2. El que es digno (Ap. 5:1-14)
Los sucesos del capítulo 5 ocurren inmediatamente
después de los del capítulo 4. Una vez más, el escenario es el trono de Dios en
el cielo. Los querubines, los veinticuatro ancianos, y el Espíritu Santo en su
séptupla gloria están todos presentes. Los acontecimientos descritos en estos
dos capítulos anuncian el juicio divino a punto de azotar la tierra (Apo_6:1-17; Apo_19:1-21). Sobrecogido por la majestad
del trono de Dios, los querubines y los ancianos comienzan una serie de himnos
a Dios. Esos himnos celebran a Dios como Creador y Redentor, y se regocijan
porque Él está a punto de recuperar lo que legítimamente
le pertenece.
Mientras se acerca ese momento,
Dios comienza a moverse. Las palabras iniciales “Y vi” presentan las diversas
escenas descritas en este capítulo y subrayan la función de Juan como testigo.
En su visión, Juan vio en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un
libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Dios extendió
la mano, por decirlo así, y tenía en ella un libro. Aquí la palabra griega se
refiere a un rollo. Un rollo era un pedazo grande de papiro o piel de animal,
enrollada desde los dos extremos hacia el medio. Por lo general los rollos se
usaban antes de la invención del libro al estilo moderno.
Aunque los testamentos romanos
eran sellados con siete sellos, este rollo no era un testamento, sino un
documento legal o contrato. Jer_32:1-44 presenta una buena ilustración del uso de tal documento. En los decadentes días del reino del sur,
poco antes de la caída de Jerusalén, Jeremías fue visitado por su primo
Hanameel, que estaba desesperado por vender un campo que tenía en la ciudad de
Anatot, donde había nacido Jeremías, cerca de Jerusalén. Hanameel sabía que una
vez que el ejército babilónico la conquistara, su campo sería tomado. Jeremías,
en obediencia al mandato de Dios (Jer_32:6-7), compró el campo, a pesar de su posible pérdida, como señal de que el
cautiverio babilónico no sería permanente.
El libro que Juan vio en la mano
de Dios es el título de propiedad de la tierra. Sin embargo, a diferencia de
otros documentos legales, este no recoge los detalles descriptivos de lo que
Cristo heredará, sino cómo Él recobrará su legítima heredad. Lo hará mediante
los juicios divinos que estaban por derramarse sobre la tierra. Aunque es un
rollo de condena y juicio, es también un rollo de redención. Dice cómo Cristo
redimirá al mundo de Satanás y sus colaboradores. Ezequiel describe ese mismo
libro en su visión del cielo (Eze_2:9-10).
LA BÚSQUEDA DE ALGUIEN DIGNO
Y vi a un ángel fuerte que pregonaba a gran voz: ¿Quién es digno de abrir el
libro y desatar sus sellos? Y ninguno, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo
de la tierra, podía abrir el libro, ni aun mirarlo. Y lloraba yo mucho, porque
no se había hallado a ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni de
mirarlo.
(Apo_5:2-4)
No se menciona por nombre al ángel fuerte (cp. Apo_10:1; Apo_18:21). Algunos lo identifican como
Gabriel, otros como Miguel, pero él es anónimo. Hablaba “a gran
voz” para que su proclama pudiera llegar hasta el último rincón del universo.
El ángel buscaba a alguien que fuera “digno de abrir el libro y desatar sus
sellos”.
Mientras los ecos de su clamor
se alejan, solo hay silencio. “Y ninguno, ni en el cielo ni en la tierra ni
debajo de la tierra, podía abrir el libro, ni aun mirarlo”. Una búsqueda en
todo el universo trae como resultado que no hay ninguno digno de abrir el
libro.
Abrumado por la tristeza ante
este giro de los acontecimientos, Juan comenzó a llorar. “Lloraba” es la misma
palabra griega empleada para describir el llanto de Jesús por Jerusalén (Luc_19:41), y el amargo llanto de Pedro
después de traicionar al Señor (Luc_22:62). Esta es una palabra que
expresa una emoción fuerte e incontenible. Es interesante observar
que esta es la única vez en las Escrituras que se ven las lágrimas en el cielo.
El llanto de Juan, aunque
sincero, era apresurado. Dios estaba a punto de actuar. Juan lloró porque él
quería ver al mundo libre de maldad, pecado y muerte. Él quería ver el reino de
Dios establecido en la tierra. Pero Juan no tenía por qué llorar, ya que la
búsqueda de alguien digno de abrir el libro estaba a punto de terminar.
LA SELECCIÓN DEL DIGNO
Y uno de los ancianos me dijo: No llores.
He aquí que el León de la tribu de
Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete
sellos. Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y
en medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado, que tenía
siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios
enviados por toda la tierra. Y vino, y tomó el libro de la mano derecha del que
estaba sentado en el trono. (Apo_5:5-7)
Como sus lágrimas no tenían razón de ser, uno de los
ancianos le dijo a Juan que no llorara. Entonces dirigió la atención de Juan
hacia una nueva persona que surgía en la escena, “el León de la tribu de Judá,
la raíz de David”. Ningún humano ni ángel puede redimir el universo, pero hay
uno que sí puede: Jesucristo. El título “el León de la tribu de Judá” viene de
la bendición de Jacob sobre la tribu de Judá dada en Gén_49:8-10. De la tribu aleonada de Judá saldría un gobernante fuerte, fiero y mortal.
Los judíos de la época de Cristo
esperaban que el Mesías fuera poderoso y los librara de la pesada mano de sus
opresores romanos. Fue en parte por el hecho de que Jesús no vivió conforme a
esas expectativas, que lo rechazaron. Por desgracia, los judíos juzgaron
completamente mal a su Mesías. Él es un león, y desgarrará y destruirá a sus
enemigos. Pero lo hará conforme a su programa, no al de ellos. Su juicio sobre
sus enemigos, como león, aguarda aún por un día en el futuro que Él ha
escogido.
Se ve también a Jesucristo como
“la raíz de David”. Este título proviene de Isa_11:1; Isa_11:10. Como Mat_1:1-25 y Luc_3:1-38 revelan, Jesús era descendiente de David, tanto por parte de padre como por parte
de madre. En Rom_1:3 el apóstol
Pablo dijo que Jesucristo “era del linaje de David según la carne”.
Jesucristo es el que es digno de
tomar el libro debido a quién Él es: el legítimo Rey procedente de David; y por
lo que Él es: el León de la tribu de Judá, con el poder de destruir a sus
enemigos.
Mientras miraba la increíble
escena delante de él, la atención de Juan se desvió irresistiblemente a lo que
vio en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los
ancianos. En lugar del esperado León poderoso de la tribu de Judá, Juan vio un
Cordero. El Señor Jesús no podía ser el León de juicio, o el Rey de gloria, a
menos que fuera primero “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jua_1:29).
La palabra griega traducida aquí
“cordero” se refiere a un corderito o cordero doméstico. La imagen proviene de
la Pascua, en la que se pedía a las familias judías que guardaran el cordero
expiatorio como un animal de la casa durante cuatro días antes de sacrificarlo
(Éxo_12:3-6). Aunque cada cordero que se
sacrificaba bajo el antiguo pacto señalaba a Cristo, en el Antiguo
Testamento solo hay una referencia a Él como cordero (Isa_53:7). En el Nuevo Testamento,
aparte de en Apocalipsis, solo se le llama Cordero cuatro veces (Jua_1:29; Jua_1:36; Hch_8:32; 1Pe_1:19). En Apocalipsis aparece como
el Cordero veintinueve veces.
Varias características indican que este no era
un cordero común. En primer lugar, Él estaba en pie, vivo, pero parecía como si
hubiera sido inmolado. Las cicatrices de las heridas mortales que había
recibido este Cordero eran claramente visibles; sin embargo, estaba vivo.
Aunque los demonios y los hombres malvados conspiraron contra Él y lo mataron,
Él resucitó de los muertos, derrotando a sus enemigos.
Otra característica acerca de
este Cordero, que observa Juan, es que tenía siete cuernos. Una imagen traída
del mundo de los animales, los cuernos en las Escrituras simbolizan fortaleza y
poder; siete, el número de la perfección, simboliza la perfección y el absoluto
poder del Cordero. El Cordero, en la visión de Juan, también tenía siete ojos,
una vez más denotando perfecta omnisciencia y total comprensión y conocimiento.
Esos ojos representaban los siete espíritus de Dios enviados por toda la
tierra. La frase “siete espíritus de Dios” describe al Espíritu Santo en toda
su plenitud.
El versículo Apo_5:7 registra el acto final y
monumental en la escena celestial. Todo lo que Juan ha estado describiendo
desde que comenzó esta visión en Apo_4:1 estaba encaminado a este
momento, en el que se ve el acto grandioso y culminante de la historia, el acto
que señalará el final de los días del hombre. La meta
suprema de la redención está a punto de mostrarse; el paraíso se reconquistará
y el Edén se restaurará. Ante los ojos maravillados de Juan, el Cordero vino, y
tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono.
El que es digno ha llegado para
recibir de vuelta lo que es legítimamente suyo.
EL CÁNTICO DEL DIGNO
Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro
seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero;
todos tenían arpas, y copas de oro llenas
de incienso, que son las oraciones de los santos; y cantaban un nuevo cántico,
diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste
inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y
pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y
reinaremos sobre la tierra. Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del
trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era millones de
millones, que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar
el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la
alabanza. Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo
de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al
que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la
gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Los cuatro seres vivientes
decían: Amén; y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y
adoraron al que vive por los siglos de los siglos. (
Apo_5:8-14)
La aparición del Cordero mientras toma el libro, hace que la
alabanza estalle de todos los lugares en el universo. A los dos cánticos de
alabanza majestuosos del capítulo Apo_4:1-11, se adicionan tres más en el capítulo Apo_5:1-14. El espontáneo estallido de adoración surge ante la realidad de que la muy
ansiada derrota del pecado, la muerte y Satanás está a punto de producirse.
Cristo volverá a la tierra en triunfo y establecerá su glorioso reino
milenario. La maldición será revocada, el remanente fiel de Israel será salvo y
a la Iglesia se le dará el privilegio de reinar con Cristo.
Al comenzar su cántico de
alabanza y adoración, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se
postraron delante del Cordero. El que ofrezcan la misma adoración a Cristo que
ofrecieron al Padre en Apo_4:10, presenta una prueba
convincente de la deidad de Cristo, ya que solo se debe adorar a Dios (Apo_19:10; Mat_4:10).
Mientras se postraban delante del Cordero en adoración, Juan observó que todos los veinticuatro ancianos “tenían arpas, y
copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos”. En el
Antiguo Testamento a menudo se asociaban las arpas con la adoración (p. ej. 2Sa_6:4-5; Sal_33:2; Sal_71:22), pero están también muy estrechamente vinculadas a la profecía (2Re_3:15; 1Cr_25:1). Las arpas que sostenían los ancianos probablemente simbolizan todas las profecías, que
culminarán en los acontecimientos trascendentales que están a punto de ocurrir.
Además de las arpas, también los
ancianos tenían “copas de oro llenas de incienso”. Esas copas de boca ancha se
usaban en el tabernáculo y en el templo (1Re_7:40; 1Re_7:45; 1Re_7:50; 2Re_12:13-14;), donde estaban vinculadas al altar.
Simbolizaban la obra sacerdotal de intercesión
por el pueblo. Las Escrituras asocian la quema del incienso con las oraciones
de los santos en el Sal_141:2, Luc_1:9-10, y Apo_8:3-4. El incienso, en estas copas,
representa las oraciones de los creyentes a través
de los siglos. Tomadas en conjunto, las arpas y las copas indican que todo lo
que los profetas profetizaron, y todo aquello por lo que los hijos de Dios han
orado, debe cumplirse.
Mientras los ancianos llevaban
ante Dios los deseos y las oraciones de los santos, “cantaban un nuevo
cántico”. Como (con la posible excepción de Job_38:7) la Biblia no registra en ningún lugar que los ángeles cantan, es mejor ver solamente a los ancianos
cantando aquí. Eso es compatible con el resto de la Biblia, que describe a los
redimidos cantando alabanzas a Dios (p .ej., Hch_16:25; Efe_5:19). A lo largo de las Escrituras
el nuevo cántico es un canto de redención (Sal_33:3; Sal_40:3; Sal_96:1; Sal_98:1).
El cántico comienza con la reafirmación de que Cristo
es “digno… de tomar el libro y abrir sus sellos”. Él es digno porque es el
Cordero, el León de la tribu de Judá y el Rey de reyes y Señor de señores;
abrir los sellos del libro significa decretar los juicios escritos en él.
Luego, reafirmando aún más los
méritos de Cristo, la canción continúa: “porque tú fuiste inmolado, y con tu
sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación”.
Esa frase amplía la afirmación del versículo 6 de que el Cordero había sido
inmolado, explicando el significado de su muerte. La palabra “redimido” viene
de una palabra griega para redención, que describe a los esclavos comprados en
el mercado a los que luego se les da la libertad. En la cruz, Jesucristo pagó
el precio de compra, su propia sangre (1Pe_1:18-19), para redimir del mercado de
esclavos de la humanidad pecadora aquellos “de
todo linaje [descendencia] y lengua [idioma] y pueblo [raza] y nación [cultura]”.
Estos cuatro términos aparecen juntos también en Apo_7:9; Apo_11:9; Apo_13:7; Apo_14:6 y abarcan toda la humanidad.
La canción sigue expresando los resultados de la
redención: “y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos
sobre la tierra”. Los veinticuatro ancianos se mueven más allá de sí mismos
para abarcar a todos los santos de todas las épocas, en alabanza y adoración.
Los redimidos son parte del reino de Dios (Apo_1:6), una comunidad de creyentes
bajo el gobierno soberano de Dios. Son también
sacerdotes para Dios (Apo_20:6), lo que indica su total acceso a la
presencia de Dios para la adoración y el servicio. El actual
sacerdocio de los creyentes (1Pe_2:5; 1Pe_2:9) prefigura ese día futuro en el que tendremos acceso total y perfecta comunión con
Dios. Durante el reino milenario, los creyentes reinarán sobre la tierra con
Cristo (Apo_20:6; 2Ti_2:12).
En el versículo Apo_5:11 Juan dice, por cuarta vez en
el capítulo, que “vio algo”. A las voces de los cuatro
seres vivientes y de los veinticuatro ancianos, ahora se suman las de
incontables ángeles. La frase millones de millones describe a una multitud
incontable. Heb_12:1 también
dice que no puede contarse la cantidad de ángeles santos. Al menos son el doble
de los ángeles caídos según Apo_12:3-4.
La gran multitud comenzó a decir a gran voz: “El
Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la
sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza”. Una vez más el
énfasis está en la muerte de Cristo que da perfecta redención. Él es digno de
recibir reconocimiento por su poder y por las riquezas espirituales y materiales
que posee (Sal_50:10-12). Además,
Él es digno de recibir reconocimiento gracias a su sabiduría y omnisciencia.
Por todas estas cosas y todas sus demás perfecciones absolutas, Jesucristo es
digno de toda la honra, la gloria y la alabanza.
En tanto que el gran himno de
alabanza alcanza su punto culminante, se une al coro “todo lo creado que está
en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas
las cosas que en ellos hay”. Esta declaración tan abarcadora recuerda el Sal_69:34 : “Alábenle
los cielos y la tierra, los mares, y todo lo que se mueve en ellos”; y el
versículo final de los salmos: “Todo lo que respira alabe a JAH” (Sal_150:6). Este coro poderoso exclama: “Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la
honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos”. Adoración sin fin
pertenece a Dios el Padre y el Señor Jesucristo. La creación no puede contener
su gozo por su inminente redención.
Llenos de alabanza, los cuatro
seres vivientes pudieron solo seguir diciendo: Amén. Esa solemne afirmación
quiere decir “que así sea”, “que ocurra” (cp. Apo_1:6-7).
Pronto, esta poderosa multitud se marchará del cielo para ejecutar juicios, reunir al pueblo de Dios, y volver con Cristo cuando Él establezca su reino terrenal. El escenario para el plan supremo de Dios se ha preparado en el salón del trono de Dios.