Amados hermanos, la primera vez que los visité, no me valí de palabras elevadas ni de una sabiduría impresionante para contarles acerca del plan secreto de Dios, pues decidí que, mientras estuviera con ustedes, olvidaría todo excepto a Jesucristo, el que fue crucificado.
Me acerqué a ustedes en debilidad: con timidez y temblor. Y mi mensaje y mi predicación fueron muy sencillos.
En lugar de usar discursos ingeniosos y persuasivos, confié solamente en el poder del Espíritu Santo, lo hice así para que ustedes no confiaran en la sabiduría humana sino en el poder de Dios.