Ante todo hay que tener claro que entre los hombres existe un sacerdocio natural. Melquisedec era auténtico sacerdote, lo afirma la Biblia, y sin embargo, ni siquiera pertenecía al Pueblo Elegido. La esencia del sacerdocio está en ofrecer sacrificios. El sacerdote es aquel que ofrece sacrificios en nombre de toda la comunidad. Es un rasgo de todas las civilizaciones el designar a alguien para ocuparse del culto a la Divinidad. Y ese sacerdocio, aunque no esté instituido directamente por Dios, es un verdadero sacerdocio, y un sacerdocio que da gloria a Divinidad. Pues se ofrece un culto a El en nombre de todos. Esta función litúrgica, cultual, sacrificial es una institución que no sólo Dios no condena en la Revelación, sino que además la eleva: la hace suya y le concede poderes especiales.
Si, como hemos dicho antes, hay muchas ocupaciones entre los ángeles, no debemos olvidar la más importante de todas: la glorificación de la Divinidad. Todos los ángeles le glorifican. Pero no sólo hay una glorificación individual, sino también colectiva. Bastaría que Dios fuera glorificado, alabado y enaltecido por cada uno de los seres inteligentes. Pero el amor a Dios lleva a glorificarle de todos los modos posibles. Y uno de esos modos es la glorificación colectiva. Cuando varios que aman a Dios se ponen de acuerdo para honrarle conjuntamente, desde ese momento se están colocando las bases de un acto litúrgico. Cuando ese acto ya no es de unos pocos centenares de seres, sino de miles de millones, entonces nos encontramos con una verdadera liturgia celestial.
En este sentido sí que hay ángeles que cumplen una función sacerdotal. Es decir, hay espíritus angélicos que en esa liturgia eterna representan a todos los ángeles. ¿Qué sacrificio ofrecen? El sacrificio de las alabanzas de todos los espíritus a los que representan y cuya gloria ofrecen a la Trinidad. Se trata de un sacrificio incruento e inmaterial. Es una ofrenda de gloria.6