María estaba resentida con su esposo, Luis, desde hacía varios años. Por lo menos una vez por día se decía a sí misma cosas como: "No lo aguanto más", y: "Estoy desperdiciando mi vida con él".
Su esposo era un predicador que hacía advertencias desde el púlpito para que la gente permaneciera en el amor fraternal, viviera en humildad y honrara a sus vecinos más que a sí mismos. Pero en casa era quejoso, criticón, hiriente y continuamente comparaba a su esposa con otras mujeres más jóvenes y atractivas. Ella se sentía insignificante, inadecuada y muy enojada.
María no hablaba con nadie acerca de sus sentimientos, pero había muchos indicios que manifestaban lo irritada y herida que vivía.
Se sentaba en la banca, semana tras semana, escuchando los sermones de Luis, pero en su interior se retorcía y contraía los músculos. Le venían dolores de cabeza que la dejaban en cama, y terminaba sollozando del dolor. Luis consideraba esos dolores de cabeza como una farsa para llamar su atención. Predicaba acerca del amor y del perdón y pasaba horas aconsejando en su estudio acerca del amor; pero en casa era impaciente, criticón y hasta cruel. La cara y la personalidad que ofrecía a su feligresía eran completamente diferentes de las que presentaba en su hogar.
Pasaban los años y María y Luis seguían aparentando frente al público ser un matrimonio feliz, cuando en realidad estaban peor que las parejas que venían a solicitar su ayuda.
Muchos cristianos tratan de luchar contra el enojo como un simple problema moral. "El enojo es algo malo", dirá una dulce maestra de escuela dominical a su clase. "Niños, el enojo es un pecado, ¡no deben enojarse!"
"Tienes que hacer desaparecer el enojo de tu vida", dice el moralista. "Líbrate del enojo en tu vida y serás una persona feliz".
Pero el problema del enojo es más complejo. Como los impuestos, el enojo no desaparece con esa facilidad, aunque decidas que así debiera suceder. Y al igual que tu cabello, o tu nariz, los sentimientos de enojo son parte de tu naturaleza humana.
Hay una diferencia entre estar enojado y manifestar enojo contra alguna otra persona. Hay una diferencia entre ser severo y ser agresivo. Hay una diferencia entre ser capaz de decir la verdad con honestidad y ser hiriente.
María creía que tenía todo el derecho de estar amargamente enojada con su esposo Luis. Pensaba que tenía el derecho de continuar enojada mientras su esposo se negara a cambiar sus hábitos. Estaba arruinando su salud física y emocional.
Tanto Luis como María tenían ciertas expectativas uno del otro. Y creían que tenían todo el derecho de exigir el cumplimiento de sus expectativas.
Concretamente, María se decía a sí misma cosas como éstas:
Es ofensivo e insoportable ser tratada injustamente por el propio esposo, más aun siendo pastor.
Tengo el derecho de exigir que mi esposo nos trate, a los chicos y a mí, con amor, ternura, consideración y bondad.
Puesto que Luis es mi esposo, me debe su amor. El debería comportarse de la manera que la Biblia prescribe para los esposos: debería amar a su esposa como Cristo ama a la iglesia.
Es horrible que mi esposo me critique y me compare desfavorablemente con otras mujeres. Esta conducta es espantosa y absolutamente insoportable.
María había visitado el Centro Cristiano de Servicios Sicológicos a causa de sus dolores de cabeza.
—María, parece que te estás diciendo a ti misma que tienes el derecho de exigir de Luis que sea un buen esposo —le dijo doctor Backus luego de escuchar acerca de algunos de sus síntomas.
—Por supuesto, doctor —dijo mirándolo sorprendida—. ¿No cree usted que es así?
—María, cuando te casaste esperabas que tu esposo fuera bueno, considerado y consciente. Pero eso no es lo mismo que tener una garantía de Dios de que tu esposo cumpliría esas expectativas.
—¿Y por qué no? Yo soy considerada con él. Tengo en cuenta sus sentimientos. Nunca lo comparo con otros hombres. Lo apoyo. Soy amable con él. ¿Por qué no puede tratarme de la misma manera?
—No sé por qué Luis se comporta como lo hace. Pero sí sé que aparentemente tú no has logrado hacerlo cambiar.
—¡Pero ya no aguanto más!
María estaba a punto de llorar y se apretaba la frente con los dedos indicando que estaba comenzando a dolerle la cabeza.
—María, muy rara vez la gente hace lo que debiera hacer, simplemente porque otros así lo quieran. Rara vez una esposa o un esposo se vuelve constantemente bueno y amante simplemente porque su cónyuge espera que sea así.
—¡Pero él debiera practicar lo que predica! ¿Qué de lo que él dice acerca de que la caridad empieza por casa? ¿Qué me dice del montón de cosas que él enseña a la congregación acerca de la humildad y el amor? A veces tengo ganas de reírme a carcajadas cuando lo escucho predicar.
Las lágrimas ahora bañaban su rostro. Se retorcía las manos en señal de frustración.
Aunque no queremos justificar la conducta de su esposo, María necesitaba diferenciar entre lo que debería ser y lo que realmente era. No es difícil observar a nuestro alrededor la disparidad entre lo que debiera ocurrir y lo que realmente ocurre. Vivimos en un mundo de pecado. El hecho es, como lo enseña claramente la Biblia, que ". . . no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque". No existe ningún lugar sobre la tierra que sea completamente sano y libre de pecado.
Sin embargo, muchas personas pasan por la vida sufriendo dolores de cabeza, úlceras, y presión sanguínea alta porque los demás no son perfectos. Confunden lo que debiera ser con lo que realmente es. Cada vez que otra persona los trata injustamente, se dicen a sí mismos que tienen todo el derecho de enfurecerse y de permanecer de ese modo.
—María, ¿qué sentido tiene que te estés diciendo continuamente lo que Luis debiera ser? —María escuchaba descontenta—. Si tantos años de andar preocupada por sus defectos no han cambiado las cosas, y sólo te han hecho sentir desdichada, ¿no sería mejor que comenzaras a decirte la verdad?
Frunció las cejas: —¿Qué verdad?
—Que no importa lo que Luis debiera ser o cómo tú desearías que te tratara a ti y a los niños. El hecho es que te trata a ti y a los niños de una manera que consideras injusta y deplorable. En lugar de decirte constantemente lo desastrosa e insoportable que es tu vida, ahora mismo puedes decidir dejar de enfermarte por su conducta.
—Pero trata a todos los demás mejor que a mí, incluyendo a la organista, al director de coro, a las maestras de escuela dominical y a las esposas de los diáconos. ¿Qué quiere decir con eso de enfermarme?
No era la conducta de su esposo lo que hacía enfermar a María, sino que era su propio monólogo interno.
—Suponte que dejaras de decirte a ti misma lo terrible que es que tu esposo no te trate de la forma que desearías que lo hiciera. Suponte que te dijeras a ti misma que, aun cuando él no sea como tú quieres que sea, y aunque tu situación es verdaderamente desagradable, no tiene sentido que te preocupes por algo que no has podido cambiar.
María seguía en silencio.
—La gente logra vivir bastante bien con algunas situaciones muy poco deseables. Casi nadie tiene todas las cosas en la vida como las quisiera tener.
—Sí, sé de otros matrimonios que tienen grandes problemas.
—Casi la mitad de los matrimonios norteamericanos terminan en el divorcio. Y una buena parte de la otra mitad tiene problemas.
Estimado lector: Si te estás diciendo que debieras tener un matrimonio perfecto para no sentirte desgraciado y trastornado, te estás diciendo una creencia errónea.
María aprendió a librarse de su enojo y de sus dolores de cabeza, al descubrir cómo cambiar su monólogo interno. Aprendió la diferencia entre la verdad y las creencias erróneas. Lo que sigue es una copia de una página de su cuaderno de notas.
CREENCIA ERRONEA LA VERDAD
1. Es terrible tener un esposo como Luís. 1. Luís es el esposo que Dios me ha dado, aunque preferiría que obra-
ra de otro modo, puedo vivir con
él sin estar continuamente recla-
mando cosas de él que, de todos
2. Es imposible ser feliz con Luís si no 2. Sería muy lindo si cambiara.
cambia. Pero no es esencial para mi feli-
cidad personal.
3. No lo aguanto más. 3. Puedo vivir una vida plena y
satisfactoria aun cuando Luis no
me trate como yo desearía que lo
hiciera. Mi vida puede ser plena y
gozosa aun cuando Luis nunca
cambie.
4. No estoy desperdiciando mi vida. 4. Creo que Dios puede obrar en el
con él. corazón de Luis y hacer de él la
persona que él quiere que sea.
También creo que Dios está
obrando en mi corazón, y
haciendo de mí la persona que él
quiere que yo sea.
María enfrentó la realidad. Descubrió que la conducta de su esposo no era tan terrible, aunque sí era desagradable. Aprendió a discernir cuándo sus expectativas respecto a los demás no eran realistas. No es el fin del mundo si otros no son considerados, bondadosos o atentos con nosotros. Simplemente es desagradable.
Si la conducta de su esposo para con ella no era una fuente de alegría, podría encontrar otras actividades y ocupaciones valiosas y significativas que produjeran satisfacciones en su vida. No dependía de su esposo para que la hiciera feliz comportándose como ella quería que él lo hiciera. Podía vivir con la persona que él realmente era.
No fue fácil al comienzo. María había vivido con un sentimiento de culpa por su enojo durante mucho tiempo; pero poco a poco, a medida que comenzó a estimarse a sí misma, comenzaron a disminuir no sólo el enojo, sino también el sentimiento de culpa. Comenzó a buscar las buenas cualidades de su esposo, y a apreciar ciertas cosas de él que nunca antes había notado. Como resultado de ese cambio en su conducta, Luis comenzó a disfrutar de la compañía de María. Durante muchos años, él había percibido la desesperación de María, y se defendía con ataques de crítica. Cuando María dejó de actuar de modo condenatorio con él, Luis redujo espontáneamente sus críticas y sus actitudes desconsideradas.
Muy a menudo, aunque no siempre, las relaciones cambian asombrosamente cuando una persona deja de lado las creencias erróneas que generan y perpetúan la amargura y el enojo.
Pero, la persona que se esfuerza por cambiar sus creencias erróneas siempre saldrá beneficiada, aun cuando la otra persona no cambie.
La constante repetición de las creencias erróneas es lo que sustenta y mantiene el resentimiento y la amargura. La constante repetición de la verdad trae paz y salud.
Frecuentes creencias erróneas que se relacionan con el enojo:
El enojo es algo malo, y si soy cristiano, nunca tengo que enojarme.
El enojo siempre implica gritar y arrojar las cosas al suelo o hacer cualquier otra cosa que ayude a calmar las emociones.
Si me enojo, siempre es mejor que me trague ese sentimiento en lugar de manifestarlo.
Tengo todo el derecho de enojarme cuando otra persona no cumple mis expectativas. No puedo hacer otra cosa que permanecer enojado mientras las cosas no cambien.
Es provocativo e insoportable que otros hagan cosas que no me gustan, o si no me tratan como yo deseo que lo hagan.
Tal vez tengas una o más de estas creencias erróneas. Son mentiras y distorsiones. En todos los casos, tienen el poder particular de causar mucho sufrimiento. Ahora viene la verdad.
La verdad respecto al enojo:
1. El enojo no siempre es malo.
Por el contrario, el enojo puede ser algo normal y tiene un significado de adaptación en situaciones apropiadas. Recuerda, Jesús experimentó el enojo. El sentimiento de enojo por sí mismo no siempre es dañino ni ofensivo. Es lo que haces cuando estás enojado lo que tiene significado moral. Pablo escribió: "Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo" (Efe_4:26). La versión amplificada de este pasaje dice: "Cuando estés enojado, no peques", lo que sin duda indica que quizás a veces nos enojamos. Pablo quiere decir que el enojo en sí mismo no es algo malo, que lo que hacemos cuando estamos enojados puede ser pecaminoso, y que no debemos permitirnos seguir enojados por continuar diciéndonos cosas destructivas e hirientes. Nos pide que arreglemos el problema lo antes posible.
2. A veces es mejor expresar el enojo.
Habrá oportunidades en que el Señor querrá que expreses ese sentimiento, tal como lo hizo Jesús en varias ocasiones. Jesús estuvo sinceramente enojado con las compras y ventas que efectuaban los oportunistas en el templo. Vio que personas impías hacían negocios impíos en un lugar santo, y ese abuso de la casa de Dios le causó mucho enojo.
Como podemos ver por el ejemplo de Jesús, puede ser un acto de amor manifestarle a alguien que te ha hecho algo que te ha causado enojo.Mat_18:15-17 nos enseña claramente cómo manejar las situaciones que nos causan enojo: "Si tu hermano peca contra ti, vé y repréndele . . .". No dice que le grites, o lo persigas, o que patees las cosas y golpees las puertas para que lo pueda advertir. Dice que se lo digas tú mismo. Es un procedimiento muy sencillo. Puedes decirle: "Lo que has hecho me ofende y me siento enojado por ello. Quisiera que no lo repitieras".
3. El enojarse no implica gritar ni tirar cosas, ni ninguna otra
conducta violenta.
Ciertas investigaciones que se han realizado sobre la agresividad han demostrado que si se cede y se le hace lugar, aumenta la agresividad; no disminuye. La teoría de la "presión de vapor" que sostienen algunos sicoterapeutas afirma que las emociones son como el vapor en una olla a presión, que deben ser liberadas o de lo contrario pueden provocar una terrible explosión.
Esta afirmación no está apoyada por las evidencias experimentales. Nuestras emociones no son un tipo de gas o fluido que debe ser expelido para evitar que estallemos por todas partes en mil pedazos.
El enojo es una conducta. El enojo es la respuesta de tu mente y de tu cuerpo a un cierto estímulo. Cuando se elimina el estímulo, la respuesta cesa, eso es, si no continúas diciéndote lo injusto que has sido tratado y lo desdichado que eres por ello.
Si fuera esencial para nuestra salud mental el expresar el enojo a gritos, alaridos y golpes, entonces la Palabra de Dios estaría errada al aconsejarnos que desarrollemos el dominio propio. Esto no implica que nos traguemos el enojo y pretendamos que todo anda muy bien, cuando no es así. A veces es más saludable, más prudente y más amable, decir por ejemplo: "En este momento estoy enojado. Me gustaría que habláramos sobre ello porque siento que tiene que ver contigo también".
4. No tengo el derecho de enojarme cuando otra persona no cumple mis expectativas. Puedo elegir seguir enojado o no.
Muchos cristianos piden continuamente a Dios que los libere del enojo, piden y quieren recibir el perdón. Pero no se dan cuenta de que entre oración y oración se dicen continuamente a sí mismos cosas terribles. "Naturalmente seguiré enojado", podrá decir alguien, "mientras Fulano de Tal continúe tratándome así".
No hay ninguna relación necesaria entre la conducta de otra persona y tu enojo. No importa lo injusto, desatento o desconsiderado que haya sido alguien contigo, estás enojado a causa de las cosas que te dices a ti mismo. Un sicólogo les dice a sus pacientes que la afirmación verdadera que deben hacerse cuando están enojados es: "Yo me provoco el enojo". Otros no pueden obligarte a seguir ofendido por sus conductas. Esto es algo que te haces a ti mismo. Para ir un paso más adelante tú te enojas a ti mismo por lo que te dices en tu monólogo interno.
Te dices, en palabras, imágenes y actitudes, las cosas que te hacen sentir enojado. "¿Acaso no es terrible que Juan siempre me haga esperar?" "Es muy molesto e injusto que sea yo quien tenga que cortar el césped y recoger las hojas siempre, mientras que ella no hace otra cosa que sentarse a tomar café". "Me enfurece ver que su perro come mucho mejor que muchas personas en el mundo".
Si estás aconsejando a alguna persona que está enojada, o si estás lidiando con tu propio enojo crónico, es fundamental preguntar: "¿Por qué insisto en que es algún otro el que me trastorna, cuando yo soy el único que puedo hacerme enojar y continuar estando enojado?" Si estoy enojado, me estoy diciendo que algo que la otra persona hace o dice es terrible, que no debiera ser así, que las cosas no ocurren como yo desearía que ocurrieran, y la suposición resultante de ello es creer que algo es espantoso, terrible, vergonzoso o simplemente horroroso. Pero esa suposición sólo se puede sostener con ideas irracionales, porque ella misma es irracional.
La verdad es que tales cosas no son horrorosas. Es desagradable que las cosas no ocurran como te gustaría, o que una persona te trate mal, pero no es espantoso ni terrible.
5. No es terrible, ni particularmente raro, que otros hagan cosas que no me gustan o me traten mal aunque yo los trate bien.
Perdemos mucho tiempo y energías cuando meditamos tristemente en las ofensas que otros nos hacen. Todos hemos pecado, según dice la Palabra de Dios. Aquellos que permanentemente están pensando cómo debieran tratarlos los demás, confunden lo que debiera ser con lo que realmente es.
Sería lindo si todo el mundo fuera cariñoso, considerado, atento, bondadoso y justo. Pero la Biblia nos advierte que vamos a encontrar conductas pecaminosas en la gente, porque todos los hombres y las mujeres han elegido su propio camino. A los que han nacido en la familia de Dios, Dios les dice que "sean perfectos como yo soy perfecto", y no: "Traten de lograr que sus semejantes sean perfectos". La perfección de Dios incluye su perfecto perdón y paciencia. Fue su gran amor y compasión lo que lo llevó a la cruz para que, aún siendo pecadores, Cristo muriera por nosotros (Rom_5:8). De modo que parte de esa perfección que quiere que tengamos, es esa misma cualidad de perdón y paciencia.
Cuanto mejor llegas a conocer a otra persona, más consciente serás de sus limitaciones. Si te dedicas a meditar en las características negativas, continuamente encontrarás elementos para criticar y motivos para estar descontento. Tus padres, hermanos, cónyuge, hijos, amigos, todos tienen algo que no te gusta. Es muy probable que haya algo que desearías cambiar en todas las personas que conoces.
La gente que se relacione contigo en tu vida no siempre será amable, justa, cariñosa y atenta contigo. Tú mismo no siempre te conduces de modo perfecto y justo en todas las circunstancias. Pero tu Padre celestial te ama a pesar de ti mismo. Puedes cambiar tu monólogo interno, y amar y aceptar a las personas que te rodean. Dios las acepta, y lo mismo puedes hacer tú. (Dios no acepta el pecado. Es a los pecadores a quienes ama.) Ama inmensamente a los pecadores, y envió a Jesús a morir en la cruz por ellos para que pudieran conocer a Dios y salvarse de las consecuencias del pecado.
CUANDO EL ENOJO ES NORMAL
El simple sentimiento pasajero de enojo es normal. El enojo que estalla en rabia o produce amargura es mal adaptado y pecaminoso. Las Escrituras dan dos imágenes del enojo: "Airaos, pero no pequéis", dice en Efe_4:26. Luego, Santiago escribe: "Todo hombre sea . . . tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios" (Stg_1:19-20).
El enojo en sí mismo, no siempre es pecado. Ya hemos mencionado cómo Jesús, en determinado momento, se enojó. "Entonces, mirándolos alrededor con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y la mano le fue restaurada sana" (Mar_3:5). Ninguno de nosotros puede pasar por la vida sin haber tenido, al menos una vez, el sentimiento del enojo.
CUANDO EL ENOJO ES UN PROBLEMA
El enojo se convierte en problema cuando se empeora o perpetúa por causa de creencias erróneas, tales como: "Nunca debiera enojarme". Estas creencias erróneas llevan a palabras auto-engañadoras: "No estoy enojado", a la vez que estamos diciendo y haciendo cosas que son evidentemente hostiles, airadas y que incluso hieren a otras personas. Entonces, el conflicto interno y la conducta destructiva se vuelven difíciles de interpretar, identificar y controlar. Se desarrolla más el autoengaño y siguen luego las conductas neuróticas. "No estoy enojado; soy una persona amable, perdonadora", dice la persona amargada, mientras aprieta los dientes. El o ella se ríen, sonríen y dicen las palabras en tono amistoso, mientras en su interior están furiosos, y se niegan a encarar la verdad.
Los cristianos muy a menudo son el blanco del engaño. Muchos cristianos creen que deben ser personas amables, siempre sonrientes, que continuamente están por encima de todo, superhombres que siempre están contentos en cualquier situación. Cuando algo los hiere y reaccionan con un sincero enojo, lo esconden y lo cubren con varias capas, como palabras con tinte religioso, sonrisas, ciertos gestos, silencio.
Ejemplo de esto es el matrimonio que vimos al comienzo del capítulo: Luis y María. Luis estaba resentido por la obvia desaprobación de María hacia él. Sentía que ella juzgaba cada palabra y cada acción suyas, y eso le producía incomodidad y enojo. No discutía sobre sus sentimientos con su esposa. Pero su conducta demostraba lo enojado, amargado y herido que estaba. Esa sensación de ser desaprobado era tan fuerte que aprovechaba cada oportunidad para demostrarle que ella también tenía defectos. Los malentendidos se sumaban, y se formó una pared que los separaba. Ninguno de los dos podía plantear al otro su pena ni su enojo, y la conducta hostil que se manifestaban el uno al otro era nociva y cruel.
Tanto Luis como María se negaban a admitir que tenían sentimientos de enojo porque creían que el enojo implicaba necesariamente gritos, el arrojar y golpear las cosas, o cualquier otro comportamiento violento. Lograban engañarse a ellos mismos pensando que su conducta y sus palabras amargadas y resentidas no se originaban en el enojo.
Luis admitió: "Nunca golpeé a María, ni jamás le arrojé alguna cosa, ni le grité; por ello pensaba que era una persona que tenía el fruto del dominio propio. Sin embargo, lo que hacía probablemente era peor que gritar o tirar cosas. La humillaba con mi lengua hiriente, o de lo contrario nunca le hablaba. Me sumergía en el silencio y no decía una sola palabra".
Además de actuar con violencia, otra conducta desadaptada con la que se dice "estoy enojado" es el silencio. Expresar el enojo gritando, pateando, golpeando o destrozando es tan peligroso como no admitir que se está enojado. Quien dijo: "Nunca le pongas un tapón al enojo, déjalo salir", estaba equivocado. Hay una manera adecuada de expresar el enojo, pero dejarlo estallar por todas partes no es la forma. La idea de "expresar todos los sentimientos" nunca obrará la "justicia de Dios". El enojo descontrolado ocupó el quinto lugar entre los antiguos "Siete pecados mortales", porque es mortal.
Otra mala respuesta al problema del enojo es la que dice "¡Pelea, pelea, pelea!", que no difiere mucho de la actitud de los admiradores de un jugador de fútbol que lo estimulan en un partido gritando: "¡Dale duro! ¡Dale duro! ¡Más fuerte!" La creencia errónea que se esconde detrás de esto es que cuanto más duro se pelea contra la persona o cosa que te causa el enojo, más rápido desaparecerá el efecto. Pero no desaparece. Se empeora, y lo mismo el enojo. Un día te encontrarás gritando al viento, odiando y desconfiando hasta de la persona más querida que te rodea, sin verdadera causa.
Hay una manera saludable de expresar el enojo. No es con violencia, ni tampoco es escondiéndolo, ni pretendiendo que no existe.
LA MANERA SALUDABLE DE EXPRESAR EL ENOJO
Tal vez conoces a alguien que está crónicamente enojado, como si estuviera constantemente alimentando el rencor y que en cualquier momento estallará. La mayoría de estas personas tienen una característica común. Son marcadamente introvertidas e incomunicativas. Se niegan y resisten a expresar sus deseos de una manera abierta y sincera. Sencillamente tienen temor de decirle a algún semejante lo que les duele o la forma en que han sido ofendidas.
Jesús nos enseña maneras apropiadas y efectivas para relacionarnos con los demás. Cuando nos dice cómo encarar el enojo y sus causas, dice: "Vé a la otra persona". Habla honestamente y con franqueza, sin acusar ni manipular. Dile: "En este momento estoy enojado. La razón de mis sentimientos de enojo es que te oí decir tal y tal cosa o hacer tal y tal cosa. Eso me ha ofendido y herido, y me siento enojado".
Una conducta efectiva como ésa te impide albergar la amargura y el resentimiento que en la vida cristiana son pecados, y es muy probable que le llamen la atención a la otra persona. Preservará la relación en lugar de destruirla. Una conducta firme acompañada de la oración, sin usar palabras cortantes ni hirientes, traerá un cambio decisivo en tu vida.
Cada vez que te encuentres en una situación en que alguien te ha ofendido o herido, presta atención a lo que está ocurriendo en tu mente. ¿Qué cosas te estás diciendo? Si te estás diciendo cosas que se basan en creencias erróneas, evítalas inmediatamente con la verdad.
NO DES NINGUN LUGAR A LAS CREENCIAS ERRONEAS EN TU MENTE, ENFRENTALAS INMEDIATAMENTE CON LA VERDAD.
Ricardo está enojado con Manuel porque Manuel acaba de comprar un automóvil nuevo y vino a mostrárselo a Ricardo que nunca podría comprarse uno. Ricardo piensa que Manuel está poniendo en evidencia el hecho de que él no puede comprarse un auto. Se dice a sí mismo que Manuel le está tratando de humillar a propósito y hacerle sentir mal.
Como vemos, Ricardo está manejando una serie de creencias erróneas. Una de ellas es que es insoportable que Manuel pueda comprar un automóvil y él no. (La verdad es que no es insoportable, tal vez no sea lo más deseable, pero obviamente no es insoportable.) Segundo, es terrible que Manuel ande por ahí exhibiendo su nuevo automóvil cuando el pobre Ricardo no puede comprarse uno. (Pero no es terrible. Puede causar algo de irritación, pero no es terrible.) Tercero, Ricardo se dice a sí mismo cosas humillantes, y se siente un perdedor. Si no enfrenta pronto sus creencias erróneas se sentirá realmente desdichado. (La verdad es que no hay absolutamente nada de malo en no poder comprar un automóvil nuevo. El valor de la persona no depende de lo que pueda o no pueda comprar. Depende de lo que uno es delante de Dios como persona.)
Al encarar estas creencias erróneas, Ricardo tiene que enfrentarlas y reemplazarlas con la verdad. Pero hay un punto del que no está seguro, y es si Manuel realmente está tratando de sacarlo de quicio exhibiendo su automóvil nuevo. Decide hablar con Manuel acerca del asunto, lo que demuestra cierto grado de actitud constructiva.
—Manuel —dice con expresión muy seria—, me gustaría hablar contigo unos minutos por un asunto que me está molestando.
Por favor, cuando vayas a hablar con alguien acerca de tus sentimientos de enojo, utiliza la expresión adecuada en el rostro, no pongas una cara torcida por el enojo ni enrojecida por la furia, ni tampoco sonrías esforzándote por parecer amable y bondadoso como si no pasara nada. Enfrenta a la persona, utiliza un tono natural de voz y mírala directamente a los ojos.
—Bueno, Ricardo, ¿de qué se trata? —respondió su amigo.
Ricardo respiró hondo: —Valoro nuestra amistad y veo que es importante que sea honesto contigo.
—¿Qué quieres decirme? —le preguntó Manuel.
—Quiero que sepas que estoy enojado.
—¿Enojado? ¿Por qué?
—Me da cólera cuando ostentas tu nuevo automóvil. Sabes que también me gustaría comprarme uno, pero no lo puedo hacer. Y tengo la sensación de que justamente eso es lo que estás tratando de poner en evidencia. ¿No es así?
Ricardo ha abierto el camino para una comunicación honesta y positiva con su amigo. Ha evitado cargar absurdos resentimientos y añadir sentimientos más profundos de inferioridad.
El enojo debe ser manifestado con honestidad, no debe ser disimulado hipócritamente. Hay una diferencia entre hacerle saber a alguien que uno está enojado con él, y forzarlo a percibir la punzada de nuestra cólera o ira.
Podemos aprender a reconocernos a nosotros mismos cuando estamos enojados, y de ahí en adelante, podemos tener libertad para expresar nuestros sentimientos a la persona que nos ha herido, si así lo deseamos. Esto requiere dominio propio y honestidad. Las emociones violentas que estallan ruidosamente o que se revuelven en silencio, no conducen a nada bueno. Al contrario, provocan más disturbios emocionales, para no mencionar las complicaciones fisiológicas concomitantes, como los dolores de cabeza, los dolores de espalda, la presión sanguínea alta, los trastornos digestivos y las enfermedades del corazón; y lo más lamentable, es que nuestro Salvador se entristece a causa de nuestro pecado.
Las Escrituras nos enseñan a encarar el pecado y sus causas y a evitar que los sentimientos de enojo nos dominen. Esta conducta constructiva se describe en Efe_4:26 : "Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo". El enojo que se abriga y se alimenta ofrece un gran potencial para hacernos actuar de manera pecaminosa y dañina. Es por ello que es tan importante identificar los sentimientos de enojo inmediatamente y sentirse libre para hablar de esos sentimientos.
La persona con la que siempre debieras hablar cada vez que te sientes enojado es el Señor. Confiésale cualquier enojo pecaminoso. Pídele que te haga ver las creencias erróneas y permite que el Espíritu Santo te guíe a la verdad. Podemos contar con la promesa que se halla en Jua_16:13 . "El os guiará a toda la verdad".
Algunas veces no habrá necesidad de hablar de los sentimientos de enojo con la persona que te ha causado el enojo, porque lo habrás resuelto habiéndolo directamente con el Señor. Con tu colaboración, el Señor muchas veces podrá quitarte el enojo en la soledad de tu lugar secreto de oración.
Enfrenta tus creencias erróneas y reemplázalas con la verdad. Permite que Dios penetre con su Espíritu de verdad en tus emociones y pensamientos y encontrarás la presencia del cielo en tu monólogo interno, en tus pensamientos y en tus emociones. Estarás pensando, hablando y obrando para la gloria de Dios.
CUANDO ALGUN OTRO ESTA ENOJADO CONTIGO
No importa con cuánta efectividad aprendas a manejar tu enojo y sus causas, vives en un mundo en que a veces son otras las personas que se enojan, y habrá ocasiones en que alguno se enojará contigo.
He aquí algunas sugerencias para enfrentar el enojo de otros.
No te molestes o perturbes cada vez que alguien se enoja contigo. No es un desastre. Puedes encararlo con efectividad.
No acomodes tu conducta simplemente para evitar que otros se disgusten contigo, lo harán de todas maneras, y cuando así sea, es problema de ellos, no tuyo.
Ten cuidado de no recompensar los arranques de enojo de los demás. Ignóralos cuando te griten, pero sé muy atento cuando te hablen en forma razonable.
No te dejes intimidar. Habla claro y di: "Por favor, háblame en forma razonable".
Sé amable y cariñoso. El simple hecho de que alguien esté enojado contigo no significa que tú debas enojarte con él. Di cosas como: "Lamento que te sientas mal. ¿Puedo hacer algo para ayudarte a salir de ese estado?"
Cuando hay alguna verdad en una acusación que se te hace, admítelo. No mientas para defenderte. No estás siempre obligado a estar en lo correcto. Di cosas como: "Es verdad. No estaba actuando razonablemente cuando pasé por aquí exhibiendo mi automóvil nuevo. Veo que no estaba haciendo otra cosa que ostentarlo, y me avergüenzo de ello. Por favor, perdóname".
Permite que otros tengan el derecho de estar enojados contigo a veces, y no te sientas ofendido y perturbado cuando ocurra así. Si insistes en que todos te vean y te respeten como el Ser Humano Perfecto que no tiene fallas, te sentirás muy desilusionado, y huelga decir que serás víctima de una gran creencia errónea. A veces, el enojo que alguno te manifieste, puede no tener nada que ver contigo. Puede que seas simplemente el blanco de la frustración y la infelicidad de alguien. Aprende a identificar esos casos, y no tomes personalmente cada una de las palabras que te arrojen a ti. Siempre recuerda: el problema de la persona que está enojada es suyo, no lo tomes como tuyo.
Los niños maltratados y las esposas maltratadas aumentan todos los días. No te permitas llegar a ser parte de esta situación por dejar que las cosas continúen sin cambiar. Ya seas víctima o autor, hay ayuda para ti. Puedes librarte de los horrores de la furia incontrolada.
EL ENOJO Y LA ORACIÓN
Estás aprendiendo a escuchar tu monólogo interno, y es necesario que escuches tus oraciones también. Si te oyes quejándote, rogando, implorando y repitiendo una y otra vez los lamentos, es hora de tomar un nuevo camino. En lugar de orar por el problema, ora por la respuesta.
Las palabras que dices pueden mover montañas. Sólo necesitas una fe del tamaño de un grano de mostaza para ver esa realidad. Jesús dijo que no habría ninguna cosa que te resultara imposible. En lugar de decir: "Señor, ya no aguanto más. Estoy harto de este trabajo. Nadie me trata bien, todos son desconsiderados y mal educados, el jefe es un abusador, los empleados son engreídos y poco amigables, ¡ay!, ¡Señor, esto es terrible!", prueba orar así:
"Señor, sé que nada me es imposible, de modo que ya que tengo que seguir con este trabajo, lo haré en tu nombre. Dices en tu Palabra, en Mat_17:20, que mi fe, por pequeña que sea, puede mover montañas. Lo creo, Señor, y creo que tú puedes cambiarme a mí, lo mismo que a mi jefe y a los compañeros de trabajo, para que podamos trabajar en armonía. Creo que puedes sacar este trabajo del nivel de insoportable, y permitir que llegue a ser más que tolerable.
Espíritu Santo, muévete en el lugar donde trabajo y no dejes ni un alma sin ser tocada por tu presencia".
Después de orar así, ya no querrás volver a quejarte, porque le has entregado a Dios toda la situación. Cuando oras por las respuestas en lugar de por los problemas, tú también moverás montañas. Algunas montañas requieren un tiempo para moverse, tal vez años, pero tú puedes manejar la situación. Es una creencia errónea que Dios debe responder inmediatamente y que, de lo contrario sería terrible y espantoso. Creencias erróneas como ésas están relacionadas con el enojo y pueden iniciar una corriente de otras creencias erróneas igualmente infundadas, y conducir finalmente al punto en que te pondrás tan impaciente y enojado como para acusar a Dios de no preocuparse por ti, o de no existir en absoluto.
Cuando oras usando la Palabra de Dios y la verdad, la que has puesto en lugar de tus creencias erróneas, comenzarás a notar grandes cambios en tu vida y en tu personalidad. En Cristo nada te es imposible. Puedes lograr grandes cambios por creer esas palabras y por orar en base a las respuestas en vez de concentrarte en los problemas.
RESUMEN: COMO MANEJAR EL ENOJO
Confiesa tu enojo pecaminoso a Dios, y recibe su perdón.
Localiza e identifica tus creencias erróneas. ¿Qué te estás diciendo que no es la verdad?
Reemplaza las creencias erróneas con la verdad. Elimina las mentiras que te has estado diciendo y comienza a repetirte a ti mismo la verdad.
Compórtate de acuerdo a la verdad. Tienes que poner fin a tu antigua conducta que procede de las creencias erróneas. Las antiguas formas destructivas de expresar o reprimir el enojo tienen que desaparecer. Ahora eres una persona que reacciona según la Palabra y la voluntad de Dios. Eres honesto, directo y sensible tanto para otras personas como para contigo mismo.
Ora por las respuestas en lugar de por los problemas. Tienes que creer que en Cristo nada te es imposible, incluso la eliminación de la amargura y del enojo de tu vida.