Mientras él decía esto, vino una nube que los cubrió; y tuvieron temor al entrar en la nube.
Luc 9:34
Pedro, Santiago y Juan estaban en el monte con Jesús. Percibiendo que éste era un momento significativo en la historia y deseando preservar algo de aquella gloria, Pedro propuso erigir tres tiendas: una para Jesús, otra para Moisés y otra para Elías. Esto habría puesto al Señor al mismo nivel que los otros dos santos del Antiguo Testamento.
Dios frustró el proyecto envolviéndoles en una nube, y Lucas nos cuenta que tuvieron temor al entrar en la nube.
No debieron haber temido. Era una nube de gloria y no de juicio. Se trataba de un fenómeno temporal y no de un acto permanente de la vida. Dios estaba en la nube, aun cuando no era visible.
A menudo las nubes vienen a nuestras vidas y, como los apóstoles, tememos al entrar en ellas. Cuando Dios nos llama a una nueva esfera de servicio, por ejemplo, se presenta el temor de lo desconocido. Imaginamos lo peor en un camino de peligros, incomodidades y situaciones desagradables.
En realidad estamos solamente temiendo una bendición. Cuando la nube se alza, encontramos que la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta.
Tememos al entrar en la nube de la enfermedad. Nuestras mentes se desbocan alarmadas. Interpretamos cada palabra y movimiento facial del médico como un presagio de muerte.
Diagnosticamos cada síntoma como apuntando a una enfermedad terminal. Pero cuando la enfermedad pasa, nos encontramos diciendo con el salmista: Bueno me es haber sido humillado” (Sal_119:71).
Dios estaba en la nube y no lo supimos.
Tememos al entrar en la nube del dolor. Nos preguntamos ¿qué bien puede venir de estas lágrimas, angustia y duelo?
Todo nuestro mundo parece derrumbarse en ruinas a nuestro alrededor. Pero hay instrucción para nosotros en la nube. Aprendemos a consolar a los demás con el consuelo con que Dios nos consuela. Llegamos a entender las lágrimas del Hijo de Dios de una manera que nunca hubiéramos podido conocer antes.
No hemos de temer al entrar en las nubes de la vida. Son instructivas, temporales y no son destructivas. Pueden esconder el rostro del Señor, pero no su amor y poder. De modo que podemos tomar a pecho las palabras de William Cowper.