Muy de mañana, Jesús fue otra vez a la ciudad de Jerusalén. En el camino tuvo hambre, y vio por allí una higuera. Pero cuando se acercó, no encontró ningún higo para comer. El árbol sólo tenía hojas. Entonces, Jesús le dijo: ¡Nunca volverás a dar higos!
En aquel mismo instante, el árbol se secó. Y cuando los discípulos vieron lo que pasó, se asombraron y preguntaron a Jesús: ¿Cómo fue que el árbol se secó tan rápidamente?
Jesús les contestó: Les aseguro que si ustedes tienen confianza y no dudan del poder de Dios, todo lo que pidan en sus oraciones sucederá. Hasta podrían hacer lo mismo que yo hice con la higuera, y más todavía. Si le dijeran a esta montaña: “Quítate de aquí y échate en el mar”, ella los obedecería.