Después de la muerte I

Leer Job 14:10 El hombre morirá, y será cortado; perecerá el hombre, ¿y dónde estará él?
Una de las incógnitas mayores para la humanidad es qué pasa después de la muerte.
Job nos plantea el tema. Es evidente que no habla acerca del cuerpo, puesto que sabemos donde ése está. Mas bien la duda es acerca de la persona misma, alma-espíritu que habitaba en aquella casa terrenal. La Biblia, la Palabra del Dios eterno, es la fuente de conocimiento sobre este tema que escapa nuestra capacidad de experimentar, ya que nadie vuelve para decirnos qué pasa.
Vamos a mirarlo desde las dos perspectivas lógicas y necesarias:
¿Qué pasa con los creyentes que mueren?
¿Qué pasa con los no creyentes que mueren? 
En esta lección veremos solamente los ejemplos del primer mártir cristiano, Esteban, y del apóstol Pablo.
Esteban
Hch 7:51-60; ¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora habéis sido entregadores y matadores; vosotros que recibisteis la ley por disposición de ángeles, y no la guardasteis. 
Oyendo estas cosas, se enfurecían en sus corazones, y crujían los dientes contra él. Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios. 
Entonces ellos, dando grandes voces, se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él. Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo. Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió. 
Hch 8:2 Y hombres piadosos llevaron a enterrar a Esteban, e hicieron gran llanto sobre él.
Vemos el relato de su martirio, el primero entre los cristianos. Notamos que la realidad de la gloria de Cristo era más presente que las piedras que le estaban moliendo hasta extinguir su vida. Sus enemigos no podían hacerle desistir de regocijarse en Cristo, ni impedir que la vida de Cristo se viera en él. “... Señor, recibe mi espíritu, y puesto de rodilla, clamo a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto durmió”.  
¿Qué dirías de Esteban, muerto a pedradas: era vencido o vencedor? Por este pasaje bíblico, apreciamos la realidad de la experiencia del creyente. Él sufrió una muerte violenta, con su cuerpo molido por las piedras y llevado al cementerio entre las escenas de llanto y tristeza de los demás cristianos. Pero, ¿dónde fue Esteban, la persona misma, el ser espiritual que moraba en el cuerpo? Él mismo decía, mirando al Cristo glorificado, “Señor Jesús, recibe mi espíritu”. Hay absoluta confianza y seguridad en sus palabras. Él iba al cielo. 
¿Tienes esta seguridad?
Pablo
Veamos ahora el segundo ejemplo de un creyente, el apóstol Pablo, en dos escritos suyos.
Flp 1:21-23 Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor;
Pablo está preso en Roma aproximadamente en el año 62, y menciona la posibilidad de morir. Afirma al respecto “con Cristo ... muchísimo mejor”.
2Ti 4:6-8 Yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.
Este escrito es una sección de la ultima carta del apóstol, escrita unos cuatro años más tarde, en 66, antes que fuese decapitado. Estaba en la cárcel, y no tiene ningún indicio de ser liberado; enfrentaba el martirio. Sin embargo, no es el lenguaje de uno sobrecogido de espanto o terror, vencido y quebrantado de espíritu; mas bien es de uno que va a cambiar de circunstancias, entrando en su triunfo, y la gloria y gozo de su encuentro con Cristo. Habla como un atleta que llega a la meta, de un boxeador que ha ganado la pelea, y de uno que pasará a ser coronado.
Casos recientes
Deseo compartir el testimonio de dos personas cercanas a nosotros, que siendo cristianas, enfrentaron la muerte. 
El primer relato es de una tía que enfermó de un cáncer terminal. Era muy querida por todos nosotros; siempre había lugar en su mesa, y nos animaba en nuestro servicio como creyentes jóvenes. Papá nos contó de la enfermedad de la tía. Cuando entramos en su pieza, todos lloramos al comienzo, pero luego nos calmamos, y pronto ella nos contó una experiencia. La noche anterior había soñado con que el Señor había vuelto para buscar a los creyentes. En su sueño, ella se regocijaba, exclamando “¡por fin Él viene!” y se sentía elevar de su cama .... ¡y en ese momento se despertó, dándose cuenta que era solamente un sueño! Nos describió el estertor de gozo, y luego la sensación de tristeza cuando se dio cuenta que era sólo un sueño. 
Enseguida agregó, “Pero sí, igual voy a estar con el Señor dentro de poco”. Lo dijo con tanta sencillez, y evidente anhelo, que sentíamos que era ella la dichosa, y no nosotros, los más sanos, que íbamos a tener que quedar atrás aquí en la tierra, mientras que ella llegaba antes que nosotros a la presencia de Cristo.
El segundo ejemplo es de la esposa de uno con quien trabajamos en el servicio del Señor. Tenía sólo 38 años. Tuvimos la oportunidad de acompañarles cuando se evaluó la posibilidad de un transplante del hígado. Esperamos ansiosamente su salida de la consulta.
Notamos la paz en su rostro y una leve sonrisa en sus labios. Pensamos: “¡Habrá buenas noticias, una prognosis alentadora!” Cuando llegó cerca, nos miró con tranquilidad, y expresó: “Se me abre por delante una hermosa puerta. Lo siento por ustedes, pero voy al encuentro con el Señor”. Un transplante había sido el último recurso, pero no era factible. ¿Su respuesta? Miró hacia arriba y hacia adelante, a su entrada gloriosa en la Casa del Padre, el cielo. 
Amado lector, estos son testimonios que yo viví. Manifiestan la realidad de la fe cristiana frente a la muerte. Sabemos adónde vamos: al cielo, donde nuestro amado Salvador ya está. ¿No te gustaría tener esa misma seguridad? La puedes tener, poniendo tu fe en Cristo como tu Salvador. Él te limpiará de tu carga de pecado, y te dejará acepto para entrar también al cielo.