Tamar y Amnon

“Luego la aborreció Amnón con tan gran aborrecimiento, que el odio con que la aborreció fue mayor que el amor con que la había amado”
(2Sa_13:15).
Amnón ardía con pasión por su media hermana Tamar. Ella era hermosa, su belleza había despertado la codicia, y “se enamoró”, esto es, estaba carnalmente determinado a poseerla. Se sentía frustrado porque sabía que lo que deseaba hacer estaba claramente prohibido por la ley de Dios. Pero el deseo le consumía y ninguna otra consideración parecía importante. Así que un día se fingió enfermo, la convenció de que entrara a su habitación y la violó. Estuvo dispuesto a sacrificarlo todo por aquel momento de pasión carnal.
Pero en seguida el deseo se tornó en odio. Después que egoístamente se hubo aprovechado de ella, la despreció y probablemente deseó nunca haberla visto. Ordenó que fuera expulsada de su alcoba y cerró la puerta tras ella.
A través de los años esta historia se ha repetido casi cada día. Hablan de “enamorarse”, pero es pasión carnal y egoísta. En nuestra alocada sociedad, las normas morales en su mayor parte han sido abandonadas. El sexo prematrimonial se acepta como lo normal. Las parejas viven juntas sin la formalidad del matrimonio. La prostitución se legaliza y la homosexualidad a llegado a ser un estilo de vida aceptable.
Jóvenes y viejos igualmente ven a alguien que les gusta y ¡no hay más que hablar! No reconocen otra ley. No están atados a ningún tipo de cohibición. Determinados a conseguir lo que desean, albergan cualquier pensamiento bueno o malo, y concluyen que no podrían vivir una vida normal de alguna otra manera. Así que dan el paso decisivo, como hizo Amnón, pensando ilusamente que sólo así se realizan en la vida.
Pero lo que parece tan hermoso prospectivamente, cuando se ve retrospectivamente luce casi siempre horripilante. El sentimiento de culpa siempre está presente, aunque se niegue con vehemencia. La pérdida mutua de respeto propio es inevitable, conduce al resentimiento, después a las disputas y más tarde al odio. La persona que antes parecía tan indispensable ahora resulta positivamente repulsiva. De allí sólo hay un corto paso para llegar a los golpes, los litigios y hasta el asesinato.
La concupiscencia es un pésimo fundamento sobre el que jamás podrá construirse una relación duradera. Los hombres ignoran voluntariamente lo que la ley de Dios afirma de la pureza a su propio riesgo y destrucción. Sólo la gracia de Dios puede traer perdón, sanidad y restauración.
“Luego la aborreció Amnón con tan gran aborrecimiento, que el odio con que la aborreció fue mayor que el amor con que la había amado” (2Sa_13:15).
Amnón ardía con pasión por su media hermana Tamar. Ella era hermosa, su belleza había despertado la codicia, y “se enamoró”, esto es, estaba carnalmente determinado a poseerla. Se sentía frustrado porque sabía que lo que deseaba hacer estaba claramente prohibido por la ley de Dios. Pero el deseo le consumía y ninguna otra consideración parecía importante. Así que un día se fingió enfermo, la convenció de que entrara a su habitación y la violó. Estuvo dispuesto a sacrificarlo todo por aquel momento de pasión carnal.
Pero en seguida el deseo se tornó en odio. Después que egoístamente se hubo aprovechado de ella, la despreció y probablemente deseó nunca haberla visto. Ordenó que fuera expulsada de su alcoba y cerró la puerta tras ella.
A través de los años esta historia se ha repetido casi cada día. Hablan de “enamorarse”, pero es pasión carnal y egoísta. En nuestra alocada sociedad, las normas morales en su mayor parte han sido abandonadas. El sexo prematrimonial se acepta como lo normal. Las parejas viven juntas sin la formalidad del matrimonio. La prostitución se legaliza y la homosexualidad a llegado a ser un estilo de vida aceptable.
Jóvenes y viejos igualmente ven a alguien que les gusta y ¡no hay más que hablar! No reconocen otra ley. No están atados a ningún tipo de cohibición. Determinados a conseguir lo que desean, albergan cualquier pensamiento bueno o malo, y concluyen que no podrían vivir una vida normal de alguna otra manera. Así que dan el paso decisivo, como hizo Amnón, pensando ilusamente que sólo así se realizan en la vida.
Pero lo que parece tan hermoso prospectivamente, cuando se ve retrospectivamente luce casi siempre horripilante. El sentimiento de culpa siempre está presente, aunque se niegue con vehemencia. La pérdida mutua de respeto propio es inevitable, conduce al resentimiento, después a las disputas y más tarde al odio. La persona que antes parecía tan indispensable ahora resulta positivamente repulsiva. De allí sólo hay un corto paso para llegar a los golpes, los litigios y hasta el asesinato.
La concupiscencia es un pésimo fundamento sobre el que jamás podrá construirse una relación duradera. Los hombres ignoran voluntariamente lo que la ley de Dios afirma de la pureza a su propio riesgo y destrucción. Sólo la gracia de Dios puede traer perdón, sanidad y restauración.