Las creencias erróneas respecto al temor al cambio

"Soy como soy, y nunca voy a cambiar", dice Lidia, una maestra de escuela de 34 años. Cansada al final del día, a menudo dice cosas como: "Mis alumnos de tercer grado me ponen furiosa. No debiera haber sido maestra con mi bajo nivel de tolerancia".
Ha venido levantando la voz en clase, perdiendo la paciencia, y más de una vez ha tomado a algún alumno por los hombros y le ha dado un sacudón. Como resultado de ello, se encuentra profundamente desalentada y frustrada por su falta de dominio propio.
Juan tiene 25 años y es un brillante estudiante de ingeniería. Su prometida está preocupada por sus frecuentes arranques de ira y trata de hablar con él sobre el problema. El se encoge de hombros y dice: "Soy como soy. Te guste o no, así soy yo. Tengo un temperamento pésimo, y cuando algo me irrita, lo dejo ver. No puedo evitarlo", termina la discusión diciendo: "salí a mi padre. El tiene un temperamento terrible, igual al mío".
Clara es una paciente del Centro Cristiano para Servicios Sicológicos y consulta a su terapeuta por tercera vez. Se sienta tiesa y muy erguida en el cómodo sillón. Las lágrimas le queman los párpados. Tiene 29 años, exceso de peso, y por su apariencia parece decir: "No me importa nada de mí". Admite en medio de las lágrimas que teme estar perdiendo a su esposo. El la ha estado acusando de ser una desaliñada, y le viene insistiendo que baje de peso. Ella cree que él está viendo a otra mujer.
"Soy gorda y lo sé", exclama, "no necesita recordármelo. Si fuera delgada, las cosas serían diferentes. El nunca andaría mirando a otras mujeres".
Hace una pausa para sonarse la nariz. "Pero no puedo bajar de peso. A él le gusta que le prepare comidas fritas, que engordan. El es delgado y puede comer todas esas cosas que yo no puedo. ¿Cómo voy a poder bajar de peso si él sigue comiendo todas las cosas que me gustan tanto? Es imposible".
Lidia, Juan y Clara tienen en común varias creencias erróneas. Lidia cree que es su clase, el tercer grado, la que la hace irritar, no se da cuenta de que es ella misma la que se permite enojarse. Piensa que su enojo es una característica permanente de su personalidad, lo que no es cierto. Jesús murió en la cruz para librarnos de nuestros pecados así como de nuestros "arranques de poca tolerancia". Lidia corta de plano las posibilidades para cambios constructivos en su vida e insulta la obra que Cristo hizo por ella en la cruz.
Juan cree que es perfectamente aceptable dar rienda suelta a sus arranques de mal genio cada vez que tiene ganas de hacerlo, porque, después de todo, su padre también tiene esos arranques. Se dice a sí mismo y a otras personas: "Yo soy así; les guste o no". Con ello quiere decir: "No puedo (o no voy a) cambiar".
Clara culpa a su esposo de su exceso de peso y de su aspecto desaliñado. Se dice a sí misma que no es responsable en lo más mínimo de su vida, sino que su esposo es el responsable. Ahora teme que lo va a perder y tiene terror de tener que actuar con responsabilidad y manejarse a sí misma con disciplina y autoridad.
Lidia, Juan y Clara creen que los resultados de las condiciones o circunstancias insatisfactorias de sus vidas escapan a su propio control. Han evitado tomar la responsabilidad de sus sentimientos y sus acciones. También creen que no pueden cambiar.
A menudo resulta fácil pensar que eres víctima de las circunstancias. Mira a tu alrededor por un momento. ¿Cuántas veces al día o a la semana pones la responsabilidad de tus sentimientos o tus acciones sobre algo o alguien que está fuera de tu control? ¿Alguna vez has tropezado con tu propio pie y luego has comenzado a mirar alrededor como si hubiera una madera floja en el piso o una grieta en el suelo a la cual echar la culpa? ¿De quién es la culpa cuando te quemas la boca con alguna bebida demasiado caliente? ¿Por qué miras a la taza? ¿Cuántas veces has acusado a algún otro de hacerte perder los estribos, o de hacerte sentir frustrado, o de hacerte infeliz? 
Ningún otro te provoca esas actitudes. Tú mismo lo haces. Nadie te obliga a sentir, pensar y comportarte como lo haces. Un hombre de unos 30 años comentó: "Tomo drogas porque todos mis amigos lo hacen. Me arrestaron por traficar y ahora tengo una condena que cumplir. Pero no es culpa mía que me hayan pescado".
Deja de culpar a los demás por tus problemas y tus pecados. Nadie te hace hacer nada. Nadie te hace pecar. Tú mismo lo haces.
Naturalmente, las circunstancias y la gente que te rodea tendrán cierta influencia en tu vida. Por ejemplo, no te sentirás perfectamente bien si te engripas, ni si te has casado con una persona que te tira con todo cada vez que toses. Reaccionarías diferente si te arrojara besos. PERO lo que te estamos demostrando a través de este libro es que tú decides cómo responderás a los hechos y circunstancias de tu vida de acuerdo a tus creencias. Tú decides si quieres hacer lo que hacen tus amigos, ya sea asociarte a un club, tomar drogas o cualquier otra cosa.
Sería falso decir: "La razón de mi malhumor es que tengo gripe". La verdad sería: "Me pongo de malhumor y me permito comportarme en forma malhumorada. La gripe me produce sensaciones desagradables en el cuerpo y en las emociones, pero no necesito reaccionar de tal modo que haga difíciles las cosas para los demás. Puedo ser un poco más agradable si decido serlo".
La creencia errónea de esta conducta desagradable es: "Ya que estoy enfermo tengo derecho a portarme de manera desagradable y egoísta".
Muy a menudo culpamos a otros por nuestros sentimientos. Imagínate que estás casado con una mujer que te arroja cosas. Sería falso que dijeras: "Tengo los nervios de punta porque mi esposa me arroja cosas".
La creencia errónea es: "Mi paz mental depende del comportamiento de los demás, y no puedo hacer nada respecto a su comportamiento". La verdad sería: "No es agradable que le arrojen a uno cosas, no me gusta nada"; en consecuencia, "si permito que ella continúe con esa conducta, sólo le estaré enseñando que está bien que abuse de mí en esa forma".
Cuando te oigas a ti mismo recitarte creencias erróneas, tendrás que encender una alarma en tu mente, seguida de las palabras: "¡No es verdad!" La verdad es que ¡soy responsable de mis sentimientos y de mis acciones! Nadie ni nada es responsable sino yo. Sólo yo. 
He aquí algunas de las creencias erróneas que debieran poner en funcionamiento tu alarma:
"Soy como soy porque nací así".
"Si tuviera más instrucción sería más aceptado por los demás".
"Si fuera como Fulano, sería más feliz".
"Si fuera más apuesto, sería más feliz".
"No depende de cuánto sabes, sino de tus conexiones. Es por eso que no tengo más éxito".
"Los chicos me ponen tensa y nerviosa".
"Mis parientes políticos me ponen tenso y nervioso".
"Tú me enfureces".
"Si fuera más joven, tendría más energía y sería más feliz".
"Si viviera en un barrio mejor, sería más feliz".
"Esta casa me deprime".
"Sé que debiera cambiar, pero no puedo".
"Digo malas palabras porque todos en la oficina lo hacen".
"La razón por la que bebo son las presiones que enfrento todos los días".
"La razón por la que robo es que mi jefe no me paga el aumento que merezco".
Si crees cualquiera de estos inventos, estás poniendo la culpa donde no corresponde. Tu enemigo más peligroso no está fuera de ti, sino en tu interior. En todo caso, has aprendido a pensar, sentir y actuar de la manera que lo haces, en consecuencia, llegado el caso, puedes "desaprenderlo".
¿Estás culpando a otras personas por alguna infelicidad que estás sufriendo? ¿Hay alguna situación molesta en tu vida que estás permitiendo que continúe y en consecuencia te dices a ti mismo que es la causa de tu estado de ánimo?
DESAPRENDE TU ANTIGUA MANERA DE PENSAR
1. Comprende que el gozo viene de tu relación con Dios y de su permanente fidelidad.
No necesitas vivir en circunstancias perfectas para ser feliz. Ni siquiera necesitas ser querido y apreciado por los demás para ser feliz. Es agradable que los demás te aprecien y quieran, pero no es vital para tu felicidad.
La Biblia habla de dos hombres de Dios, Pablo y Silas, y de cómo los llevaron ante las autoridades romanas en Filipos, los castigaron con látigos, y los pusieron en el calabozo. Adoloridos y sangrantes, los dejaron tirados sobre el piso frío y oscuro de la prisión, con los pies sujetos en los cepos. Sin embargo, ¿los vemos acaso quejarse y lamentarse, diciendo: "Si no fuera por la crueldad de los incrédulos, no estaríamos heridos y sangrando en esta prisión, y podríamos estar contentos"?
¿Acaso se lamentaron lóbregamente: "Esos paganos injustos y perversos, ¡mira lo que nos han hecho!"? Supongamos que tú y yo estuviéramos tirados en el piso sucio con ratas e insectos que se nos pasean por la sangre de las heridas, ¿nos lamentaríamos diciendo algo como lo que sigue? "Esta vida de evangelista es terrible; no produce otra cosa que torturas y sufrimiento; ¿de qué vale? A nadie le interesa, nadie colabora, nadie quiere escuchar las Buenas Nuevas. Aquí estoy, medio muerto, y todo ¿para qué? ¿Quién sabe si siquiera Dios se preocupa por nosotros?"
Pablo y Silas tenían firmes convicciones que trascendían las circunstancias, los hechos, la gente, los sentimientos, incluso trascendían el dolor. Esas convicciones consistían en la persona, el poder y la presencia de Cristo Jesús. Creían que su sufrimiento no era tan importante como el mensaje que llevaban.
De modo que a medianoche, en lugar de quejarse y lamentarse por el dolor, oraron y cantaron alabanzas a Dios. No se quejaron, culpando a algún otro por su agonía física. Tampoco se quedaron sufriendo en silencio mordiéndose los labios desesperados porque Dios había permitido que les tocara semejante suerte. En lugar de eso, cantaron tan fuerte ¡que sus voces se oyeron en toda la prisión! Y no sólo eso, Dios también los "oyó" y les abrió las puertas de la prisión. Su alegría venía de la fe que tenían en Cristo Jesús dentro de ellos y no de las circunstancias que los rodeaban.
2. Tú tienes el control sobre tu felicidad y tu infelicidad. Tú eliges ser feliz. Tú eliges tener pensamientos verdaderos acerca de ti mismo y de los demás. Tú eres quien elige no culpar al resto del mundo por tus desgracias. Tú eliges dejar de excusarte por tu conducta impropia y de poner la culpa de tus acciones en otra parte. Tú te enfrentas a ti mismo como eres ahora, y tomas la responsabilidad de tus pensamientos, sentimientos y actitudes.
No es la gente la que te pone irritado, triste, enfermo, etc. Tú te permites irritarte, ponerte triste, enfermarte o cualquier otro sentimiento negativo que estés experimentando. El ceder a arranques de malhumor es un comportamiento aprendido. Has aprendido a tener esos arranques de mal genio y puedes aprender a dejar de tenerlos. Es totalmente erróneo creer que no puedes cambiar tu comportamiento.
CREENCIA  ERRONEA
1. ¡Las cosas que me dices me hacen irritar!
2. Me pone muy molesto no tienes preparada  la cena  a tiempo.                               
LA VERDAD
1. Yo me irrito frente a las cosas me dices.
2. Me pongo molesto cuando la cuando cena no está preparada para cuando yo la espero.
                                                            
                                                             
No son las cosas, los hechos exteriores, los que nos perturban, sino la manera en que los miramos; las creencias que tenemos acerca de ellos.
Un cristiano nunca debiera vivir una vida dominada por las circunstancias exteriores. Mucho de nuestro sufrimiento viene porque no tenemos las capacidades necesarias para vivir una vida plena y feliz como lo enseña la Biblia: "He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación" (Flp_4:11). Seguimos creyendo que el amor y el gozo dependen de otras personas, circunstancias, hechos, bendiciones materiales, éxito, logros, capacidades y otras tantas cosas.
Tal vez seas infeliz porque estás buscando la felicidad en el lugar equivocado.
¡PUEDES CAMBIAR!
Estar contento "cualquiera sea mi situación" no significa necesariamente sufrir en silencio. Significa comprender que tu gozo no radica en tus circunstancias, sino que viene de tu interior. Con Cristo Jesús viviendo en tu interior por el poder del Espíritu Santo, puedes descubrir el gozo y la alegría en él.
Puedes cambiar muchas de tus circunstancias. El sufrir en silencio no es ninguna señal de virtud (aunque hay oportunidades en que el Señor nos guía a callar y esperar en él aun cuando estemos pasando por un período difícil). Muchas veces puede ser más destructivo desangrarse en silencio que levantarse y hacer algo por el problema. Mucha gente no hace nada por sus sufrimientos porque tiene miedo. 
El temor a las otras personas puede ser la razón principal.
Clara se dice a sí misma: "Tal vez mi esposo se enfade conmigo si le digo que deje de traer helado y pizza a casa cuando estoy tratando de hacer dieta. Por eso no le voy a decir nada, y por supuesto, voy a seguir aumentando de peso, pero no es culpa mía; es culpa de él".
Lidia dice: "No me atrevo a permitir que las otras maestras vean que tengo problemas con mi clase. Pensarán que no soy una buena maestra".
El padre de Juan piensa que los hombres tienen que ser rudos y hostiles, especialmente hacia las mujeres, de modo que Juan en lugar de discutir o pensar por sí mismo, imita a su padre. Eso es menos riesgoso que tomar una decisión propia y recibir las consecuencias de la ridiculización que haría de él su padre.
No sólo puedes cambiar tu comportamiento, puedes cambiar las actitudes hacia las consecuencias de tu cambio. Clara puede dejar de comer pizza y helado aunque su esposo los traiga a la casa, cuando descubra que ella es la única persona en el mundo que tiene el poder de hacerla engordar o adelgazar. Si su esposo no está de acuerdo con su cambio, Clara podrá enfrentarlo preparándose para las consecuencias negativas.
Ella se dirá a sí misma: "Está bien, si mi esposo no aprueba mi dieta, bueno, no voy a suplicarle que apruebe mis decisiones. Con el tiempo me respetará por no comer cosas que engordan. ¡Puedo cambiar!"
Lidia cambia sus actitudes hacia su clase al descubrir que ella se irrita, que nadie la hace irritar. Comienza a aprender técnicas personales para conducirse a sí misma, junto con técnicas para usar en su clase. Descubre que su irritación y su frustración tiene que ver con algo más que el trabajo en la escuela, pero, al ir ganando poder sobre las decisiones en su vida emocional, se siente mejor equipada para enfrentar las creencias erróneas de su frustración y de su enojo. "Está bien no ser perfecta", se dice a sí misma. "No tengo falta de dominio propio permanentemente. Puedo cambiar ¡y estoy cambiando!"

CUANDO DECIDES CAMBIAR 
1. Anota en tu cuaderno de apuntes el número de veces por día que atribuyes tus sentimientos a hechos exteriores.
Anota tus expresiones verbales negativas tan pronto puedas después que las has dicho.
Anota una manera mejor de manejar las cosas, como hemos señalado en este libro.
Algunos apuntes podrán ser como los siguientes:
Creencia errónea                                                                       La verdad  
8:00 Me puse molesto por la lluvia.                       Puedo estar contento a pesar de la lluvia,    
                                                                                        si elijo estarlo.
10:30 Le dije a Jaime: "Tus regaños me                Me   pongo   furiosa   cuando Jaime me 
ponen furiosa".                                                            regaña.
14:00 Siento que es culpa del comité que           Yo me permito sobrecargarme de trabajo. 
esté sobrecargado de trabajo.                                Sufriendo en silencio, fomento tal situación.
Yo hago todo el trabajo.
 22:00 Me irrité con los vecinos y sentí                 Me permití irritarme y sufrir en silencio.  
deseos de mudarme de barrio, pero no                 Puedo expresar mis sentimientos de alguna   
les dejé saber mis sentimientos.                             forma no acusadora.
                                                                                            
      4. Dedica tiempo durante el día para corregir tu modo de pensar irracional. Haz que sea un tiempo definido: a la hora del almuerzo, cuando tomas un café, antes de acostarte, o cualquier otro momento que sea conveniente para ti. Eso es importante. Conocer y reconocer nuestras maneras irracionales de pensar es el primer punto vital. Segundo, es necesario aprender a cambiar esos modos de pensar erróneos. Y finalmente, actúa, entra en acción.
"El comité no me está sobrecargando de trabajo. Soy yo el que me permito sobrecargarme. El jueves en la reunión, voy a solicitar que algunas de mis responsabilidades sean delegadas a otras personas".
"Soy yo el que me permito irritarme cuando Jaime me regaña.
     El regaño es una conducta que se aprende. Voy a comenzar a recompensar a Jaime cuando no regaña, y cuando se comporta de manera agradable".
Admítete a ti mismo que tus pensamientos negativos causan infelicidad. Aférrate a la promesa que el Señor hace a los suyos. Pondré espíritu nuevo dentro de vosotros (Eze_36:26), y permite que tu manera de pensar esté dominada por el Espíritu Santo. Cuando hagas esto, descubrirás que el elegir conscientemente cambiar las antiguas falsedades es más que una noción de ayudarse a sí mismo, es ser firme en el Señor y en la fuerza de su poder.
Puedes cambiar. La Biblia está llena de casos de vidas cambiadas por el poder de Dios. La fe te pone en contacto con el poder de Dios. Nadie más puede darte fe. Tú eres el único que puede apropiarse de la vida de fe. O te armas de fe y crees en Cristo Jesús y crees también lo que eres en él, o transitas vagando por la vida, víctima de las circunstancias, la gente, los hechos y situaciones que no puedes controlar.
Algunas personas cuyas vidas fueron radicalmente cambiadas por la fe en Dios son: Job (quien insistió en medio de su intenso sufrimiento en que Dios seguía siendo el soberano); Moisés (quien eligió renunciar a ser un gobernante en la casa del Faraón de Egipto y se unió a los judíos para sacarlos de la esclavitud); Jacob (quien esperó y trabajó durante 14 años para poder casarse con Raquel); José (quien pasó varios años en la cárcel por un crimen que no había cometido); David (quien pasó años huyendo de la ira del rey Saúl), para nombrar apenas unos pocos. Sería correcto decir que todos los hombres, mujeres o niños que encuentran y reciben a Jesús como Salvador y Señor de su vida, experimentan un cambio. Ese cambio es la conversión y la regeneración de sus almas mientras sus espíritus se vivifican: "Los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios" (Jua_1:13).
De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas (2Co_5:17).
CAMBIANDO TUS CIRCUNSTANCIAS
     Nada en este capítulo ni en este libro implica que no debes intentar cambiar tus circunstancias cuando sea apropiado hacerlo. No estamos enseñando sometimiento y pasividad al decir que allí donde hay disparidad entre tú y tus circunstancias, siempre e invariablemente la regla será que trates de cambiarte a ti mismo solamente.
Habrá oportunidades en que quieras alterar tus circunstancias antes que permanecer en ellas y concentrarte en cambiar tu monólogo interno. Esto incluye el pedir a otras personas que cambien comportamientos que te crean problemas.
Cuando Jesús estaba hablando a la gente acerca de su divinidad, casi fue apedreado por los judíos. "Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis", les dijo. "Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre". Estas palabras realmente los enfurecieron y quisieron apedrearlo. Pero Jesús salió de entre ellos y se escapó. Entonces se fue al otro lado del Jordán y vivió donde Juan lo había bautizado (Jua_10:31-42).
Jesús cambió sus circunstancias.
Habrá oportunidades en que prefieras cambiar tus circunstancias en lugar de permanecer en ellas. Puedes cambiar las circunstancias pidiéndoles a otras personas que cambien comportamientos que son particularmente molestos, hirientes o nocivos. No es verdad que debes permanecer en todas las situaciones dolorosas y aceptarlas como tu destino en la vida. A menudo es más piadoso cambiar la situación que sufrir con entereza pero innecesariamente.
Tienes una preciosa y maravillosa capacidad llamada el poder de la elección.
Dios no se queda satisfecho con dejarnos seguir viviendo en las antiguas maneras de la carne que traían destrucción, enfermedad, confusión y sufrimiento. Nos dice: "Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne" (Eze_36:26).
Y a la nueva persona, la persona que se pone firme en contra de las creencias erróneas que niegan el poder y la gloria de Dios, el Señor les da su bendición: "Será como árbol plantado junto a comentes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará" (Sal_1:3).
"Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio" (Hch_3:19).
Si el indiferente carcelero de Filipos pudo cambiar, también lo puedes hacer tú. Si la mujer de Samaria con su reputación dudosa pudo cambiar y convertirse en una mensajera de la verdad, también tú puedes cambiar. Si Saulo, sediento de sangre, perseguidor de los judíos, pudo cambiar y convertirse en el tierno apóstol Pablo, el amoroso autor de 13 libros del Nuevo Testamento, también puedes cambiar tú.
Tus actitudes, elecciones y creencias te hacen ser lo que eres.