Hace mucho tiempo, Dios habló muchas veces y de diversas maneras a nuestros antepasados por medio de los profetas. Y ahora, en estos últimos días, nos ha hablado por medio de su Hijo.
Dios le prometió todo al Hijo como herencia y, mediante el Hijo, creó el universo. El Hijo irradia la gloria de Dios y expresa el carácter mismo de Dios, y sostiene todo con el gran poder de su palabra.
Después de habernos limpiado de nuestros pecados, se sentó en el lugar de honor, a la derecha del majestuoso Dios en el cielo. Esto demuestra que el Hijo es muy superior a los ángeles, así como el nombre que Dios le dio es superior al nombre de ellos. Pues Dios nunca le dijo a ningún ángel lo que le dijo a Jesús: Tú eres mi Hijo. Hoy he llegado a ser tu Padre.
Dios también dijo: Yo seré su Padre, y él será mi Hijo. Además, cuando trajo a su Hijo supremo al mundo, Dios dijo: Que lo adoren todos los ángeles de Dios. Pero con respecto a los ángeles, Dios dice: Él envía a sus ángeles como los vientos y a sus sirvientes como llamas de fuego.
Pero al Hijo le dice: Tu trono, oh Dios, permanece por siempre y para siempre. Tú gobiernas con cetro de justicia. Amas la justicia y odias la maldad. Por eso oh Dios —tu Dios —te ha ungido derramando el aceite de alegría sobre ti más que sobre cualquier otro.
También le dice al Hijo: Señor, en el principio echaste los cimientos de la tierra y con tus manos formaste los cielos. Ellos dejarán de existir, pero tú permaneces para siempre. Ellos se desgastarán como ropa vieja. Los doblarás como un manto y los desecharás como ropa usada. Pero tú eres siempre el mismo; tú vivirás para siempre. Además, Dios nunca le dijo a ninguno de los ángeles: Siéntate en el lugar de honor a mi derecha, hasta que humille a tus enemigos y los ponga por debajo de tus pies. Por lo tanto, los ángeles sólo son sirvientes, espíritus enviados para cuidar a quienes heredarán la salvación.