Mateo 10:8
Fritz Kreisler, uno de los violinistas más grandes del mundo dijo: “Nací con la música en mi interior, conocí las partituras musicales instintivamente antes de que aprendiera el ABC. Fue un don de la Providencia y no algo que adquirí por mi propia cuenta. Así que ni aun siquiera merezco que se me agradezca por la música... La música es demasiado sagrada para venderla. Los precios ultrajantes que las celebridades musicales cobran hoy son verdaderamente un crimen contra la sociedad”.
Estas son palabras que debería tomar muy a pecho cualquiera que trabaja en la obra cristiana. El ministerio cristiano consiste en dar, no en recibir. La cuestión no es: “¿Qué hay aquí para mí?”, sino más bien: “¿Cómo puedo dar a conocer mejor el mensaje del Señor Jesús a un mayor número?” En el servicio de Cristo, es mucho mejor que las cosas cuesten en vez de que deban ser pagadas.
Es verdad que: “El obrero es digno de su salario” (Lc. 10:7), y que: “los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio” (1 Co. 9:14). Pero esto no justifica que un hombre le ponga precio a su don o que cobre honorarios excesivos por hablar o cantar en diversas ceremonias. Con nada se justifica cobrar derechos exorbitantes por utilización de himnos.
Simón el mago quería comprar el poder de dar el Espíritu Santo a los demás (Hch. 8:19). No cabe duda que vio esto como un modo de ganar dinero para sí mismo. De su nombre y por su acción se deriva nuestra palabra “simonía”, que significa comprar o vender privilegios religiosos.
No es exagerado decir que el mundo religioso de hoy en día está plagado de simonía.
Si el dinero pudiera de alguna manera eliminarse de la así llamada obra cristiana, mucho de esto se detendría de inmediato. Pero aún quedarían siervos fieles del Señor que proseguirían hasta agotar la última pizca de su fuerza.
Hemos recibido de gracia; debemos dar de gracia. Cuánto más demos, mayor será la bendición, y más grande la recompensa, buena medida, apretada, remecida y rebosante.