Hermanos, por la autoridad que nuestro Señor Jesucristo nos ha dado, les ordenamos que se alejen de todo creyente que se niegue a trabajar. Porque los que se niegan a trabajar no están siguiendo las enseñanzas que les dimos.
Ustedes bien saben que deben seguir nuestro ejemplo, que no fuimos perezosos cuando estuvimos con ustedes. Siempre pagamos la comida que nos dieron. Trabajamos mucho día y noche para no ser una carga para nadie.
Aunque teníamos el derecho de pedirles ayuda, siempre trabajamos para servirles de ejemplo.
Cuando estuvimos con ustedes les dimos esta regla: El que no trabaje, que no coma.
Hemos escuchado que algunos de ustedes no quieren trabajar y no se ocupan en nada; no se preocupan por trabajar, sino por estar pendientes de los demás. A esos les ordenamos en el nombre del Señor Jesucristo que dejen de molestar a los demás y que se dediquen a trabajar para conseguir su comida y sustento. Hermanos, nunca se den por vencidos de hacer el bien. Si alguien no obedece lo que les decimos en esta carta, fíjense bien quién es y apártense de él para que le dé vergüenza. Pero no lo traten como a un enemigo, más bien corríjanlo como a un hermano.