"Ten misericordia de nosotros, Jehová, ten misericordia de nosotros, porque estamos muy hastiados del menosprecio",
Salmo 123:3
No debemos cuidarnos tanto del daño a nuestra fe en Dios, sino del daño a nuestro estado de ánimo "...Guardaos, pues, de vuestro espíritu y no seáis desleales", Mal_2:16. Nuestro genio es poderoso por sus efectos y puede ser un enemigo que penetra directamente en el alma y distrae nuestra mente de Dios. Hay ciertas disposiciones de ánimo que nunca debemos permitir. Si lo hacemos descubriremos que nos hemos desviado de la fe en Dios. Nuestra fe no tiene valor antes de que regresemos a la calma delante de él y son la confianza en la carne y en el ingenio humano los que gobiernan nuestra vida.
Guárdate de las preocupaciones del mundo, de los “afanes de este siglo", pues ellos son los que producen las actitudes erradas en nuestra alma. Es extraordinario el enorme poder que tienen las cosas sencillas para distraer nuestra atención de Dios. No aceptes dejarte agobiar por las preocupaciones de la vida.
Otro factor de distracción es el afán de reivindicarnos. San Agustín oró: “¡0h, Señor, líbrame del afán de justificarme siempre!”
Esa necesidad de justificación constante destruye la fe de nuestra alma en Dios. No digas: “Debo explicarme”, o “debo lograr que la gente comprenda”.
Nuestro Señor nunca explicó nada. Él dejó que las equivocaciones e ideas falsas de los demás se corrigieran por sí mismas.
Cuando discernimos que hay personas que no están progresando espiritualmente y dejamos que el discernimiento se convierta en crítica obstruimos nuestra comunión con Dios.
Él nunca nos da el discernimiento para que critiquemos, sino para que intercedamos.