¡Gente de Jerusalén, gente de Jerusalén! Ustedes matan a los profetas y a los mensajeros que Dios les envía.
Muchas veces quise protegerlos, como protege la gallina a sus pollitos debajo de sus alas, pero ustedes no me dejaron. Su templo quedará abandonado.
Les aseguro que a partir de este momento no volverán a verme, hasta que digan: “Bendito el Mesías que viene en el nombre de Dios”.