Herodes Agripa estaba muy enojado con la gente de los puertos de Tiro y de Sidón. Por eso un grupo de gente de esos puertos fue a ver a Blasto, un asistente muy importante en el palacio de Herodes Agripa, y le dijeron: Nosotros no queremos pelear con Herodes, porque nuestra gente recibe alimentos a través de su país.
Entonces Blasto convenció a Herodes para que los recibiera. El día en que iba a recibirlos, Herodes se vistió con sus ropas de rey y se sentó en su trono. Luego, lleno de orgullo, les habló. Entonces la gente empezó a gritar:¡Herodes Agripa, tú no hablas como un hombre, sino como un dios!
En ese momento, un ángel de Dios hizo que Herodes se pusiera muy enfermo, porque Herodes se había creído Dios. Más tarde murió, y los gusanos se lo comieron.