No seáis como el caballo, o como el mulo

No seáis como el caballo, o como el mulo”
(Sal_32:9).
Me parece que el caballo y el mulo describen dos malas actitudes en las que podemos caer cuando buscamos la dirección del Señor. El caballo empuja hacia adelante; el mulo se rezaga. El caballo tiende a ser impaciente, fogoso e impetuoso. El mulo, por su parte, es obstinado, indisciplinado y perezoso. El salmista dice que ninguno de los dos tiene entendimiento. A ambos hay que sujetarlos con freno y brida, porque si no, no se les puede dirigir.
Dios desea que seamos sensibles a Su dirección, no lanzándonos hacia adelante en nuestra propia sabiduría ni vacilando cuando nos muestra Su voluntad.
Aquí hay algunas reglas generales tomadas de la experiencia que podrían sernos útiles al respecto:
Pide al Señor que confirme Su dirección por boca de dos o tres testigos. Jesucristo dijo: “Por boca de dos o tres testigos conste toda palabra” (Mat_18:16b). Podemos incluir entre estos testigos algún texto de la Escritura, el consejo de otros cristianos y la manera maravillosa en que Dios hace que las circunstancias coincidan. Si puedes tener la dirección de Su voluntad por dos o tres indicaciones distintas, no tendrás ninguna duda o recelo.
Si buscas la dirección de Dios y no aparece, esto significa que la voluntad de Dios para ti es que permanezcas donde estás.
Espera hasta que la dirección sea tan clara que rechazarla sería una clara desobediencia. A los hijos de Israel se les prohibió que se movieran hasta que la columna de nube y fuego se moviera. Si hubieran actuado por su cuenta, no tendrían excusa. La responsabilidad de ellos era moverse cuando la nube se alzara, ni antes ni después.
Por último, pide a Dios que la paz de Cristo sea el árbitro en tu corazón. Esta es una traducción libre de Col_3:15. Significa que cuando Dios está guiándonos realmente, él influye de tal manera nuestro intelecto y emociones que nos llena de paz cuando estamos en el camino correcto y de inquietud cuando andamos en cualquier otro camino.
Si estamos ansiosos por conocer la voluntad divina y prestos para obedecerla, no tendremos necesidad del freno y de la brida de la disciplina de Dios.