En casa suele tener explosiones de mal carácter, y tiene arranques de furia por cosas ínfimas. Fuera de casa generalmente es tan amable y suave como una oveja, en el trabajo le dicen "Don Amable" y en la iglesia se lo conoce como la persona que está dispuesta a hacer cualquier cosa por otros, el Buenazo Oscar.
Oscar ha estado agradando a la gente durante muchos años. Siempre ha hecho lo que piensa que la gente espera de él. Las principales decisiones de su vida, como estudios, matrimonio, la elección de una carrera, las tomó mayormente por influencia de los demás. Cuando tenía la aprobación de sus semejantes, se sentía haciendo lo correcto. Se sentía valioso cuando tenía la aprobación y la aceptación de los demás.
En su adolescencia, le resultaba muy importante que lo aceptaran como parte del grupo. Se esforzaba por ser popular, tener aplomo, y por estar "en la onda". Los otros adolescentes lo querían y tenía muchos amigos. También era popular entre las muchachas.
No había nada de extraño en esa manera de ser, porque la necesidad de ser aceptado y de pertenecer a un grupo es común a todos los adolescentes. Es en este momento de la vida en que el temor al rechazo social es más fuerte que el temor a ser herido o a morir. Oscar era un adolescente promedio, diríamos, porque buscaba ser aceptado y aprobado por los demás.
 Pero luego se graduó de la secundaria. La mayoría de sus amigos ingresaron a la universidad estatal, de modo que lo mismo hizo Oscar. Allí estaban de moda las drogas y la bebida. Oscar imitó a los demás. Sus amigos se drogaban, Oscar se drogaba; sus amigos tenían una moral liviana, Oscar también. Sus padres se preocupaban por él porque estaba perdiendo clases. Amigo de todos, Oscar comenzó a andar mal después de dos semestres.
Logró continuar en la facultad en forma condicional, pero muchos de sus compañeros estaban abandonando sus estudios. Algunos de ellos se casaban. Oscar comenzó a salir con una muchacha que no fumaba ni bebía, lo cual agradaba a sus padres, quienes estimulaban la relación. Oscar no estaba seguro de que quería seguir con ella, pero cuando comenzó a pensar en tomar la decisión de dejarla, ella salió con la novedad de que estaba embarazada.
Oscar se casó con la muchacha, porque era lo que se esperaba de él. Dejó definitivamente los estudios, abandonó la idea de hacer cursos nocturnos, y comenzó a trabajar en la compañía de su suegro, donde sigue hasta hoy.
Hace tres años Oscar y su esposa tuvieron una experiencia de conversión y entregaron su vida a Jesús. Sus dos hijos son cristianos y aman al Señor también, y constituyen una familia activa en la iglesia. Pero Oscar no es feliz.
No entiende qué es lo que anda mal. Cuando le entregó su corazón a Jesús, muchas veces dio su testimonio contando de lo que lo había librado el Señor. Hablaba de su vida pasada con las drogas y la liberalidad moral y de lo contento que estaba en ser una nueva persona en Cristo, lavado con la sangre de Jesús. Los cristianos de su iglesia estaban asombrados de ver lo que podía hacer el poder de Dios en la vida de una persona. Entonces, ¿por qué se sentía tan desdichado?
"¿Qué me pasa?", preguntaba Oscar. "Debiera estar lleno de gozo. ¡Soy creyente!"
Piensa que tiene que controlar sus sentimientos negativos, porque eso es lo que los demás esperan que haga. Piensa que si permite que emerjan sus verdaderos sentimientos, se verá juzgado y condenado por ellos. Ya ha dado su testimonio de lo mucho mejor que es su vida ahora que es creyente. Y no quiere parecer hipócrita al exponer sus sentimientos de depresión y descontento.
Oscar se ha enseñado durante años que tiene que cumplir las expectativas de la gente que lo rodea. En la iglesia hace y dice exactamente lo que piensa que la gente espera de él. Se viste, habla, camina y hace las cosas como creé que la congregación y el pastor esperarían de un creyente ejemplar.
También en el trabajo hace lo que se espera de él. Se lleva bien con su suegro porque tiene su aprobación. Pero la verdad es que no le gusta el trabajo que hace, pero es más importante para él ser aceptado que hacer otra cosa que le guste. En realidad, confunde ambas cosas. Asocia el tener la aprobación de los demás con el ser feliz.
En su hogar, piensa que su esposa tiene ciertas expectativas de él, y en consecuencia, trata de cumplirlas. La casa, el automóvil, los muebles, los aparatos eléctricos del hogar, incluso las vacaciones, todo lo provee de un modo aceptable y agradable. Todo el mundo está satisfecho. Todo es perfecto y de primera. Entonces, ¿qué anda mal?
En toda su vida Oscar no se ha permitido pensar en sí mismo y en sus necesidades como algo importante. Y llevó esa misma idea a su vida cristiana. Y como esas ideas no siempre son fáciles de detectar, pudo seguir fabricando su personalidad perfeccionista sin que nadie llegara a percatarse, y menos él mismo. Después de todo, ¿acaso los creyentes no deben honrar a sus prójimos más que a sí mismos?
Pero no se puede honrar al prójimo como es debido si uno no se da a sí mismo el honor que le corresponde. En el mejor de los casos tendrás sentimientos neuróticos y de autodesprecio. Dios no quiere que nos degrademos. Quiere que seamos mentalmente sanos y firmes.
El que se degrada a sí mismo trata de halagar a los demás para obtener su aprobación. Si los otros no lo aprueban, se siente que no tiene valor. Sus propias buenas opiniones respecto a sí mismo no valen nada. Las opiniones de los demás son las que cuentan.
Oscar no considera que sus propios sentimientos y necesidades son importantes. Mientras esté agradando a otros, piensa que la vida está andando sobre ruedas. Mientras los demás lo quieran y lo acepten, siente que las cosas van bien. Pero ahora está descubriendo que las cosas no van tan bien.
Con casi treinta años todavía sigue viviendo las ansiedades de un adolescente. Y por eso no puede amar verdaderamente a los demás.
Algunas de las creencias erróneas de Oscar son:
La manera de conseguir que otros me acepten es ser y hacer lo que ellos quieren que yo sea y haga.
Actúo más como un creyente si procuro agradar a los demás en lugar de a mí mismo.
Las demás personas tienen derecho a juzgar mis acciones.
Es malo y no estoy procediendo como un creyente si pienso o considero que mis propias necesidades son importantes, en comparación con las de los demás.
No es correcto el no estar dispuesto a olvidar mis propios intereses para agradar a los amigos y a la familia cuando ellos así lo desean.
El agradar a los demás es una póliza de seguro que garantiza que la gente será buena conmigo en respuesta a ello. Cuando yo me encuentre con alguna gran necesidad, ellos dejarán de lado sus necesidades para ayudarme.
Cuando los demás están descontentos conmigo, no puedo tener un solo momento de paz ni de felicidad.
La aprobación de todos los demás es esencial a mis sentimientos de bienestar y de paz mental, ya que Dios no quiere que yo esté contento a menos que todos me aprueben.
Ser como los demás quieren que sea es la única manera de lograr que me quieran.
10. El agradar a otros y hacer lo que ellos esperan que yo haga es la única manera de ganar amigos.
Si crees cualquiera de las ideas que acabamos de enumerar, estás creyendo una mentira.
En 1Sa_18:1 leemos que el alma de Jonatán estaba ligada al alma de David, y que Jonatán amaba a David como a sí mismo. Cuando ocurre una verdadera unión de almas en una amistad sincera, no es desequilibrada ni se distorsiona, no es el resultado de agradar ni de lograr la aprobación de los demás. Es una relación de unión, de almas ligadas. Jesús enseñó que tenemos que amar a los otros como a nosotros mismos (Mat_19:19).
"Amarás a tu prójimo como a ti mismo", implica considerar las necesidades de los demás como igualmente importantes que las tuyas propias, valorar las opiniones de los demás igual que las tuyas, respetar los derechos de los demás tanto como tus propios derechos. Significa que las otras personas no son menos importantes que tú, pero que tampoco son más importantes. Esta manera de pensar implica esfuerzo. A veces es más fácil y más cómodo degradarte a ti mismo y considerar que las opiniones de los demás son más importantes que las tuyas. Oscar se apoyaba en las otras personas en cuanto a sus sentimientos de autoestima. Si alguno no lo aceptaba y no lo quería, pensaba que algo andaba mal en él.
La Biblia nos enseña dos cosas muy importantes acerca de la autoestima.
Nuestra vida, incluyendo nuestras opiniones, sentimientos, deseos y necesidades, no es menos importante ni valiosa que la de ningún otro.
Nuestra vida, incluyendo nuestras opiniones, sentimientos, deseos y necesidades, no es más importante ni valiosa que la de ningún otro.
Cuando Jesús dijo: "Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos" (Jua_15:13), preparó el camino para que nosotros pudiéramos amarnos a nosotros mismos en el sentido más puro. La condenación, la culpa, la desesperación, la autodegradación, la vergüenza y el odio hacia ti mismo, todos han sido clavados en su cuerpo en la cruz. Al llevar nuestro pecado con él a la cruz, nos dio libertad para que pudiéramos vivir vidas saludables y abundantes, con actitudes sanas, puras y limpias. Cuando nuestras vidas son realmente hermosas a los ojos de Dios, es cuando son puras y limpias en el más santo sentido. Le agradamos cuando vivimos rectamente delante de él, como él nos ha mostrado que debemos hacerlo. Si hundimos nuestras vidas bajo el peso de la culpa y el autodesprecio, no estamos cumpliendo el verdadero sentido del versículo anterior: "Nadie tiene mayor amor que este . . .".
Conocemos lo que es el amor [recuérdalo: de Dios] porque Jesucristo dio su vida por nosotros; así también, nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos (1Jn_3:16—Versión Popular).
¿De qué le sirve a Dios o a cualquier otro que hundas tu vida porque no te aguantas a ti mismo? Jesús murió en la cruz por ti, y el despreciarte a ti mismo es como insultarlo a él. Tenemos que despreciar el pecado, y no a las personas.
No debemos olvidar que nuestra vida se compone de cosas como la honestidad, el valor, el sentido del humor, y la más preciosa de las posesiones: la sabiduría. Estas cosas nos podemos dar los unos a los otros como regalos, en forma generosa y cariñosa.
Eliana es una mujer muy parecida a Oscar, pero mientras que Oscar responde a sus creencias erróneas con sentimientos de depresión y de abatimiento, Eliana reacciona con furia. Tiene 35 años pero aparenta 45. Ojerosa, lánguida, gastada, casi nunca se ríe ni se relaja. Durante años ha creído que tenía que sublimar sus propias necesidades en favor de las de los demás, y ahora se siente cansada de ello. Dice que siempre ha sido el felpudo de la familia y de los amigos. Incluso los desconocidos han aprovechado de ella.
"La Biblia dice que hay que dar, y eso es lo que hago", dice enojada. Pero está perturbada porque se siente culpable de ese enojo. Las palabras le salen con amargura y resentimiento.
"Nadie nunca hace nada por mí", dice, "y haga lo que haga, los demás no manifiestan ningún respeto hacia mí. Todo lo que soy es una cosa que los demás pueden usar, eso es todo. No debiera estar irritada, lo sé. Supongo que es egoísmo de parte mía. Y no sé cómo evitarlo. Tal vez soy una mala cristiana, pero no lo puedo evitar".
La Palabra de Dios nos dice que tengamos comunión unos con otros, que nos amemos unos a otros; nos enseña a dar, compartir y perdonar; a ser amables, generosos y de corazón tierno. En realidad el Señor nos dice que debemos soportarnos unos a otros, pero no de una manera degradante, ni por motivos autocondenatorios; no para convertirnos en esclavos de los antojos de otras personas, y tampoco con el objeto de agradar a la gente. Todos éstos son indicadores del autodesprecio. El "felpudo" de Eliana en realidad era egoísmo con otro disfraz.
—¿Qué te hace pensar que eres una mala cristiana? —le preguntamos a Eliana.
—Un cristiano no debiera irritarse así. Se supone que debiera poder controlarme. Que tengo que dar, dar y dar sin esperar nada en retribución. Todo ese asunto de negarse a sí mismo —dice al tiempo que golpea la silla con la palma de la mano—. Me desvivo haciendo cosas por mis amigos, por mis hijos, por mi esposo. Y no sólo eso, tengo una madre muy exigente. Todavía me tiene llevándola en el coche por toda la ciudad porque ella no quiere conducir. Tengo seis hijos y aunque esté en medio del almuerzo, si ella me llama por teléfono, espera que deje todo y corra a ver qué necesita.
—¿Y lo haces?
—¡Por supuesto! Probablemente mi madre sufriría un ataque al corazón si no lo hiciera. Ella espera que lo haga. Así es como me tratan todos. No soy más que una cosa para ser usada.
—Has dicho eso antes. ¿Qué quieres decir con eso de una cosa para ser usada?
—No soy nada. N-a-d-a.
—¿Quién lo dice?
—¡Todo el mundo! Mire cómo me tratan.
—¿Es que los demás deciden lo que tú vales?
—¿Qué quiere decir?
—Bueno, ¿por qué crees que todos los demás deciden si eres o no una persona importante y valiosa? ¿Dónde quedó tu propia opinión sobre ti misma?
—La opinión que tengo de mí misma es un asco.
—Si tu opinión de ti misma es así, ¿cómo pretendes que los demás te traten con consideración y respeto?
—No sé y no me interesa. Todo lo que sé es que todo el mundo puede irse a freír espárragos.
Se puede ver la amargura en las palabras de Eliana. Toda su vida ha luchado para obtener la aprobación y el amor, y ahora se da cuenta de que no ha dado resultado. Por todos sus años de sacrificio no ve otra cosa que polvo y vacío. Se ha convertido a sí misma en víctima de los antojos de los demás con el objeto de agradarles y obtener su aprobación y su amor. Si alguien le decía que era una persona generosa y encantadora, tal vez se sentía valiosa por unos momentos, aunque estuviera en desacuerdo. Cuando no percibía palabras de aceptación y aprobación, se sentía desesperada y desolada. Realmente cree que no es nada más que una cosa para ser usada por los demás.
Las personas a quienes Eliana se entregó más a fondo, como su madre —quien pensaba que no era un abuso llamarla a cualquier hora para que la llevara a alguna parte—, fueron las que le dieron el menor pago en cuanto a amor y aceptación. Eliana pensaba que tenía que ganarse su valor y ganarse el derecho de ser querida, de modo que cuanto más se esforzaba y luchaba, peor se sentía.
Es probable que ya hayas detectado algunas de las creencias erróneas de Eliana:
• Si no doy, doy y doy, no soy una buena cristiana. (Eliana no estaba dando, en realidad estaba haciendo cosas para obtener algo para sí misma.)
Tengo que recibir aprecio por todas las cosas que doy. (El verdadero dar ni siquiera necesita ser reconocido.)
Mi autoestima depende de las opiniones de los demás.
El amor es algo que hay que ganar, y por lo cual hay que realizar un esfuerzo.
El respeto es algo que hay que ganar con esfuerzo.
Si no hago lo que las otras personas quieren y esperan de mí, no me querrán.
Si no hago lo que las otras personas quieren que haga, no merezco su aprobación y amistad.
Otras personas tienen el derecho de pedir cualquier cosa de mí, y debo hacerlo para evitar que se ofendan conmigo.
Si los demás no me dicen que soy una buena persona, entonces, es que no lo soy.
Si alguien no me aprecia, quiere decir que hay algo malo en mí.
Si alguien está irritado conmigo, seguramente es culpa mía.
Es mi deber hacer que todo el mundo se sienta feliz y cómodo.
Es mi deber matarme trabajando por mi familia. Si no lo hago, me podrían rechazar.
Eliana pensaba que su problema era no poder dar suficiente. Algunas otras mentiras que se decía a sí misma eran las siguientes:
El rechazo y el no ser aceptado son cosas terribles.
A pesar de todo lo que hago para obtener aprobación, todavía hay personas que no me aceptan y me rechazan . . . Eso implica que soy mala.
Es malo enfurecerse.
Me enojo. Eso implica que soy mala.
Es terrible ser una cosa que todo el mundo usa.
Soy una cosa que todo el mundo usa, por lo tanto soy terrible.
Es terrible no poder dominar mis sentimientos negativos.
No puedo dominar mis sentimientos negativos, por lo tanto soy terrible.
Eliana tenía que aprender, primero, que ella es importante y valiosa porque Dios lo dice; y segundo, que ella coincide en esto con Dios. La gente no reacciona favorablemente hacia la persona que se odia a sí misma. Eliana buscaba el respeto por sí misma, y de ese modo sólo afloraban sus sentimientos egoístas subyacentes. Dependía de los demás para saber si valía algo o no. Pero otras personas no le manifestaban el respeto que trataba tan fervientemente de ganarse.
Hay una diferencia entre el autorrespeto y el egoísmo. La persona que se respeta verdaderamente, puede interesarse genuinamente en los demás, dedicarse a otras personas sin temor. Incluso puede darse la ocasión en que lo más amoroso que pueda hacer por otra persona será decirle: "NO". Sin embargo, una persona egoísta es codiciosa, temerosa y manipuladora. Eliana tenía muchos de estos patrones de conducta y la obligamos a enfrentarlos. Generalmente, la tendencia a la codicia y al egoísmo de un individuo lo hacen vivir para la aprobación de los demás, siempre luchando para satisfacer una necesidad insaciable de su interior.
Tanto Eliana como Oscar tuvieron que aprender que un cristiano es una persona importante, especial, querida, y punto. Su autoestima, tanto como la tuya y la mía, no depende de la opinión de los demás, sino de la declaración de Dios. Somos templos de Dios, en la tierra, templos vivos, verdaderos y honestos donde el Rey Todopoderoso vive y tiene su morada. "¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?" (1Co_3:16). Una cosa totalmente piadosa que tienes que hacer es tener respeto por ti mismo y amarte.
"¿Piadosa?", preguntó Eliana. "¿Cómo puede ser piadoso amarme a mí misma? Pensé que eso era ser vanidosa".
Para amarte a ti mismo tienes que ser una persona hermosa, y eso ocurre cuando una persona permite que su ser sea crucificado en cuanto al pecado (al egoísmo) y comienza a vivir para Dios, por el poder del Espíritu Santo.
La vanidad no va acompañada de paz y contentamiento. Puedes reconocer tus propias motivaciones piadosas por la paz y el contentamiento que las rodean. No vivirás luchando si tus motivos son piadosos.
PIEDAD Y CONTENTAMIENTO
"Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento" (1Ti_6:6), es un versículo para los que se odian a sí mismos. Cuando haces lo que el Señor te muestra que debes hacer, puedes experimentar un verdadero contentamiento aun en cuestiones difíciles y en tiempos también difíciles. Un índice de que una persona busca agradar a los demás es que no tiene contentamiento. 
Cuando las cosas se ponen difíciles, el que busca agradar a las personas empieza a hallar faltas y se queja. Eventualmente, si las cosas siguen mal, se irrita.
Eliana exclamaba con exasperación: "¡Que se vaya a freír espárragos todo el mundol"
Oscar tenía arranques de mal genio en su hogar y les gritaba a sus hijos por lo más mínimo.
Amarse a sí mismo es estar contento con nosotros mismos aunque las demás personas no nos acepten. Con la aprobación de Dios, ya no estamos obligados a ganar el amor y la aceptación de los demás. Estamos libres para ser nosotros mismos: para bien o para mal.
Amarse a sí mismo no es egoísmo. No te conviertes en un matón agresivo que exige el cumplimiento de su voluntad a todos los que le rodean. ¡Lejos de eso!
El amor a sí mismo se ve en el autorrespeto, la sabiduría y la integridad. Se ve en la nobleza de la humildad. Te amas y te respetas a ti mismo porque perteneces al Señor Jesús. Tu vida es de él, y el Espíritu Santo vive en el templo que es tu persona. El Señor te ha diseñado y creado maravillosamente, como lo ha hecho con los que te rodean. Te amas a ti mismo, por eso puedes amar a los demás.
La hora de la verdad de Oscar llegó cuando le pedimos que respondiera seriamente a la pregunta: "¿Cuánta importancia tiene para ti que siempre puedas agradar y ganar la aprobación de los demás?"
Se sorprendió de descubrir cuánto de su vida la había pasado únicamente tratando de agradar e impresionar a los otros. Para este momento ha hecho muchos cambios en su vida, y ha aprendido a respetarse a sí mismo en base a quién es. Eliana también ha realizado cambios en su vida. Al cambiar sus actitudes y las creencias erróneas que mencionamos, ha descubierto que puede lograr el respeto de los otros simplemente siendo ella misma.
Cuando dejes de luchar para obtener la aprobación de los demás, la obtendrás sin esforzarte. Cuando te aprecies a ti mismo, también otros lo harán. Cuando te aceptes a ti mismo, también los demás lo harán. ¿Y si no te aceptan, te aprueban y te quieren? ¿Qué pasará?
Descubrirás que puedes vivir sin eso. ¡No es terrible no ser aceptado!
Háblate a ti mismo cosas que son verdaderas en lugar de las creencias erróneas que puedes estar albergando en tu sistema de creencias. ¡Está bien aunque no todo el mundo me quiera!
LA VERDAD
No es necesario que todos me quieran.
No tengo que ganarme la aprobación y la aceptación de nadie.
Soy un hijo de Dios, y él me ama profundamente, me ha perdonado, y por eso soy aceptable. Yo me acepto a mí mismo.
Mis necesidades y deseos son tan importantes como los de otras personas.
El rechazo no es terrible. Puede ser un poco desagradable, pero no es terrible.
El no ser aceptado ni aprobado por los demás no es terrible. Puede no ser deseable, pero no es terrible.
Si alguien no me quiere, lo mismo puedo vivir. No necesito trabajar duro para obtener su cariño.
Puedo dominar mis sentimientos negativos distinguiendo la verdad de las creencias erróneas.
Es una creencia errónea el pensar que debo agradar a los demás y ser aprobado por ellos.
Jesús murió por mí en la cruz para librarme de la creencia errónea de que otros deben decidir mi valor.
Medita en lo siguiente:
El agradar a los demás es un principio que puede estar directamente opuesto a la regla básica de la vida cristiana: agradar a Dios. La voluntad de Dios para ti puede estar en desacuerdo con los reclamos, demandas y deseos de otras personas. La voluntad de Dios en relación a Jesús, por ejemplo, era contraria a las demandas de la multitud que quería convertirlo en rey después que alimentó a los cinco mil con la escasa comida del niño (Juan 6). Los discípulos se opusieron firmemente a la voluntad de Dios en relación a Jesús cuando profetizó su próxima crucifixión y muerte. Pedro quedó totalmente desconcertado por la noticia: "En ninguna manera esto te acontezca", le dijo a Jesús, y el Señor respondió: "¡Quítate de delante de mí, Satanás!" (Mat_16:22-23).
Frecuentemente, la voluntad de Dios para ti requerirá que dejes de lado los deseos de los demás y pongas en primer lugar los tuyos. Hubo ocasiones en que Jesús puso en primer lugar su propia necesidad de descanso y alimento antes que el ministrar a los demás. Si tratas de descuidarte a ti mismo y a tus necesidades (a menos que estés bajo la dirección de Dios para hacerlo), te provocarás dificultades sicológicas y espirituales. Ser cruel con uno mismo no es necesariamente santo. Jesús ya hizo tu penitencia en la cruz. Eres libre de vivir en el amor, tanto de recibir como de dar.
Al razonar acerca de lo que debes hacer en tu vida, es muy simplista suponer que lo más importante es la regla de que lo que agrada a los otros seguramente está bien. Es cierto que las necesidades críticas de otras personas muy probablemente reciban un lugar de preferencia frente a tus propios planes y necesidades menos críticas, y a veces quizás frente a tus necesidades críticas también. Si encuentras un hombre que está muriendo en la entrada de tu casa, cuando vas camino a una reunión de oración, probablemente no irás a la reunión de oración para atender al hombre. Pero nota esto: La pregunta que debes responder no es la siguiente: ¿Hay alguien que espera esto de mí?, sino más bien: ¿Me está dirigiendo Dios para hacerlo?
Si vives para agradar a los demás, cualquier respuesta negativa, crítica o muestra de desagrado, tenderá a hundirte. Te causará gran perturbación pensar que otros no están muy contentos contigo. Tienes que aprender a tomar las críticas y manejarlas como si fueran "nada", para citar a Pablo, quien sabía que el verdadero juez es el Señor (1Co_4:3-4).
Aun cuando nadie te apruebe ni te quiera, todavía puedes sobrevivir. Jesús lo pudo hacer. Muchos otros han logrado vivir a pesar de recibir mucha desaprobación de parte de los demás. Si estás dispuesto a creer la Palabra de Dios: "No te desampararé, ni te dejaré" (Heb_13:5), no hay ninguna razón para que pienses que te vas a venir abajo ni desintegrar cuando otros no te muestren su aprobación. Por supuesto, el desagrado de los demás no es fácil de tolerar, y puede ser difícil de aguantar, especialmente cuando las personas que cuentan mucho para nosotros no nos aprueban. Sin embargo, si hay que soportarlo, lo podemos hacer. Y la mayoría de las veces la desaprobación de los demás es de corta duración y limitada. Es muy difícil que se dé una situación en la que nadie nos apruebe o nos quiera.
Muchas de nuestras costumbres sociales nos enseñan a manipular las situaciones para lograr aceptación y aprobación. Si invitas a la familia Pérez a almorzar, ellos te invitarán a ti. Si ayudas a la familia Pérez a pintar su casa, probablemente te ayudarán a pintar la tuya. Si invitas a la familia Pérez a cenar a un restaurante, es probable que ellos te inviten a ti. Es la filosofía de "favor con favor se paga".
Los motivos piadosos son más elevados. Dicen: "Tú eres importante para mí, y quiero que tú te preocupes por mí. Sin embargo, no voy a demandar o insistir en que te preocupes por mí, y no me voy a matar paya obtener tu aprobación, afecto o amistad. Yo me preocupo por ti, y también me preocupo por mí, porque Jesús murió por cada uno de nosotros".
Una motivación piadosa dice: "Tú eres importante y yo también lo soy. Jesús nos ama, y nos ama por igual".
Puedes librarte para siempre del autodesprecio cuando sepas libre y completamente que la aprobación de Dios es mucho más preciosa que la aprobación de la gente.