Hasta aquí, pues, en lo que concierne a la información que podemos espigar de entre los escritos judíos primitivos. Ahora nos volvemos a los gentiles.
El primer autor gentil que nos concierne parece haber sido un tal Thallus quien escribió una historia de Grecia, allá por el año 52 D.C., en la que detalla los contactos que mantuvo con Asia desde los tiempos de la guerra de Troya hasta sus propios días.1 Thallus ha sido identificado con un samaritano del mismo nombre que Josefo menciona en su obra Antigüedades xviii .6.4, y como si se tratara de un liberto de Tiberio. Cuando Julio el Africano, escritor cristiano sobre cronología, de alrededores del año 221, analiza la oscuridad que cubrió al país durante la crucifixión de Cristo, dice: "En el libro tercero de sus relatos, Thallus explica esa oscuridad diciendo que fué producida por un eclipse solar, y lo hace sin ninguna clase de razonamientos". Por supuesto que sin ninguna clase de razones, porque era imposible que ocurriera un eclipse de sol en plena época de luna llena, puesto gue en la semana de la Pascua en que Cristo murió, el satélite de la tierra se encontraba en plenilunio.2
Según el Profesor Maurice Goguel, de la referencia de Julio el Africano se desprenden "dos hechos de gran importancia: (a) Que a mediados del siglo primero ya era conocida la tradición del Evangelio o por lo menos la narración tradicional de la Pasión en los círculos de Roma que no eran cristianos, y (b) Que los enemigos del cristianismo pretendieron destruir la tradición cristiana formulando una interpretación natural de los hechos que contiene" (Vida de Jesús, página 93).
Pero los escritos de Thallus han desaparecido; los conocemos solamente a través de fragmentos citados por escritores posteriores. Aparte de él, no surge referencia alguna al cristianismo en ninguno de los escritos gentiles del primer siglo, que no sean Cristianos. Y la razón no hay que buscarla muy lejos. Desde el punto de vista de la Roma Imperial, el cristianismo era para ella superstición oriental durante los primeros cien años de su existencia, oscura y desacreditada, y si consiguió abrirse paso a los anales oficiales fué, sin duda, gracias a informes policiales que, junto con otros muchos documentos del primer siglo que tendríamos sumo interés en ver, han desaparecido.3
Justino y Tertuliano (Justino, Apol. 1.34; Tertuliano, adv. Marc. iv.7l,19), creían que los anales del censo que men¬ciona Lucas en 2:1, se encontrarían en los archivos oficiales del reinado de Augusto, y que incluirían el empadronamiento de José y de María, y a ellos refieren a los lectores que deseaban refirmar los hechos del nacimiento del Señor. Esto no quiere decir que ellos consultaron los archivos personalmente, sino simplemente que creyeron que estaban completamente ciertos que tales archivos conservaban esos datos.
Mucho nos gustaría saber si Pilato envió a Roma algún informe del juicio y ejecución de Jesús y, si lo hizo, qué decía. Pero no existe seguridad de que lo haya hecho. Si lo envió, ha desaparecido sin que exista esperanza de recuperarlo.
Es indudable que algunos escritores antiguos creyeron que Pilato remitió tal informe, pero no existen evidencias de que ninguno de ellos tuviera conocimiento real del documento. Cuando Justino Mártir dirigió al emperador Antonino Pío su Defensa del cristianismo, allá por el año 150, se refirió al informe de Pilato creyendo que se encontraba conservado en los archivos imperiales. Justino dice, "pero las palabras, 'Ellos traspasaron mis manos y mis pies', corresponden a la descripción de los clavos que fueron fijados en las manos y en los pies de Cristo en el acto de la crucifixión; y después que fué crucificado, quienes lo ejecutaron, tiraron suertes para ver entre quiénes se repartirían las túnicas; que estas cosas fueron así, y el que desee puede aprenderlas de las Actas que se levantaron bajo Poncio Pilato" (Apol. i.35). Más adelante dice, "De que Él realizó tales milagros podéis saberlo leyendo las Actas de Pilato" (Apol i.48).
También Tertuliano, el gran jurista-teólogo de Cartago, cuando presenta su Defensa del cristianismo a las autoridades romanas de la provincia de África, más o menos en el año 197, dice: "Tiberio, en cuya época apareció el nombre de cristiano por vez primera en el mundo, presentó al Senado noticias llegadas de Siria de Palestina que le revelaron la verdad de la divinidad que allí se había manifestado, y para empezar dio su propio voto para apoyar la moción. El Senado la rechazó porque no le había prestado su aprobación. El César se aferró a su propia opinión y amenazó dañar a los acusadores del cristianismo" (Apol. v.2).
Es indudable que nos sería muy grato poder aceptar este relato de Tertuliano, evidentemente creído por él como verídico; pero un relato que a todas luces es tan inconsistente e improbable con todo lo que conocemos de Tiberio, que aparece unos 170 años después de ocurrido el hecho, no apela al juicio del historiador.
Maximino II, uno de los últimos emperadores romanos, trató de acarrear desprestigio al cristianismo justamente dos años antes que apareciera el Edicto de Milán (año 312) y cuando la influencia del cristianismo ganaba rápido ascendiente en el Imperio. Maximino II publicó lo que él pretendió eran "Las Actas de Pilato" y con ellas presentó con cariz desagradable los orígenes del cristianismo. Tales "Actas", plagadas de afirmaciones injuriosas hacia Jesús, tenían que ser leídas y memorizadas por los niños de las escuelas. Es evidente que esas "Actas" eran falsificadas, como lo demostró Eusebio en aquel entonces en su Historia Eclesiástica i.9). Entre otras cosas, la fecha está bien equivocada, porque sitúa la muerte de Jesús en el año séptimo de Tiberio (20 D.C.), mientras que el testimonio de Josefo, en Antigüedades xviii. 2.2, es claro en el sentido de que Pilato fué nombrado procurador recién en el duodécimo año del reinado de Tiberio, por no mencionar la evidencia de Lucas 3:1 según la cual Juan el Bautista comenzó a predicar en el décimo quinto año del reinado de Tiberio. Ignoramos lo que contenían esas pretendidas Actas de Pilato, porque al ascender Constantino al trono, fueron suprimidas, lógicamente; pero podemos colegir que guardaban cierta afinidad con el Toledoth Yeshu, que era una compilación anticristiana popular que corría entre ciertos círculos judíos medievales. Desde entonces ha sido repudiada por el buen sentido común del judaismo ortodoxo, y del liberal igualmente.4
Más tarde, en el siglo cuarto, apareció otra colección de "Las Actas de Pilato", fraguadas también, pero esta vez por el sector cristiano, y tan desprovistas de genuinidad como las de Maximino, y que fueron inventadas, posiblemente, con el fin de que sirvieran de antídoto. Existen todavía, y están formadas por supuestos memoriales del Juicio, Pasión y Resurrección de Cristo, relatados por Nicodemo y depositados en manos de Pilato. Esta documentación apócrifa es conocida también bajo el nombre de "El Evangelio de Nicodemo". M. R. James ofrece una traducción de ellas en su obra Apocryphal New Testamenta pp. 94 y sig. Contienen un interés literario intrínseco que no nos interesa por el momento.
Cornelio Tácito, que nació entre los años 52 y 54 D.C., escribió la historia de Roma bajo los emperadores. Fué el historiador romano más eminente de los días del Imperio. Cuando contaba unos sesenta años de edad escribió la historia del reinado de Nerón (54-68 D.C.). En ella describió el gran incendio que asoló a Roma en el año 64 y dice que se rumoreaba que Nerón instigó el fuego con el fin de reedificar la ciudad y acrecentar mayor gloria para sí mismo. Y continúa:
Por consiguiente, Nerón, con el propósito de esquivar el rumor, declaró culpables y los castigó empleando los mayores refinamientos de la crueldad a una clase de hombres a quienes el populacho estilizaba cristianos, y que eran aborrecidos por sus vicios. Cristus, de quien derivaban el apelativo, había sido ejecutado por sentencia del procurador Poncio Pilato cuando Tiberio era emperador. La superstición perniciosa quedó detenida por un tiempo, pero para estallar más estrepitosamente, no solamente en Judea, su lugar de origen, sino en la misma Roma también, donde se agolpan todas las cosas horribles y vergonzosas del mundo, y donde encuentran albergue (Anales, xv.44).
No parece que este relato se hubiera originado en fuentes cristianas, como tampoco en informes judíos, porque éstos no hubieran llamado Cristus a Jesús. Para el pagano Tácito, Cristus era un nombre propio simplemente; pero para los judíos, tanto como para los cristianos, no era un nombre sino un título, equivalente griego del Mesías semítico, o sea "ungido". Los cristianos lo llamaron Cristus porque creyeron que era el Mesías prometido; pero los judíos, que no creyeron en Él, no le hubieran adjudicado ese título honroso. Tácito estaba en condiciones de tener acceso a la información oficial que entonces existía. Era yerno de Julio Agrícola, que fué gobernador de Bretaña entre los años 80 al 84. Si Pilato envió a Roma algún informe, Tácito era el hombre que mejor podría saberlo entre todos los escritores de su época; pero el lenguaje que emplea es demasiado resumido como para estar en condiciones de deducir alguna inferencia segura. Con todo, vale la pena destacar un punto: Con excepción de los escritores judíos y cristianos, Tácito es el único autor antiguo que menciona a Pilato. Puede muy bien decirse que una de las ironías de la historia es el hecho de que la única mención que Pilato
recibe de parte de un historiador romano, está relacionada con el papel que le tocó desempeñar en la ejecución de Jesús.5
Suetonio menciona también el gran incendio de Roma. Este autor escribió la vida de Doce Césares, comenzando por Julio César. En La Vida de Nerón (xví.2) dice:
El castigo fué aplicado a los cristianos, quienes eran una clase de gente adicta a una superstición nueva y perversa.
Es posible que en La Vida de Claudio (xxv. 4) ocurra otra referencia al cristianismo cuando dice,
Como los judíos continuaran produciendo desórdenes, instigados por Cristus, él los expulsó de Roma.
No existe seguridad sobre quién fuera este Cristus o Crestus; es posible que haya sido un elemento perturbador dentro de los círculos judíos de la Roma de aquellos tiempos; pero es más probable que la lucha entre los judíos de la ciudad capital imperial de aquella hora, se debiera a la introducción reciente del cristianismo en los círculos judíos de Roma y que Suetonio, al dar con informes relacionados con las contiendas judías sobre un tal Crestus —que es una variante de Cristus en los círculos gentiles—, dedujo equivocadamente que esa persona vivía en Roma en los días de Claudio. Sea como fuere, la referencia de Suetonio tiene para nosotros otro interés, porque en Hch_18:1 y sig., se narra que cuando el apóstol Pablo llegó a Corinto, alrededor del año 50, dio allí con un hombre llamado Aquila y con su esposa Priscila, que hacía poco tiempo habían arribado de Roma como consecuen¬cia de la orden impartida por Claudio en el sentido de que todos los judíos abandonaran la ciudad capital. Este matrimonio desempeñó un rol distinguido en la historia del cristianismo primitivo, y es posible que hayan sido miembros fundadores de la iglesia en Roma.
Otro punto de contacto entre La Vida de Claudio por Suetonio (xviii.2) y el libro de Hechos de los Apóstoles, es la afirmación que aquél hace de que el reinado de Claudio se vio perturbado "por períodos constantes de infructuosidad" (assiduae sterilitates), que recuerda la profecía de Agabo que aparece en Hch_11:28 de "que había de haber una grande hambre en toda la tierra habitada: la cual hubo en el tiempo de Claudio".
En el año 112 D.C. Cayo Plinio Cecilio Segundo, el Joven, entonces gobernador de Bitinia, en Asia Menor, escribió una carta al emperador Trajano pidiéndole consejo sobre el modo cómo debía tratar a la secta revoltosa de los cristianos, que en su provincia los había en número embarazoso. De acuerdo a los informes que había conseguido recoger al examinar a algunos de ellos mientras los torturaban,
tienen la costumbre de reunirse en un cierto día fijo, antes de salir el sol momento en que cantan un himno a Cristo como Dios, y se comprometen por medio de un juramento solemne (sacramentum) a no cometer ninguna acción mala abstenerse de todo fraude, robo y adulterio; de no quebrantar jamás la palabra empeñada o de no negar algún compromiso contraído que afecte a su honor, después de todo lo cual tienen la costumbre de separarse, para volver a reunirse con el fin de participar de alimento, pero alimento de tipo común e inocente (Cartas, x.96).
Sea lo que fuere que se piense acerca de las evidencias que surgen de los primitivos escritores judíos y gentiles, tal como aparecen resumidas en este capítulo y en el anterior, establecen, por lo menos, el carácter histórico de Jesús, esto es, para quienes rechazan el testimonio de los escritos cristianos. Ciertos autores pueden entretenerse con la ilusión de un Cristo mitológico; pero no pueden darse ese lujo frente a la evidencia histórica. La historicidad de Cristo es tan axiomática para el historiador libre de prejuicios, como lo es la historicidad de Julio César. No son los historiadores los que propalan los cuentos de un Cristo mitológico. Las evidencias ofrecidas en estos dos últimos capítulos son suficientes como para ponerlos en fuga; pero si el lector desea obtener un examen serio y acabado del asunto, puede encontrarlo en un pequeño libro del Profesor H. G. Wood titulado Did Christ really Live?, ¿Vivió Cristo realmente?, 1938, o en textos más extensos como el de F. C. Conybeare, The Historical Christ, El Cristo histórico, 1914, o el de A. D. Howell Smith, Jesús not a Myth, Jesús no es un mito, 1942.
Los primeros propagandistas del cristianismo dieron la más amplia bienvenida al examen y análisis de las credenciales del mensaje que predicaban. El apóstol Pablo declaró ante el rey Agripa que los eventos que proclamaba no habían ocurrido en algún lugar obscuro de la tierra, y que podían soportar toda la luz que se quisiera arrojar sobre ellos. El espíritu de aquellos cristianos debería animar a los descendientes modernos, porque compenetrándose de ese mismo espíritu y respaldados por las evidencias que lo acompañan, no sólo estarán equipados para dar al mundo razón de la fe que hay en ellos sino que como Teófilo, conocerán con mayor exactitud y precisión las bases y fundamentos de aquellas cosas en que han sido instruidos.
***
1. Los fragmentos que existen de esta obra se hallan coleccionados en el trabajo de C. Müller titulado Fragmenta Historicum Gracorum, iii. 517 y sig., y en el de F. Jacoby, Die Fragmente der griechischen Mstoriker, ii. B., Berlin, 1929, párrafo 256.
2. En "Las Actas de Pilr.to" (xi.2), del siglo cuarto, aparece una explicación similar, ofrecida por los judíos.
3. "La superstición extranjera" por la cual fué acusada Pomponia Grerma, la esposa de Aulus Palutius, el conquistador de Gran Bretaña, en el año 57 D.C., era, probablemente, el cristianismo, según relata Tácito en sus Anales, xiii. 32- El cristianismo también parece haber sido el crimen por el cual el emperador Domiciano hizo ejecutar a su primo Flavio Clemente, y desterrar a Flavia Domitila, la esposa de éste, en el año 95 (Suetonio, La Vida de Domiciano, xv.l; Dion Casio, Historia, ixvii.14). Cuando los acusados eran personas de cierta distinción, los informes policiales constituían parte de la historia. Las investigaciones arqueológicas acrecientan la probabilidad de que Pomponia y Flavia Domitila eran cristianas.
Véanse las obras de F. F. Bruce, The Dawn of Christianity, 1950, p. 158 y ^The Growing Day, 195X, pp. 11 y sig.
4. Véase a J. Klausner, Jesús of Nazareth, pp, 47 y sig.
5. En un fragmento de las historias de Tácito aparece otra referencia al cristianismo que se refiere al incendio del templo de Jerusalém, hecho acaecido en el año 70, y que fué preservada por Sulpicio Severo (Chron., ii. 30-6).