Nos es de todo punto necesario que las guerras, a ser posible, no confieran ninguna ventaja territorial a los beligerantes. La guerra queda así transportada al terreno económico, con lo que las naciones verán la fuerza de nuestra supremacía y esta situación pondrá a los dos adversarios a la disposición de nuestros agentes internacionales que tienen millares de ojos, a cuya mirada no sirve de obstáculo frontera alguna.
Entonces nuestros derechos internacionales crearán los derechos nacionales, en el verdadero sentido de la palabra, y gobernarán a los pueblos de la misma manera que el derecho civil de los Estados normaliza las relaciones de sus súbditos entre sí.
Los gobernantes, elegidos de entre el pueblo por nosotros mismos, en razón de sus aptitudes serviles, serán individuos no preparados para el gobierno del país. Así, por este camino, vendrán a ser los peones de nuestro juego de ajedrez fácilmente manejables por las manos de nuestros sabios y geniales consejeros, de nuestros especialistas educados y formados desde su tierna edad para el manejo de los negocios de todo el mundo. No ignoráis que estos nuestros especialistas han sacado sus conocimientos de gobierno de nuestros planes políticos, de las experiencias de la historia y del estudio de todos los acontecimientos notables.
Los Gentiles no se guían en la práctica de observaciones imparciales sacadas de la historia sino por una rutina meramente teórica insuficiente para poder esperar de ella un resultado práctico. Por eso nosotros no hemos de tomarlo en cuenta. Dejadlos que se diviertan todavía por algún tiempo; que vivan de esperanzas o de nuevas diversiones o del recuerdo de las que ya pasaron.
Dejémoslos creer en la importancia que nosotros mismos les hemos inspirado de las leyes científicas y sus teorías. Precisamente con ese designio hemos fomentado constantemente por medio de nuestra prensa su confianza ciega en esas leyes. La clase pensante de los Gentiles se ufanará orgullosa de sus conocimientos, y sin examinarlos a la luz de la lógica pondrá en acción todas las enseñanzas de la ciencia acumuladas por nuestros agentes para guiar sus inteligencias en el sentido que a nosotros nos conviene.
No penséis que carecen de fundamento nuestras afirmaciones. Fijaos solamente en el éxito que hemos obtenido creando el darwinismo o el marxismo o el nietzchismo. Para nosotros, al menos, la influencia deletérea de esas doctrinas debe ser del todo evidente.
Es necesario que tengamos en cuenta las ideas, los caracteres, las tendencias modernas de los pueblos, para no incurrir en errores en política y en el manejo de los negocios. Nuestro sistema, cuyas partes pueden estar dispuestas diferentemente, según son los pueblos con que tropezamos en nuestro camino, no puede tener éxito, si su aplicación práctica no está fundada en los resultados obtenidos en el tiempo pasado comparado con el presente.
Los Estados modernos tienen en sus manos una gran fuerza creadora: la Prensa. Su papel es el de expresar las reivindicaciones que se dicen necesarias, indispensables; hacer conocer las quejas de los pueblos; crear el descontento y darle una voz con que expresarlo.
En la Prensa está encarnada la libertad de palabra. Pero los Estados no han sabido utilizar esta fuerza que ha caído ya en nuestras manos. Por la Prensa hemos conquistado toda la influencia, quedando nosotros ocultos en la sombra, y gracias a ella hemos podido amasar el oro con nuestras manos como precio de los torrentes de lágrimas y de sangre, en medio de los cuales hemos podido arrebatarlo... Pero nos hemos rescatado a nosotros mismos mediante el sacrificio de muchísimos de los nuestros.