Amados hermanos en Cristo, hace tiempo que he querido escribirles acerca de la salvación que Dios nos ha dado, ahora les escribo para pedirles que luchen y defiendan la enseñanza que Dios ha dado para siempre a su pueblo elegido.
Estoy preocupado, pues hay algunos que se han colado entre ustedes, y que los han engañado. Ellos dicen que Jesucristo no es nuestro único Señor y Dueño, y que por eso no debemos obedecerle, piensan que, como Dios nos ama tanto, no nos castigará por todo lo malo que hacemos.
Con razón, desde hace mucho tiempo se dice en la Biblia que Dios castigará a esa gente, aunque ustedes ya lo saben, quiero recordarles que Dios, después de sacar de Egipto al pueblo de Israel, destruyó a los que no creyeron en él.
Así pasó también con los ángeles que rechazaron y abandonaron el lugar de honor que Dios les había dado, Dios los tiene atados para siempre con cadenas, y están encerrados en lugares oscuros, hasta que llegue el gran día del juicio final.
Algo parecido les sucedió a los que vivían en Sodoma y Gomorra, y en las ciudades cercanas. Los que vivían allí pecaron y practicaron todo tipo de relaciones sexuales prohibidas. Por eso Dios los castigó y los arrojó al fuego que nunca se apaga, para que sufran allí. Que esto sirva de advertencia para todos nosotros.
Lo mismo les va a pasar a los malvados de quienes les estoy hablando. Porque con sus locas ideas dañan su cuerpo, rechazan la autoridad de Dios e insultan a los ángeles.
Ni siquiera Miguel, el jefe de los ángeles, se atrevió a hacer algo así. Cuando Miguel peleaba con el diablo para quitarle el cuerpo de Moisés, no lo insultó, sino que sólo le dijo: Que el Señor te castigue.
Sin embargo, esta gente insulta hasta lo que no conoce. Se comportan como los animales, que conocen las cosas pero no las entienden, y por eso terminan destruyéndose a sí mismos.
¡Pobre gente! Se portan como Caín. Y por el afán de ganar dinero, cometen el mismo error que cometió Balaam. Son tan rebeldes que morirán como murió Coré.
Es una vergüenza que esas personas vayan a sus fiestas de amor, pues comen y beben sin ningún respeto. Son líderes que sólo se preocupan de ellos mismos. Son como nubes sin agua, que el viento lleva de un lado a otro. Se parecen a los árboles que no dan fruto, pues han sido arrancados de raíz y están totalmente muertos.
Son gente violenta. Todos pueden ver lo malo que hacen, pues sus maldades son como la espuma de las violentas olas del mar. Son como estrellas perdidas, condenadas a viajar siempre en la más terrible oscuridad.
Hace ya mucho tiempo Enoc, que fue el séptimo hombre después de Adán, habló de esta gente y dijo: Mire, Dios viene acompañado de miles y miles de sus ángeles, viene para castigar a todos los que hicieron el mal, y castigará a todos los pecadores que lo insultaron.