“El fruto del Espíritu es... paz”
(Gálatas 5:22).
Tan pronto como somos justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo (Ro. 5:1). Esto significa que la enemistad entre nosotros y Dios llega a su fin gracias a la manera eficaz con que Cristo ha tratado con la causa de esa hostilidad: nuestros pecados.
Tenemos también paz en la conciencia sabiendo que Cristo, habiendo consumado Su obra ha pagado la pena de nuestros pecados, y Dios los ha olvidado.
Pero el Espíritu Santo también desea que disfrutemos la paz de Dios en nuestro corazón. Esta paz es la serenidad y tranquilidad que vienen al saber que nuestros tiempos están en Sus manos y que nada puede
sucedernos aparte de Su voluntad y consentimiento.
Es por eso que podemos permanecer tranquilos en toda circunstancia, por ejemplo, cuando se nos revienta un neumático en una autopista muy concurrida. No nos desesperamos ni perdemos la calma cuando el tráfico pesado nos hace perder el avión, sufrimos un accidente automovilístico o el aceite se quema en la cocina.
Esta paz maravillosa, fruto del Espíritu Santo, le permitió a Pedro dormir a pierna suelta cuando estaba en la cárcel, Esteban pudo orar por sus agresores asesinos, y Pablo confortó a los marineros en medio de un naufragio.
Cuando un avión vuela en zona de turbulencia sacudiéndose como pluma en un vendaval. Cuando el extremo de las alas se ladea hacia un lado y otro y los pasajeros comienzan a gritar y el avión se tambalea, cae súbitamente como en un vacío, y luego se eleva para después precipitarse en picado. En estas difíciles circunstancias, la paz de Dios en un creyente le permite inclinar la cabeza, encomendar su alma a Dios y alabarle sin importar cual sea el desenlace.
O para cambiar la ilustración, el Espíritu de Dios puede darnos paz cuando en el consultorio el médico nos dice: “Siento mucho tener que comunicarle que su tumor es maligno”. El Señor nos permite responder:
“Doctor, estoy listo para partir, Dios me ha salvado por Su gracia y para mí esto será estar ausente del cuerpo pero presente con el Señor”.
En las palabras del hermoso himno de Bickerstith podemos tener “Paz, perfecta paz en este mundo oscuro de pecado... al apiñarse obligaciones apremiantes... con pesares surgiendo alrededor... con los amados lejos... sin conocer nuestro futuro” porque: “A Jesús conocemos, y en el trono Él está sentado”.