La creencia errónea de ser indispensable

—Lamento llamarlo a esta hora —dice una voz melancólica.
Miras el reloj sobre la mesa de noche, son las tres de la mañana. —Bueeeeno, ah . . . está bien —dices en forma casi ininteligible.
—Es la única persona a quien podía dirigirme —sigue la voz—. Supongo que también desperté a su esposa, como la otra vez. Lo lamento realmente.
—Está bien —miras a tu esposa, que está sentada en la cama mirando al reloj con una mirada desconcertada. La llamada del teléfono despertó al bebé, y ahora su llanto llena la habitación. Tu esposa se levanta murmurando algo sobre lo que es justo ....
—Sí, ah, claro —dices con un débil gruñido—. Está, ahhh, está bien. Puede venir.
Las llamadas de este tipo después de medianoche no son nada nuevo. La gente infringe tus derechos a toda hora, de día o de noche, si se deciden a hacerlo. Has estado muy orgulloso de decir que tu vida es una puerta siempre abierta para aquellos que están en dificultades.
De tanto en tanto, los furtivos traidores de la realidad se asoman para quitarte la tranquilidad, pero tú te los sacudes con palabras que suenan muy bien, como: "Tengo que estar dispuesto a sacrificarme para atender las necesidades de los demás". Te dices que estás aprendiendo a "morir a ti mismo", pero ¿es así como se llama al estar muerto de cansancio y que tu propia familia sufra a causa de ello?
   Piensa en la experiencia de un joven pastor llamado Juan. El y su esposa Linda, tenían el interesante ministerio de atender una cafetería por la que circulaban 500 jóvenes por semana. La enérgica pareja era bien conocida y respetada en las iglesias de la zona y recibían apoyo financiero de ellas. Todo parecía perfecto desde todo punto de vista.
Varios de los jóvenes ayudaban en los aspectos prácticos del ministerio, pero toda la carga del liderazgo espiritual caía sobre los hombros de Juan y de Linda. Ellos hacían toda la tarea de aconsejar, predicar y enseñar, además de controlar todos los demás aspectos del ministerio. Juan y Linda trabajaron día y noche durante tres años, sin tomarse vacaciones y sin tener casi ningún momento para estar solos. Sus momentos de recreación y descanso siempre incluían, o se centraban alrededor de los jóvenes. Noche tras noche Juan y Linda se desvelaban aconsejando a alguna persona que estaba en dificultades.
El ministerio florecía. Cientos de jóvenes llegaron a conocer al Señor como Salvador, y muchos de ellos pudieron resolver serios problemas, como la drogadicción, la vagancia, problemas sexuales, y ofensas criminales.
Pero luego, repentinamente y sin razón aparente, Linda se enfermó. Quedó confinada a la cama, imposibilitada de usar las piernas. Después de un mes se recuperó y se levantó, sólo para tener una recaída y volver a la cama en pocas semanas. Se volvió a recuperar, pero después de un corto tiempo estaba de nuevo en la cama con los mismos síntomas. Ella y su esposo atribuían la enfermedad a ataques del diablo para destruir su ministerio.
No veían las armas que estaba usando.
Habían entregado al ministerio cada segundo de su tiempo, mientras su matrimonio se venía abajo lenta e insidiosamente. No tenían tiempo el uno para el otro, ni para descanso ni para relajamiento. Se hallaban con las energías casi agotadas. Cansancio, preocupación, enfermedades, sobrecarga de trabajo, tensión, luego palabras hirientes, discusiones, silencios fríos, en forma desapercibida fueron perdiendo la capacidad de orar, y mucho antes de que se pusiera de manifiesto, estaban en serias dificultades.
No obstante sus problemas, el ministerio continuó. Juan y Linda no podían ver lo que estaba pasando. Mirando hacia atrás, hacia los hechos que llevaron al desastroso final, llegaron a la conclusión de que sus problemas habían comenzado en el momento en que Linda se enfermara por primera vez.
—¡Oramos una y otra vez por la salud de Linda! —dijeron—. ¡Creíamos que Dios contestaría nuestras oraciones! Pero no lo hizo como esperábamos.
Juan hizo una y otra vez la misma pregunta: —¿Por qué permitió el Señor que Linda se enfermara?
Si miras con detenimiento cómo ocurrieron las cosas, verás que no es nada extraño que Linda se enfermara. ¿De qué otro modo podría haberse tomado un descanso legítimo? Un día libre o vacaciones estaban fuera de toda consideración. La única forma en que su cuerpo podía encontrar descanso era con una enfermedad. Con un estado físico debilitado, nervios sobrecargados y reflejos cansados, estaba en las mejores condiciones para contraer una enfermedad debilitante como la que le sobrevino.
La única manera de evitar el sobrecargo de trabajo, las presiones, la fatiga y el enfrentarse con un matrimonio que se estaba desintegrando era estar enferma. Sin embargo, ella no se daba cuenta de que eso era lo que estaba ocurriendo. No se enfermó intencionalmente. Su diapasón espiritual no estaba en funcionamiento; Linda fue presa de su propia naturaleza.
El Señor nos da un ejemplo de un siervo de Dios sobrecargado de trabajo en la experiencia de Moisés en Exo_18:1-13, Exo_18:15-26 Jetro, el suegro de Moisés, vio lo agotado que estaba Moisés como consejero y juez. Desde la mañana hasta la noche el pobre hombre escuchaba las quejas y dificultades de los hijos de Israel. Estaba completamente exhausto. Jetro, muy sabiamente, comprendió que un hombre no puede hacer la obra de Dios solo. Moisés era un poderoso hombre de Dios, uno de los más grandes siervos de Dios, pero no era Don Indispensable.
"¿Qué es esto que haces tú con el pueblo?", le preguntó Jetro. "¿Por qué te sientas tú solo, y todo el pueblo está delante de ti desde la mañana hasta la tarde?"
Moisés era un hombre con sentido del deber, un hombre bien familiarizado con las presiones y demandas de su llamado, no uno que eludía las responsabilidades. Le respondió a Jetro que el pueblo iba a él para resolver sus asuntos, y que él les declaraba las ordenanzas de Dios.
Eso es lo que Juan y Linda creían también. ¡La necesidad era muy grande! ¡Mira la cantidad de problemas! Tenemos que hacer todo lo que podamos para ayudar a los jóvenes. Somos los únicos que podemos hacerlo.
Pero Jetro fue firme y sabio al responder a Moisés: No está bien lo que haces. Desfallecerás del todo, tú, y también este pueblo que está contigo; porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no podrás hacerlo tú solo (Exo_18:18).
Fíjate que le dijo que no sólo Moisés quedaría gastado, sino también todo el pueblo.
Juan y Linda perdieron el ministerio de la cafetería, no por la enfermedad de Linda, sino porque creían que eran indispensables, los únicos que podían llevar adelante toda la tarea que Dios les había dado. Cundió el orgullo, la ambición, el deseo de tener éxito, el temor al fracaso, y la deshonestidad espiritual. Perdieron su visión y su energía espiritual primero, y luego perdieron su ministerio.
El diablo es muy astuto. Tienta al obrero cristiano con algo que tiene toda la apariencia de bueno. ¿Qué podría ser más noble que el deseo de ayudar a otros? ¿Qué podía ser más abnegado que trabajar día y noche por el Señor? Veamos algunas de las señales sutiles de los venenos mortales que pueden contaminar la pureza del corazón.
CUANDO EL BIEN NO ES TAN BUENO
El creyente que realmente ha nacido de nuevo y que trabaja para el Señor no es fácilmente tentado en áreas de pecado abierto y descarado (robar bancos, traficar drogas, o volverse un asesino a sueldo), de modo que el diablo nos atrapa en nuestro propio terreno sacando provecho de nuestra carne mientras nos convence que es el Espíritu. El diablo puede usar, con habilidad y astucia, el orgullo, la envidia, la codicia, los celos, la ira, la lujuria, la glotonería, la pereza (los siete pecados capitales) como motivos para nuestras buenas obras y para nuestra ayuda a la gente.
"¿Cómo puede ser eso?", tal vez te preguntes. Lo vamos a aclarar.
• El hombre con sentimientos de inferioridad que acepta a Jesucristo como su Salvador y luego asume una actitud de superioridad sobre los inconversos del mundo. Habla en las esquinas y en las plazas a todo el que puede e informa a las personas que van directo al infierno si no cambian. (Orgullo.)
El pastor que conoce todas las respuestas. Tiene todas las soluciones. Sabe toda la revelación. No forma consejeros en la iglesia. Dice a su congregación que vayan solamente a él con sus problemas. (Orgullo.)
El líder de grupos de oración que pasa más tiempo comiendo y criticando a otros que orando. (Glotonería, codicia, ira.)
El líder de estudio bíblico que se indigna cada vez que uno de los miembros más habladores del grupo toma demasiado tiempo expresando sus puntos de vista. (Ira, envidia, orgullo.)
El obrero cristiano que critica el ministerio de otro obrero porque tiene más éxito que él. (Celos.)
El diácono de la iglesia que fácilmente se siente halagado por la atención de mujeres atractivas. (Orgullo, lujuria.)
El obrero de la iglesia que tiene arranques de ira en casa y se dice a sí mismo que todo el mundo está en contra suya. (Ira.)
El obrero cristiano que siempre llega tarde, no se puede confiar en él, se siente sobrecargado de trabajo, cansado, nervioso, molesto y es exigente con los demás. (Pereza.)
El deseo de ayudar a la gente es bueno en sí. El deseo de servir al Señor orando, enseñando y aconsejando también es bueno. Dios quiere que le sirvamos ayudando a la gente, sin embargo, podemos estorbar su gloriosa voluntad por falta de sabiduría y comprensión espirituales, y algo más, de lo que hablaremos a continuación.
EL MEJOR BIEN
Es posible ser predicador, maestro, líder e incluso mártir, sin tener el más mínimo interés por la gente. Tú podrías pastorear una iglesia, dirigir estudios bíblicos, viajar por todo el mundo predicando, o ser perseguido por la fe en Dios, sin conocer nada en absoluto acerca del amor. Eso es lo que dice 1Co_13:1-13 . Dice que podemos predicar y enseñar, y hasta mover montañas con nuestra fe, dar todo lo que tenemos a los pobres, ser mártires por la causa, pero de nada sirve si no tenemos amor.
"Eres la única persona que puede ayudarme", te dice la persona afligida. "No hay ningún otro. Nadie más puede ayudarme".
Te sientes en la posición de salvador. Y te tragas el anzuelo. Después de todo, realmente deseas ayudar. Tienes las respuestas y las soluciones, eres el personaje importante. Eres como Moisés. Fíjate en las creencias erróneas:
Yo tengo el llamado, y la unción para ayudar y dirigir a otros recae en mí solo.
Tengo algo especial y único del Señor, que nadie más tiene. Debo hacer conocer mi revelación al mundo.
Nadie más puede hacer mi trabajo tan bien como yo.
No importa la hora del día o de la noche, siempre debo estar a disposición para solucionar las necesidades de todos los demás.
Jesús espera que yo renuncie a todos mis derechos a la intimidad, al descanso y a la recreación, si quiero servirle en forma completa.
Para poder servir al Señor con todo mi corazón, debo poner el ministerio antes que mi familia.
He entregado mis hijos al Señor para que el Espíritu Santo los guíe y les enseñe, porque como obrero cristiano no tengo tiempo para hacerlo.
Dios me ha llamado para ayudar a cierta gente y si no fuera por mí, estarían en un estado espantoso.
Es mi deber como cristiano proveer todas las respuestas y soluciones para la gente a la que Dios me ha llamado a ayudar. Si no lo hago, sobre mí caerán las consecuencias.
Los demás debieran reconocer mi llamado, y ser ayuda y apoyo para mí en la obra que Dios me ha encomendado.
Si alguno es menos espiritual que yo, no tiene derecho a estar en el ministerio, aún más, ¡no tiene ningún derecho a tener más éxito que yo!
¿Crees algunas de estas mentiras?
Tu bandera de advertencia espiritual debiera flamear muy alto cada vez que te oyes a ti mismo decir algo relacionado con: "Soy indispensable". El pastor N. nos contó cómo casi arruinó su vida y su ministerio en los primeros años de trabajo en el pastorado.
"Le pedí al Señor que hiciera algo respecto al número de personas que venían a mi estudio diariamente para que yo las aconsejara. Podía ver que las necesidades eran muy grandes, y tuve un poco de temor porque esa gente esperaba que yo le diera las respuestas. No me sentía tan seguro de mí mismo. Oré de la siguiente manera: 'Señor, voy a confiar en ti para que permitas que sólo el número adecuado de gente venga a mí, para que no me desgaste. Y tráeme a aquellos que puedo ayudar y no a aquellos por los que no puedo hacer nada' ".
Se aclaró la garganta y continuó: "Al comienzo todo anduvo bien, y tenía tiempo para dormir ocho horas y un poco de tiempo libre para dedicarlo a mi familia. Pero después, ¡explotó la bomba! No permitía que nadie más aconsejara a la gente porque no creía que pudiera haber algún otro calificado para hacerlo. Después de todo, yo era el pastor. No permitía que ningún otro orara ni enseñara, y también supervisaba todas las decisiones de la iglesia. Estaba sobrecargado de trabajo. Trataba de responder a los problemas de todo el mundo, quería ser todo para todos; rara vez tenía un momento para mi familia, y me estaba agotando".
(Juan y Linda se hubieran beneficiado de la experiencia de este pastor.)
El continuó: "Fue en el momento en que estaba a punto de tener una crisis nerviosa que el Señor me mostró que estaba equivocado. Por un lado, me había aferrado a una oración que ya no tenía aplicación. Le había dicho al Señor qué hacer y después me preguntaba cómo podía ser que aquello que le había dicho no funcionara bien. Bueno, sencillamente ya no resultaba. De modo que hice algunos cambios, ¡gracias a Dios! Delegué responsabilidades en otras personas, y quedé sorprendido de ver lo espirituales y capaces que eran muchas de ellas. Ya no seguí aconsejando yo solo. En realidad creo que no soy tan buen consejero como algunos otros de mi equipo. Probablemente nunca lo fui. Creía que era indispensable. Creía que yo era el único que podía ayudar a la gente".
Hay un momento para cambiar tu situación de infelicidad y no mantenerla así. Lamentablemente, y quizás con demasiada frecuencia, los cambios no se realizan a tiempo. Tú eres el único que puede hacer los cambios. Esperar que la situación cambie no es la respuesta.
LA VERDAD
El pastor N. dio un buen paso antes de que fuera demasiado tarde. Dejó a un lado sus grandiosas ideas acerca de sí mismo. Se dijo a sí mismo la verdad. Compara lo que sigue con la lista de creencias erróneas de la página 160. 
La verdad:
No soy la única persona llamada por Dios para ayudar y guiar a los demás.
Es verdad que soy especial y único, pero también lo son otros ministros de Dios. Mi ministerio no es el más importante de la tierra.
Otras personas pueden pastorear tan bien como yo.
Jesús siempre separó tiempo de su ministerio para relajarse y renovarse (Mat_14:23) y lo mismo debo hacer yo.
Jesús no espera que yo me conduzca en forma compulsiva ni impulsiva. Espera que le sirva con sabiduría y con un corazón tranquilo. Un corazón tranquilo es aquel que puede encontrar paz en medio de la tormenta.
Para servir a Dios de todo corazón, debo preocuparme por mi familia como él me ha ordenado. Si descuido las almas preciosas que me ha dado como mi familia, descuido mi primer llamado.
Mis hijos son mi responsabilidad y no los voy a descuidar. Me los ha dado Dios y me voy a ocupar de tener tiempo para ellos todos los días.
Dios me ha llamado a ayudar a otras personas, pero Dios también las podría ayudar sin mí. Me alegro que él ha tenido a bien usarme, pero me doy cuenta de que las personas no estarían en la ruina sin mí.
Es un honor que Dios me use. Pero comprendo que no soy responsable de encontrar respuestas y soluciones a los problemas de todo el mundo. Dios es el Señor, yo soy su siervo. Puedo señalar el camino, pero no puedo caminar en lugar de los demás.
Otras personas tienen el derecho de no sentirse obligadas a compartir conmigo la tarea de mi ministerio.
Me regocijo por los obreros que Dios ha llamado a la cosecha, y rechazo cualquier envidia y celo en mi vida. Estoy tranquilo.
Les llevó varios años a Juan y a Linda reemplazar sus creencias erróneas con la verdad. Aprendieron a quererse el uno al otro y ver su trabajo con los ojos del amor. En este momento están comenzando de nuevo, se han ofrecido como voluntarios a una organización nacional para la juventud cristiana. También están trabajando con la juventud de la iglesia a la que asisten. Ya no son indispensables. Son parte de un enorme equipo de obreros que viven para Dios y quieren que se cumpla su voluntad en la tierra. Han unido sus fuerzas a hermanos y hermanas a lo largo de continentes y mares, han dicho sí al amor, y han quitado las creencias erróneas esclavizantes y agotadoras del orgullo que antes los dominaban.
Suponte que tu teléfono llama a las 3 de la mañana por tercera vez en la semana y que escuchas las palabras: "Eres la única persona a quien puedo pedir ayuda", ¿qué harías? ¿Suspirarás con aire de importancia y renunciarás al sueño de una noche más para ayudar a esa persona con dificultades? ¿O te dirás la verdad a ti mismo?
No soy la UNICA respuesta de una persona. No soy indispensable. Ayudaré todo lo que pueda en horarios razonables. Mi familia es importante. Yo soy importante. Esta persona con problemas es importante. Debes orar pidiendo sabiduría y discernimiento y luego habla sin dudar: "Sé que tienes dificultades, y tu problema es muy importante para mí. Pero Jesús es tu única respuesta, como lo es para mí. Quiero verte y hablar del problema contigo, pero no ahora. Por favor, llama mañana y haremos una cita para ponernos a trabajar a fondo con tu problema".
El Señor se manifiesta a través tuyo en la gloria del amor y la verdad. Eres importante, único, especial y hermoso, pero gracias a Dios, ninguno de nosotros es indispensable.