¡Qué plenitud desborda mi alma tras las horas de la dura pena!
Puede que este día u otro cualquiera sientas el azote, el latigazo,
el zarpazo de la pena en tu vida. Nada es duradero cuando uno
pone de su parte todo el esfuerzo para que aflore en nuestro ser
lo mejor que encierra. Te invito a que no le des vueltas
a la cabeza pensando lo peor: no hay remedio para mi mal.
Es mentira. Toda pena desaparece en seguida de ti cuando
te sobrepones y la borras ponto. Como una ola borra la huella
que ha dejado la anterior de forma rítmica e intermitente.
La noche, con su canto de oscuridad hace que todo lo veas negro.
Deja que la luz del día alumbre tu vida entera.
Ante ti, Señor, la noche es como el día
Esa es la realidad cuando vives envuelto en el espacio
de tu propia realidad y no bajo los efectos de los fantasmas
que crea tu imaginación.
Me contaba un grupo de jóvenes que les costaba insertarse
en el mundo duro del trabajo. La razón no era otra que ésta:
nunca habían sufrido nada. Todo se lo daban hecho en casa.
Nada les había faltado. Y sin sufrimiento, sin pena aceptada
en el fuego del corazón, nadie madura suficientemente.
Acepta la pena que te aflige por horas y días.
Te hará cambiar y te madurará convirtiéndose en tu vida
en un lago cuya paz es visible para todos.