“El Espíritu de Jehová se apartó de Saúl, y le atormentaba un
espíritu malo de parte de Jehová”
(1 Samuel 16:14).
Hay versículos en la Biblia que parecen decir que Dios hace cosas malas. Por ejemplo, en el tercer año del reinado de Abimelec, rey de Israel: “Envió Dios un espíritu de discordia entre Abimelec y los hombres de Siquem” (Jue. 9:23). En otra ocasión el profeta Micaías le dijo al impío rey Acab: “He aquí Jehová a puesto espíritu de mentira en la boca de todos tus profetas” (1 R. 22:23). Job atribuía sus pérdidas al Señor cuando dijo: “¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?” (Job 2:10). Y una vez más en Isaías 45:7 el Señor mismo dice: “...que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad”.
Sin embargo, sabemos que ya que Dios es Santo, no puede originar el mal ni disculparlo. El Señor no es el causante del pecado, la enfermedad, el sufrimiento o la muerte. Dios es luz, y no hay tinieblas en Él (1 Jn. 1:5).
Es inconcebible que Él sea el origen de algo que se contrapone a su propia perfección moral.
Las Escrituras afirman que Satanás es el autor de la enfermedad, el sufrimiento, la tragedia y la destrucción. Las pérdidas que Job sufrió y su intenso dolor fueron la obra del Maligno. Jesús dijo que la mujer encorvada había estado atada por Satanás por dieciocho años (Lc. 13:16). Pablo se quejaba de un aguijón en su carne y se refería a ella como: “un mensajero de Satanás” (2 Co. 12:7). Satanás es el culpable de todos los problemas que padece la humanidad.
Pero ¿cómo podemos reconciliar todo esto con aquellos versículos que describen a Dios dando origen al mal? La explicación es simplemente ésta: En la Biblia a menudo se dice que Dios hace algo cuando Él permite que suceda. Ésta es la diferencia entre Su voluntad directiva y Su voluntad permisiva. Con frecuencia permite que Su pueblo atraviese experiencias que nunca habría deseado para ellos. Permitió que Israel vagara por el desierto cuarenta años mientras que Su voluntad directiva, si ésta hubiera sido aceptada, les habría llevado a la Tierra Prometida por una ruta más corta.
Pero aun permitiendo que los demonios o el hombre hagan el mal, Dios siempre tiene la última palabra. Invalida el mal para Su propia gloria y para bendecir a aquellos que por medio de él son ejercitados.