Jesús siguió hablando con sus discípulos acerca del fin del mundo, y les dijo: El que lea esto debe tratar de entender lo que dijo el profeta Daniel. Él anunció que algún día se presentaría una ofrenda asquerosa en el templo.
Cuando vean que en el lugar santo pasa lo que anunció Daniel, entonces huyan.
Los que estén en la región de Judea, que corran hacia las montañas; el que esté en la azotea de su casa, que no baje a sacar nada; y el que esté en el campo, que no vaya a su casa a buscar ropa.
Las mujeres que en ese momento estén embarazadas van a sufrir mucho. ¡Pobrecitas de las que tengan hijos recién nacidos! Oren a Dios y pídanle que esto no suceda en tiempo de invierno, o en un día de descanso, porque ese día la gente sufrirá muchísimo.
Nunca, desde que Dios creó el mundo hasta ahora, la gente ha sufrido tanto como sufrirá ese día; y jamás volverá a sufrir así.
Dios ama a quienes él ha elegido, y por eso el tiempo de sufrimiento no será muy largo. Si no fuera así, todos morirían.
Si en esos días alguien les dice: “Miren, aquí está el Mesías”, o “allí está el Mesías”, no le crean. Porque vendrán falsos profetas y falsos mesías, y harán cosas tan maravillosas que engañarán a la gente.
Si pueden, también engañarán a los que Dios ha llamado a seguirlo. Ya antes les había dicho a ustedes que si otros vienen y les anuncian: “¡El Mesías está en el desierto!”, no vayan. Y si les dicen: “¡El Mesías está escondido allí!”, no lo crean.
Cuando yo, el Hijo del hombre, venga, no me esconderé. Todos me verán, pues mi venida será como un relámpago que ilumina todo el cielo. Todo el mundo sabe que donde se juntan los buitres, allí hay un cadáver. Así será cuando yo venga: todos lo sabrán.