"Como los ojos de los siervos miran la mano de sus señores... así nuestros ojos miran a Jehová, nuestro Dios...",
Salmos 123:2.
Este versículo describe una plena confianza en Dios. Así como los ojos del siervo están fijos en su amo, nuestra vista se dirige hacia Dios y se enfoca en Él. De esta manera adquirimos el conocimiento de su semblante y Él se nos revela (comparar con Isa_53:1). Nuestra fortaleza espiritual empieza a extinguirse cuando desviamos nuestros ojos de Él. Nuestra resistencia se va debilitando no tanto por las dificultades externas que nos rodean, sino por nuestra imaginación. Pensamos equivocadamente así: “Me imagino que me he estado esforzando un poco más de lo debido al empinarme para tratar de parecerme a Dios, en lugar de ser una persona humilde y común”. Debemos comprender que ningún esfuerzo puede ser demasiado grande.
Un ejemplo: ¿Alguna vez llegaste a una crisis en la que decidiste adoptar una posición firme en favor de Dios y el Espíritu te dio testimonio de que todo estaba bien? Pero ahora que han pasado las semanas, o quizá años, has llegado lentamente a la siguiente conclusión: "Bueno, tal fui demasiado pretencioso. ¿No estaba adoptando una actitud un poco extrema?" Tus amigos racionales vienen y te dicen: "No seas tonto. Nosotros sabíamos que cuando hablabas de ese avivamiento espiritual era solo un impulso pasajero y que no podías resistir la presión. Y, en todo caso, Dios no espera que aguantes". Y tú reaccionas diciendo: "Bueno, supongo que esperaba demasiado". Hablar así parece humildad, pero significa que la confianza en Dios ha desaparecido y, en cambio, ahora estás confiando en la opinión del mundo. El peligro es que, al dejar de confiar en Dios, pasas por alto el fijar tus ojos en Él. Sólo cuando Dios te lleve a un alto repentino en el camino, comprenderás que eres el perdedor. Siempre que haya una fuga espiritual en tu vida, corrígela de inmediato. Reconoce que algo se ha interpuesto entre Él y tú, y rectifícalo sin demora.