Un predicador y un barbero ateo caminaban una vez por los barrios bajos de la ciudad. El barbero ateo le dijo al predicador:
"Por eso no puedo creer en un Dios de amor. Si Dios fuera tan bondadoso como usted dice, no permitiría toda esta pobreza, enfermedad y miseria. No permitiría que estos pobres vagabundos ser adicto a la droga y otros hábitos que destruyen el carácter. No, no puedo creer en un Dios que permite estas cosas".
El ministro guardó silencio hasta que se encontraron con un hombre especialmente descuidado y sucio. Su cabello le caía sobre el cuello y tenía media pulgada de barba incipiente en la cara. Dijo el ministro:
"No puedes ser muy buen barbero o no permitirías que un hombre así siga viviendo en este barrio sin cortarse el pelo ni afeitarse".
Indignado el barbero respondió:
"¿Por qué culparme por la condición de ese hombre? No puedo evitar que sea así. Nunca ha venido a mi tienda; ¡podría arreglarlo y hacerlo parecer un caballero!"
Dándole una mirada penetrante al barbero, el ministro le dijo:
"Entonces no culpes a Dios por permitir que esta gente continúe en sus malos caminos, cuando Él constantemente los está invitando a venir y ser salvos. La razón por la cual estas personas son esclavas del pecado y del mal". costumbres es que rechazan a Aquel que murió para salvarlos y liberarlos".