“¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único?”
Juan 5:44
Se vale el Señor de estas palabras para señalar que no podemos buscar al mismo tiempo la aprobación de Dios y de los hombres. Afirma también que una vez que nos embarcamos en búsqueda de credenciales humanas, le damos un duro golpe a la vida de la fe.
Por el mismo tenor, el apóstol Pablo expresa la inconsistencia moral de desear la alabanza del hombre y la de Dios: “...pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gal_1:10b).
Había una vez un joven creyente que deseaba obtener un grado académico avanzado en la teología, pero quería que fuera de una universidad prestigiosa. Debía ser de un instituto bíblico famoso. Desafortunadamente, las únicas instituciones de renombre que ofrecían ese grado negaban las grandes verdades de la fe. Llegar a tener ese grado como parte de su currículum significaba mucho para él, así que estuvo dispuesto a lograrlo por medio de hombres que, aunque eruditos afamados, eran enemigos de la Cruz de Cristo. El joven se corrompió inevitablemente en el proceso. Nunca volvió a hablar con la misma convicción.
El deseo de ser reconocidos por el mundo como eruditos o científicos entraña grandes riesgos. Cuando se asume una postura liberal existe el peligro sutil de comprometer y sacrificar nuestros principios bíblicos, y de llegar a ser un crítico más severo de los fundamentalistas que de los modernistas.
Los institutos cristianos están frente a una decisión agonizante: si deben buscar credenciales como escuelas de reputación en el mundo académico. La ambición por ser “acreditado” a menudo les conduce a atenuar los énfasis bíblicos y adoptar principios carnales establecidos por hombres que no tienen el Espíritu.
Lo que debemos anhelar con todo el corazón es ser “aprobados por Dios”. La alternativa es muy costosa, porque: “en la moneda con la que vendemos la verdad aparece siempre perceptible la imagen del Anticristo” (F. W. Grant).