2 Pedro 1:4
A través de las promesas nos volvemos participantes de la naturaleza divina, es decir, recibimos y compartimos la misma naturaleza de Dios. Luego, debemos manifestar esa naturaleza divina en nuestra naturaleza humana por medio de la formación de hábitos.
El primer hábito que debemos desarrollar es reconocer la provisión que Dios nos ha dado. Sin embargo, decimos: "¡Ay, no tengo con qué comprarlo!" Esta frase encierra una gran mentira. ¡Hablamos como si nuestro Padre celestial nos hubiera dejado sin un centavo! Pensamos que es una muestra de verdadera modestia decir al final del día: "¡Uy, hoy me las arreglé para sobrevivir, pero la batalla fue dura!" ¡Y, sin embargo, en el Señor Jesucristo, el Dios omnipotente, es nuestro por completo! Si lo obedecemos, Él no escatimará la estrella más remota y dará hasta el último grano de arena para bendecirnos. ¿Realmente importa que nuestras circunstancias sean difíciles? ¡Por qué no habrían de serlo! Si nosotros le damos cabida a la autocompasión y nos permitimos el lujo de la miseria y la infelicidad, excluimos de nuestra vida las riquezas de Dios e impedimos que otros participen de su provisión.
No hay peor pecado que el de la autocompasión porque elimina completamente a Dios y coloca en el trono a nuestros intereses personales. Este pecado nos lleva a abrir la boca sólo para quejarnos y nos convierte en esponjas espirituales, siempre absorbiendo, nunca dando y nunca llenos.
Cuando Dios empieza a sentirse satisfecho con nosotros, empobrece todo aquello que tenga la naturaleza de una riqueza ficticia, hasta que aprendemos que todas nuestras fuentes de agua pura se encuentran en Él (ver Sal_87:7). Si su majestad, gracia y poder no se están manifestando en nuestra vida, Él nos hace responsables. "Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia", 2Co_9:8. Entonces, aprende a colmar a los demás de la gracia de Dios. Debes estar marcado con la naturaleza divina y su bendición fluirá a través de ti, todo el tiempo.