Sé que parece ilógico tratar este tema primero en su vertiente especulativa y colocar después el análisis bíblico. Pero considero que es preferible. Porque ahora, con ojos libres de esquemas previos, podemos analizar con calma los textos bíblicos. Por supuesto que los presupuestos previos que he expuesto pueden calificarse de prejuicio. Pero es un esquema sencillo, el del Evangelio.
Versículos a favor del castigo de los hijos
La entera teoría de las maldiciones intergeneracionales cuenta a favor con cuatro pasajes. Cuatro breves pasajes entre los más de 31.000 versículos que tiene la Biblia entera. Los pasajes son los que pongo a continuación. Pero antes pido disculpas por escribirlos en inglés, este libro lo estoy redactando en medio de mucho trabajo con otros proyectos en los que estoy inmerso. Permítaseme ahorrar el tiempo de la traducción de la versión que uso. La versión es la New Revised Standard Versión. Esa es la que aparece siempre en esta obra. Hecha esta aclaración, los cuatro pasajes de los que he hablado son los siguientes:
Éxo 20:5 No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos, hasta la tercera y cuarta generación, de los que me aborrecen,
El segundo pasaje también aparece en el libro del Éxodo:
Éxo 34:7 Que guarda la misericordia en millares, que perdona la iniquidad, la rebelión, y el pecado, y que de ningún modo dará por inocente al culpable; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera, y cuarta generación.
El tercer pasaje es el siguiente:
Deu 5:9 No te inclinarás a ellas ni les servirás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen,
El cuarto pasaje es el siguiente:
Núm 14:18 Jehová, lento para la ira y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y la rebelión, y en ninguna manera tendrá por inocente al culpable; que visita la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación.
No solo la enseñanza de la existencia de esta praxis punitiva se repite cuatro veces, sino que, en dos de ellas, es Dios es el que habla en primera persona. Toda la Biblia es Palabra de Dios, pero no en toda ella habla en primera persona. Otro detalle que no deja de ser digno de interés es que, de las cuatro veces que se da esta enseñanza, tres se otorga formando parte de los Mandamientos de Dios, es decir, forma parte del contenido esencial que fue inscrito sobre las tablas de piedra. Los versículos que enseñan la maldición divina aparecen en los dos juegos de tablas: tanto en las que se inscribieron originalmente, como en el segundo juego de tablas. Queda claro que Dios no trata este asunto como una cuestión menor.
¿Son estos versículos una prueba de que Dios castigó el pecado de idolatría de los padres en los hijos? Sin ninguna duda, esos textos sagrados son la prueba de que hubo un momento histórico en que Dios decidió obrar de esa manera. En un primer momento, con un pueblo tan primitivo, tan rudo, Dios optó por castigar de forma muy evidente, muy patente, los pecados. El Señor, de un modo muy pedagógico, quiso hacer manifiesta su ira contra aquellos que trasgredían sus órdenes. Estamos hablando, por tanto, de una praxis, de un modo determinado en que Dios actuó.
Esta es una época en la que, por ejemplo, castigó la rebelión de Coré, no solo castigándole a él, sino también a toda su familia:
Núm 16:27 Y se apartaron de las tiendas de Coré, de Datán, y de Abiram en derredor; y Datán y Abiram salieron y se pusieron a las puertas de sus tiendas, con sus esposas, y sus hijos, y sus chiquitos.
Núm 16:32 Y la tierra abrió su boca, y los tragó a ellos, y a sus casas, y a todos los hombres de Coré, y a toda su hacienda.
Núm 16:33 Y ellos, con todo lo que tenían, descendieron vivos al abismo, y los cubrió la tierra, y perecieron de en medio de la congregación.
Hubo un tiempo en que Dios castigaba los pecados gravísimos del modo más diáfano y evidente posible para establecer su soberanía sobre el pueblo que había creado. El Señor determina un modo de adoración a través de sacrificios realizados de forma muy concreta y específica, porque era un lenguaje cúltico entendido por ese pueblo: muchos elementos fueron podemos pensar que fueron tomados del culto egipcio. Se adorará al Único Dios, pero asumiendo vestiduras sacerdotales y sacrificios que habían sido aprendidas en la estancia en Egipto. También los cristianos asumirán lo mejor de la filosofía griega para explicar la naturaleza de Dios. Del mismo modo, Dios castiga las peores transgresiones de un modo comprensible y aceptado por parte de ese pueblo. En esa época lo acostumbrado era que la ley de la venganza recayera sobre padres e hijos. Castigar de un modo más suave esas iniquidades hubiera implicado que ellos entendieran que esos actos eran menos graves. Es decir, Dios asume un lenguaje punitivo aceptado y comprensible para que se entienda su mensaje acerca de la importancia que tiene una transgresión.
Por eso, porque hay un plan, un plan que quiere progresar en el tiempo, pero que hay que comenzar por el fundamento, se amenaza con esos castigos la idolatría. Y no, por ejemplo, la opresión de la mujer, o la situación de discriminación de los esclavos. Hay que comenzar a edificar por el fundamento. El castigo de los hijos y nietos se usa únicamente para amenazar el pecado de idolatría. Esa era la parte que había que consolidar en ese momento, en esa situación de rudeza. El mensaje no podía ser más sencillo: obediencia al mandato conllevaba bendición material de forma visible, la transgresión de la idolatría conllevaba el peor castigo posible. No hay lugar para los matices, para los espacios grises: o se obedece o no se obedece.
Pero si esta praxis punitiva hasta los tataranietos continuara siendo una enseñanza esencial después de Jesús, ¿por qué ya no se menciona en el Nuevo Testamento? De hecho, la praxis punitiva generacional desaparece incluso de las enseñanzas de los profetas.
Si Dios siguiera actuando así, hasta hoy día, sería una verdad relevante que convendría que fuera conocida. En san Pablo y en el Apocalipsis, la enseñanza de que el pecado conlleva el castigo se mantiene en el mismo marco teológico que observamos en las enseñanzas de los profetas.
Obsérvese, además, que una cosa es la praxis punitiva generacional enseñada en tiempos de Noé, y otra cosa distinta es el esquema teológico que subyace en la teoría de las maldiciones intergeneracionales. En la primera praxis punitiva estamos hablando de decisiones divinas de castigo. Decisiones divinas ante las que, como se enseñará después (véase el caso del pecado del rey David con Betsabé), solo cabe el arrepentimiento para revertirlas. Mientras que en el esquema teológico de las maldiciones intergeneracionales estamos hablando de una reificación que conlleva una praxis de quebrantamiento específica y que cambia nuestro modo de entender la causalidad en este mundo: enfermedades, ruina económica, etc.
Con lo cual no es que en tiempos de Moisés sí que fuera verdadero el esquema teológico concreto propugnado por los que ahora creen en las maldiciones intergeneracionales. No. Ese esquema teológico concreto no existía ni entonces ni ahora. Lo que sí que existió fue una praxis punitiva en tiempos de Moisés. Pero no hay que caer en el error de identificar lo uno y lo otro. Por eso en este escrito siempre distinguimos entre la praxis punitiva generacional (lo que existió en tiempos de Moisés y después de él) y las maldiciones intergeneracionales, que es un esquema teológico.
Versículos en contra del castigo de los hijos
En un primer momento, Dios quiso que los castigos fueran claros a los ojos de un pueblo rudo. Pero cuando ese pueblo avanzó en los caminos de Dios, ya no fue necesario actuar de ese modo. La adoración al único Dios verdadero se había consolidado. El pueblo había avanzado espiritualmente. Los profetas les enseñan doctrinas mucho más profundas que el mensaje sencillo y contundente de Moisés. En el siglo VI, llega el momento, incluso, de enseñar que ese esquema del castigo de los hijos por el pecado de los padres no va a continuar.
Nunca se había afirmado de forma general que todas las transgresiones se iban a castigar siguiendo esa praxis punitiva que involucraba a la familia entera: la amenaza era para los pecados de idolatría. Pero qué duda cabe que el espíritu de esa amenaza se podía aplicar a otras transgresiones graves. En el tiempo de la caída de Jerusalén ante Babilonia, Dios, de forma expresa, emanará una enseñanza que no deje lugar a la duda. Y así Dios dirá en tiempos del profeta Ezequiel:
Eze 18:1-2 Y vino a mí palabra de Jehová, diciendo: ¿Qué pensáis vosotros, vosotros que usáis este refrán sobre la tierra de Israel, diciendo: Los padres comieron las uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen la dentera?
La misma nueva praxis será reafirmada por el profeta Jeremías:
Jer 31:29-30 En aquellos días no dirán más: Los padres comieron las uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen la dentera.
Sino que cada cual morirá por su maldad; los dientes de todo hombre que comiere las uvas agrias, tendrán la dentera.
O sea, en tiempos de Moisés, ciertamente, cuatro veces se afirma una determinada praxis punitiva. Pero después dos veces se afirmará la nueva praxis del Señor. La segunda enseñanza deja sin efecto lo anterior, porque así lo decide el mismo Señor. Antes había hablado Dios en primera persona, y eso otorga una gran autoridad a esa enseñanza, pero ahora el profeta Ezequiel dirá:
Eze 18:1 Y vino a mí palabra de Jehová, diciendo:
Eze 18:3 Vivo yo, dice Jehová el Señor, que nunca más tendréis por qué usar este refrán en Israel.
No es una contradicción de la Palabra de Dios frente a la Palabra de Dios, sino que es una decisión que Dios había tomado por razones pedagógicas, en un momento dado, en un tiempo fundacional. Decisión que después es cambiada, porque es lo que más se adecúa a lo que deben ser las cosas. La verdad nunca puede ser cambiada. Pero una decisión del Señor sí que puede ser cambiada por otra decisión del Señor. La verdad no se decide, la verdad es. Las decisiones siempre tienen que ver con el obrar.
Pero no solo eso, sino que el mismo profeta Ezequiel, tras dejar clara la nueva decisión (decisión de que ese proverbio no será dicho más), añade una explicación de parte Dios que no deja lugar a dudas acerca de cuál será, a partir de ese momento, el modo de actuar de Dios. Ese texto del profeta lo he colocado en el apéndice, porque es un poco largo y no deseaba detener aquí el curso de la argumentación. Pero, en definitiva, reitera, que ya no castigará a los hijos por la falta de los padres, ni a los padres por las faltas de los hijos.
La decisión del Señor no deja lugar a dudas. Ya nadie puede apelar a esos versículos de Moisés, los cuales fueron dados para un pueblo determinado en un tiempo histórico concreto. Del mismo modo que también para ellos dijo: Ojo por ojo (Éxodo 21, 24). Mientras que en otro momento histórico ya habían evolucionado lo suficiente como para enseñar: Si alguien te pega en una mejilla, vuélvele también la otra (Lucas 6, 27). Nadie puede apelar al “ojo por ojo” de Moisés, para no seguir la nueva enseñanza de Jesús.
No hay mala voluntad en los que apelan a los cuatro pasajes mencionados para defender su tesis de la carga de cadenas generacionales. Pero Dios advierte de que aplicará un tipo de castigo que, expresamente, siglos después, determina que no continúe. Cuatro veces se afirma, en tiempos de Moisés, la praxis del castigo de los hijos para el pecado de idolatría, y varias veces se afirma que se anula esa praxis en tiempos de la caída de Jerusalén. La nueva praxis acaba en Ezequiel con esas palabras conclusivas:
Eze 18:32 Porque yo no quiero la muerte del que muere, dice el Señor Jehová, convertíos, pues, y viviréis.
El énfasis en tiempos de Moisés se establece en el esquema obediencia-bendición, desobediencia-maldición. En los profetas, el énfasis va a ponerse en la conversión: Volveos, entonces, y vivid.
Se observa no solo la negación de la anterior praxis del castigo ejemplificador que implica también a los hijos, sino que, además, hay un nuevo estilo, un nuevo enfoque por parte de Dios. Todavía no se ha llegado a afirmar que se ponga la otra mejilla, pero se va caminando lentamente en esa dirección.
Claro que este cambio era lógico. Porque Dios se había reservado esa capacidad de castigar a los bisnietos y tataranietos. Los hombres no podían hacer tal cosa. Era una prerrogativa divina. Por eso, había ordenado en tiempos de Moisés:
Deu 24:16 Los padres no morirán por los hijos, ni los hijos por los padres; cada uno morirá por su pecado.
Era natural, por tanto, que el Señor acabase acoplando su obrar, en el castigar, a lo que era lo ideal. Dios adaptó sus castigos, en un primer momento, a lo que era más beneficioso para ese pueblo. Pero después lo mejor era adaptar los castigos a lo que era más adecuado en sí mismo. No siempre lo más adecuado en un momento dado es lo ideal en el campo de lo objetivo. El Todopoderoso sabe muy bien qué es lo ideal, pero lo que hace, en cada momento, es lo más adecuado. Dios siempre hace lo que es más beneficioso para las personas, lo cual no es siempre lo ideal en el plano teórico.
Antes de acabar este apartado, vamos a detenernos un momento en el paso referido al ciego de nacimiento
Jua 9:1-3 Y pasando Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento.
Y sus discípulos le preguntaron, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres para que naciese ciego?
Respondió Jesús: No es que haya pecado éste, ni sus padres; sino para que las obras de Dios se manifestasen en él.
Jeremías y Ezequiel habían sido claros en que no se castigaría a los hijos por los pecados de los padres. Pero ya se ve que la mentalidad punitiva generacional pervivía. Es cierto que Jesús no enseña directamente contra la maldición, porque dice que este hombre… Es decir, su enseñanza queda circunscrita a ese hombre. Pero no deja de ser significativo que la única vez que se menciona en los Evangelios algo relativo a la praxis punitiva generacional sea para negar que exista en ese caso. Frente a la mentalidad del castigo de Coré se afirma la enseñanza de Job.