Mateo 11:26.
En la vida de casi todos nosotros hay cosas que nunca habríamos escogido y de las que nos gustaría deshacernos, pero que jamás podrán cambiar. Por ejemplo, los impedimentos físicos o anormalidades. Puede tratarse de una enfermedad crónica o terminal que no nos dejará jamás. Bien puede ser un desorden nervioso o emocional que persiste como invitado inoportuno.
Muchos viven vidas derrotadas, soñando solamente en lo que pudo haber sido y nunca fue. Si nada más hubieran sido más altos. Si tan sólo tuvieran una mejor apariencia. Si solamente hubieran nacido en una familia diferente o fueran de otra raza o sexo. Si sólo tuvieran un cuerpo hecho para sobresalir en atletismo. Si únicamente pudieran tener buena salud.
La lección que tales personas deben aprender es que pueden encontrar la paz si aceptan lo que no puede cambiar. Somos lo que somos por la gracia de Dios. Él ha planeado nuestra vidas con amor infinito e infinita sabiduría. Si pudiéramos ver las cosas como Él las ve, las habríamos arreglado exactamente como lo hizo. Por lo tanto, debemos decir: “Sí, Padre, porque así te agradó”.
Pero debemos avanzar un paso más. No tenemos que aceptar estas cosas con un espíritu de humilde resignación. Si sabemos que fueron permitidas por un Dios de amor, podemos hacer de ellas causa de alabanza y regocijo. Pablo oró tres veces para que el aguijón en su carne le fuera quitado. Cuando el Señor le prometió gracia para soportarlo, el apóstol exclamó: “De muy buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo” (2 Co. 12:9).
Es un signo de madurez espiritual que podamos regocijarnos en las circunstancias aparentemente adversas de la vida, y que las usemos como un medio para glorificar a Dios. Fanny Crosby aprendió la lección temprano en su vida. Cuando tenía tan sólo ocho años, la poetisa ciega escribió:
¡Oh, que niña tan feliz soy
Aunque no puedo ver!
He resuelto que en el mundo
Contenta viviré.
¡Cuántas bendiciones tengo yo,
Que otros no pueden disfrutar!