Supongamos que una mujer tiene diez monedas de plata y pierde una. ¿No enciende una lámpara y barre toda la casa y busca con cuidado hasta encontrarla?
Y, cuando la encuentra, llama a sus amigos y vecinos y les dice: “¡Alégrense conmigo porque encontré mi moneda perdida!”
De la misma manera, hay alegría en presencia de los ángeles de Dios cuando un solo pecador se arrepiente».