4. Carta a los creyentes de Filadelfia y Laodicea (Ap. 3:7-22)
A veces me preguntan jóvenes que buscan una iglesia
para pastorear, si sé de alguna iglesia sin ningún problema. Les respondo que
“si lo supiera, no se los diría, porque irían allí y la echarían a perder”. El
caso es, no hay iglesias perfectas. La iglesia no es un lugar para personas que
no tienen debilidades. Es una confraternidad de los que están conscientes de
sus debilidades y desean que la fuerza y la gracia de Dios llene la vida de
cada uno de ellos. Es un hospital espiritual para los que saben que están
enfermos y necesitados.
FILADELFIA: LA IGLESIA FIEL
Como todas las iglesias, la de Filadelfia tenía
sus imperfecciones. Sin embargo, el Señor elogia a sus miembros por su
fidelidad y lealtad. Junto con Esmirna, fueron las únicas dos de las siete
iglesias que no recibieron reprensión por parte del Señor. A pesar de sus
luchas, los
cristianos de Filadelfia fueron
fieles y obedientes al Señor. Ellos son un modelo destacado para una iglesia
fiel.
El escritor
Esto dice el Santo, el Verdadero, el que
tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre: (Apo_3:7 b)
El Señor Jesucristo, el autor divino de las siete
cartas, siempre se presenta con una descripción que refleja su carácter. En las
cinco anteriores, esas descripciones venían de la visión registrada en Apo_1:12-17. Pero esta descripción es exclusiva y no se toma de esa previa visión.
Esta tiene inconfundibles rasgos
del Antiguo Testamento.
La expresión “el Santo” se
refiere a Dios, el único que posee absoluta santidad. El Antiguo Testamento
describe varias veces a Dios como el Santo (p. ej. 2Re_19:22; Job_6:10; Sal_71:22; Sal_78:41). Decir que Dios es santo es
decir que Él está separado por completo del pecado. Por lo
tanto, su carácter es absolutamente sin tacha.
El título “el Santo” se emplea
en el Nuevo Testamento como un título mesiánico para el Señor Jesucristo. Es
pronunciado por un demonio (Mar_1:24), por un ángel que habla a María (Luc_1:35), y por Pedro (Jua_6:69; Hch_3:14). En Jua_6:69 Pedro afirmó: “Y nosotros hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.
La identificación de Jesucristo
como “el Santo” revela una confirmación de su deidad. Cristo posee la
naturaleza santa y pura de Dios. Como Cristo es santo, su Iglesia debe ser
santa. Pedro escribió: “Como aquel que os llamó es santo sed también vosotros santos
en toda vuestra manera de vivir” (1Pe_1:15). El que el Omnisciente y
Santo no haya hecho alguna advertencia a la iglesia de Filadelfia, habla muy
bien de su punto de vista sobre la santidad de Cristo.
Cristo también se describe a sí mismo como
“el Verdadero”. Se emplea la verdad en combinación con la santidad para
describir a Dios en Apo_6:10; Apo_15:3; Apo_16:7; Apo_19:2; Apo_19:11. Aquí
la palabra griega traducida como “verdadero” describe algo que es genuino,
auténtico y real. En medio de la falsedad y el error que llena al mundo,
Jesucristo es la verdad (Jua_14:6).
En tercer lugar, Cristo se describe como “el
que tiene la llave de David”. En Apo_5:5; Apo_22:16, David simboliza el oficio
mesiánico. Una “llave” en las Escrituras representa
autoridad. El que tiene las llaves tiene el control (Apo_1:18; Apo_9:1; Apo_20:1; Mat_16:19). La frase “la llave de David” también aparece en Isa_22:22, donde se refiere a Eliaquim,
el primer ministro del rey de Israel. Debido a su oficio, él controlaba el acceso al líder supremo. Como el que tiene “la llave
de David”, es Jesús quien tiene la autoridad para determinar quién entra en su
reino. Apo_1:18 revela que Jesús
tiene las llaves de la muerte y el infierno. Aquí se le describe con las llaves
de la salvación y las bendiciones.
Por último, Jesucristo se
identifica como “el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre”. Esta
descripción subraya el poder supremo de Cristo. “Lo que hago yo, ¿quién lo
estorbará?” declaró el Señor en Isa_43:13. Nadie puede cerrar las
puertas del reino ni de las bendiciones si Él
las mantiene abiertas. Nadie puede lograr que se abran si Él las tiene
cerradas. A la luz de la promesa en el versículo 8, también Cristo pudiera
referirse a abrir y cerrar puertas para el servicio. En cualquier caso, el
énfasis está en que su soberanía tiene el control sobre su Iglesia.
La iglesia
la iglesia en Filadelfia (Apo_3:7 a)
Poco se sabe acerca de la iglesia de Filadelfia aparte de este pasaje.
Al igual que la mayoría de las otras siete iglesias,
probablemente se fundó durante el ministerio de Pablo en Éfeso (Hch_19:10). Algunos años después de que Juan escribiera Apocalipsis, el padre de la iglesia,
Ignacio, pasó por Filadelfia, cuando iba rumbo a su martirio en Roma. Más
adelante escribió a la iglesia una carta de aliento e instrucción. Algunos
cristianos de Filadelfia fueron martirizados con Policarpo en Esmirna. La
iglesia permaneció durante siglos. Los cristianos en Filadelfia permanecieron
firmes, incluso después de que la región fuera conquistada por los musulmanes;
hasta desaparecer finalmente durante el siglo catorce.
La ciudad
Filadelfia (Apo_3:7 a)
Desde el valle del río Hermo, donde estaban situadas
Sardis y Esmirna, un valle más pequeño cerca del río Cogamis se bifurcaba hacia
el sudeste. Una carretera a través de este valle proporcionaba el mejor medio
de ascender los 760 metros desde el valle Hermo hasta la extensa meseta
central. En este valle, a unos cincuenta kilómetros de Sardis, estaba la ciudad
de Filadelfia.
Filadelfia era la más joven de
las siete ciudades, se fundó después de 189 a.C. o por el rey Eumenes de
Pérgamo o por su hermano, Atalo II, quien lo sucedió como rey. En cualquier
caso, la ciudad tomó su nombre del apodo de Atalo II: Filadelfo (“amado
hermano”), que había ganado por la fidelidad a su hermano Eumenes.
Aunque estaba situada en un
lugar fácilmente defendible, en una colina de más de doscientos metros que
dominaba una importante carretera, Filadelfia no era fundamentalmente un puesto
militar. Sus fundadores quisieron que fuera un centro de la cultura y el idioma
griegos. Filadelfia tuvo tanto éxito en su misión, que por el 19 d.C. el idioma
de Lidia se había reemplazado por completo por el griego.
Filadelfia se benefició de su
ubicación en la unión de varias importantes rutas de comercio, ganando el
título de “puerta al este”. La ciudad estaba ubicada al borde del Katakekaumene
(la “tierra quemada”), una región volcánica cuyo fértil suelo era muy
conveniente para viñedos. Sin embargo, el estar cerca de esta región volcánica
activa, tenía sus inconvenientes. En 17 d.C. un poderoso terremoto sacudió
Filadelfia, junto a Sardis y otras diez ciudades vecinas. Aunque la destrucción
inicial fue mayor en Sardis, Filadelfia, al estar más cerca del epicentro,
experimentó temblores frecuentes durante los siguientes años.
Como gratitud a la ayuda
económica de Tiberio César en la reconstrucción de su ciudad, los habitantes de
Filadelfia se unieron a otras ciudades para construirle un monumento.
Filadelfia fue más allá del resto de las ciudades y cambió su nombre a
Neocesarea por unos años. Varias décadas después, la ciudad cambió su nombre
nuevamente a Flavia, en honor de la familia imperial romana. Se conocería con
ambos nombres, Filadelfia y Flavia, durante los siglos segundo y tercero.
El elogio
Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la
cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi
palabra, y no has negado mi nombre. He aquí, yo entrego de la sinagoga de
Satanás a los que se dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten; he aquí,
yo haré que vengan y se postren a tus pies, y reconozcan que yo te he amado.
Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de
la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los
que moran sobre la tierra. He aquí, yo vengo pronto; (Apo_3:8-11 a)
Sin mencionar las preocupaciones mencionadas a cinco de las iglesias,
esta carta siguió elogiando a los cristianos de Filadelfia por
cuatro características de la congregación.
En primer lugar, la iglesia de
Filadelfia tenía “poca fuerza”. Ese no fue un comentario negativo acerca de su
debilidad, sino un elogio por su fuerza. La iglesia de Filadelfia era pequeña
en número, pero tenía una poderosa influencia en su ciudad. La mayoría de sus
miembros pudieron haber sido de las clases más bajas de la sociedad (1Co_1:26). Pero a pesar de su pequeño tamaño, de la iglesia de Filadelfia fluía poder espiritual.
También los creyentes de
Filadelfia se caracterizaban por la obediencia; “has guardado la palabra”. Al
igual que Martín Lutero, en el juicio ante el régimen imperial, podían decir:
“Mi conciencia está cautivada por la Palabra de Dios”. No se desviaron del
modelo de obediencia, probando la autenticidad de su amor a Cristo (Jua_14:23-24; Jua_15:13-14).
En tercer lugar, no habían “negado [su] nombre”, a
pesar de las presiones que enfrentaron para que lo hicieran. Seguían siendo
fieles costase lo que costase. Apo_14:12 describe a los santos de la
tribulación que se negaron a recibir la marca de la bestia:
“Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios
y la fe de Jesús”. Al igual que ellos, la iglesia de Filadelfia no se apartaría
de la fe.
Por último, la iglesia había
guardado “la palabra de [su] paciencia”. Una traducción reciente aclara lo que
quiso decir Cristo: “has guardado mi mandato de ser constante”. Los cristianos
de Filadelfia perseveraron fielmente a través de sus dificultades.
Debido a su fidelidad, Cristo le
hizo a la iglesia de Filadelfia algunas asombrosas promesas. En primer lugar,
puso delante de ellos una “puerta abierta, la cual nadie puede cerrar”. Su
salvación estaba segura. Su entrada a las bendiciones de la salvación por
gracia y al futuro reino de Cristo estaba garantizada. El cuadro de Cristo
abriendo la puerta simboliza también las oportunidades de servicio que Él da a
la fiel iglesia de Filadelfia. En las Escrituras una puerta refleja libertad
para predicar el evangelio. (
1Co_16:8-9; 2Co_2:12; Col_4:2-3). La ubicación estratégica de su ciudad les proporcionaba a los cristianos de
Filadelfia una oportunidad excelente de difundir el evangelio.
El versículo 9 registra una
segunda promesa hecha por Cristo a la iglesia de Filadelfia: “He aquí, yo
entrego de la sinagoga de Satanás a los que se dicen ser judíos y no lo son,
sino que mienten; he aquí, yo haré que vengan y se postren a tus pies, y
reconozcan que yo te he amado”. Como en el caso de Esmirna (Apo_2:9), los cristianos en Filadelfia
enfrentaron la hostilidad de los judíos incrédulos. Ignacio
contendió posteriormente con algunos judíos hostiles durante su visita a
Filadelfia. Como rechazaban a Jesús como el Mesías, ellos no eran sinagoga de
Dios, sino sinagoga de Satanás. Aunque decían que eran judíos, su afirmación
era mentira. Eran judíos físicamente, pero no espiritualmente (Rom_2:28-29).
Asombrosamente, Cristo prometió
que algunos de los mismos judíos que estaban persiguiendo a los cristianos en
Filadelfia vendrían y se postrarían a sus pies. Inclinarse ante los pies de
alguien refleja sumisión total. Los enemigos de la iglesia de Filadelfia
sufrirían una derrota total y tendrían que humillarse. Esta imagen proviene del
Antiguo Testamento, la cual describe el futuro día cuando los gentiles
incrédulos se postrarán ante el remanente creyente de Israel (Isa_45:14; Isa_49:23; Isa_60:14). La fidelidad de la iglesia
de Filadelfia recibiría como recompensa la salvación
de algunos de los muchos judíos que la estaban persiguiendo.
El versículo Apo_3:10 tiene una última promesa para la fiel iglesia de Filadelfia: “Por cuanto has
guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la
prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre
la tierra”. Como los creyentes de Filadelfia habían pasado satisfactoriamente
tantas pruebas, Jesús prometió que los guardaría de la prueba postrera. La
naturaleza arrolladora de esta promesa se extiende más allá de la congregación
de Filadelfia y abarca a todas las iglesias fieles a lo largo de la historia.
Este versículo promete que la iglesia no pasará por la tribulación, dando apoyo
de esta manera al arrebatamiento antes de la tribulación.
El arrebatamiento es el tema de
tres pasajes del Nuevo Testamento (Jua_14:1-4; 1Co_15:51-54; 1Ts_4:13-17), ninguno de los cuales habla
de juicio, sino más bien de la iglesia que es llevada al cielo. Hay
tres puntos de vista con relación al tiempo del arrebatamiento en referencia a
la tribulación: que ocurre al final de la tribulación (postribulacionismo), en
medio de la tribulación (mesotribulacionismo), y el punto de vista que parece
recibir apoyo de este texto, que el arrebatamiento tiene lugar antes de la
tribulación (pretribulacionismo).
Pueden observarse varios
aspectos de esa maravillosa promesa. En primer lugar, la prueba está todavía en
el futuro. En segundo lugar, la prueba es por un tiempo limitado. Jesús la describió
como “la hora de la prueba”. En tercer lugar, es una prueba que pondrá al
descubierto a las personas como son realmente. En cuarto lugar, la prueba es de
alcance mundial, ya que “ha de venir sobre el mundo entero”. Por último, y de
manera muy significativa, su propósito es probar “a los que moran sobre la
tierra”, una frase empleada como término técnico en el libro de Apocalipsis
para los incrédulos (Apo_6:10; Apo_8:13; Apo_11:10; Apo_13:8; Apo_13:12; Apo_13:14; Apo_17:2; Apo_17:8). La hora de la prueba es la
semana setenta de Daniel (Dan_9:25-27), el tiempo de angustia para
Jacob (Jer_30:7), el período
de siete años de tribulación. El Señor promete guardar a su Iglesia del futuro
tiempo de prueba que vendrá sobre los incrédulos.
Los incrédulos pasarán la prueba
si se arrepienten, o fracasarán si se niegan a arrepentirse. Apo_6:9-11;
Apo_7:9-10;
Apo_7:14;
Apo_14:4; y 17:14 describen a los que
se arrepienten durante la tribulación y reciben la salvación,
superando la prueba. Apo_6:15-17;
Apo_9:20;
Apo_16:11;
Apo_19:17-18 describen a los que se niegan
a arrepentirse, y fracasan.
Se ha debatido mucho el significado de la frase traducida “guardar de”. Los que defienden la idea de que la Iglesia pasará por la
tribulación, sostienen que esta frase significa preservación durante el tiempo
de los juicios. Consideran que la Iglesia pasará por los juicios de la
tribulación y que Dios la preservará en medio de ellos. Sin embargo, este punto
de vista es improbable tanto en el terreno lingüístico como en el bíblico. El
sentido esencial de la preposición traducida “de” (ek) es “de”,
“fuera de” o “lejos de”. Si el Señor tuviera la intención de dar a conocer que
la Iglesia sería preservada en medio de la tribulación, otras preposiciones
griegas que significan “en” (en) o “a
través de” (dia)
habrían sido más apropiadas.
Otra evidente objeción a
interpretar esto como una promesa de preservación en la tribulación es que los
creyentes en la tribulación no serán preservados. En realidad, muchos sufrirán
el martirio (Apo_6:9-11;
Apo_7:9-14). Algunos sostienen que la
promesa de liberación es solo de la ira de Dios
durante la tribulación. Pero una promesa de que Dios no matará a los creyentes,
sino que permitirá a Satanás y al anticristo hacerlo, proporcionaría poco
aliento a la iglesia sufriente de Filadelfia.
La venida a la que Cristo se
refiere se distingue de las que prometió a otras de las siete iglesias (Apo_2:5; Apo_2:16; Apo_3:3). Las anteriores promesas
fueron advertencias de inminentes juicios sobre las iglesias en pecado (Hch_5:1-11; 1Co_11:28-30). Aquí
la venida es para traer la hora de la prueba, que culmina con la Segunda Venida
de Cristo. Es la venida de Cristo para liberar a su iglesia (2Ts_2:1), no para traer juicio sobre
ella; “pronto” describe la inminencia de la venida de
Cristo por su Iglesia. Pudiera ocurrir en cualquier momento.
El mandato
retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona. (Apo_3:11 b)
Debido a la inminente venida del Señor
por su Iglesia, los creyentes deben retener lo que tienen. Los miembros de la
iglesia de Filadelfia habían sido fieles a Cristo; Él les ordena que sigan
siendo fieles. Los que perseveran hasta el final probarán por ese medio la
autenticidad de su salvación (Mat_10:22; Mat_24:13).
Es cierto que los creyentes están
eternamente seguros gracias al poder de Dios. Pero los asegura al darles a los
creyentes una fe que persevera. Los cristianos son salvos por el poder de Dios,
pero no sin su fe constante e imperecedera (Col_1:21-23). Según
1Jn_2:19, los que abandonan la fe muestran que
nunca fueron realmente salvos: “Salieron de nosotros, pero no
eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con
nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros”.
La promesa de Cristo al que
fielmente persevera es que “ninguno tome tu corona”. Apo_2:10 define esta corona como la “corona de la vida” o como dice literalmente el texto griego, “la
corona que es vida”. La corona para los que fielmente resistan hasta el final
es vida eterna con todas las recompensas. Segunda Timoteo 4:8 la describe como
una corona de justicia, y 1Pe_5:4 como una de gloria. En nuestro
estado glorificado, seremos capaces de reflejar perfectamente la gloria de
Dios. Aquellos a quienes su fiel perseverancia los distingue como verdaderos
hijos de Dios, nunca deben temer el perder su salvación.
El consejo
Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más
saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la
ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios,
y mi nombre nuevo. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las
iglesias.
(Apo_3:12-13)
Mientras terminaba la carta a la fiel iglesia de Filadelfia, Cristo
prometió cuatro bendiciones eternas “al que venciere”.
La primera promesa es que Cristo
lo hará “columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí”. Una columna
representa estabilidad y permanencia. También las columnas pueden representar
honra. En los templos paganos muchas veces se esculpían para rendir honor a una
deidad particular. La maravillosa promesa que Cristo da a los creyentes es que
tendrán un eterno lugar de honor en el templo de mi Dios. Para personas
acostumbradas a huir de su ciudad, producto de los terremotos y los enemigos,
la promesa de que nunca más saldrán del cielo se entendió como seguridad en
gloria eterna.
La segunda promesa de Cristo es
que escribirá “sobre él el nombre de su Dios”. Esto refleja propiedad,
significando que todos los verdaderos cristianos pertenecemos a Dios. Habla
esto también de la relación personal íntima que tenemos con Él por siempre.
En tercer lugar, Cristo promete
escribir sobre los creyentes “el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva
Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios”. Los cristianos tenemos
ciudadanía eterna en la ciudad capital del cielo, la nueva Jerusalén, descrita
detalladamente en Apo_21:1-27. Esa es no obstante otra promesa de
seguridad y gloria.
Por último, Cristo promete a los creyentes su “nombre
nuevo”. El nombre de Cristo representa la plenitud de su persona. En el cielo,
los creyentes “le [verán] tal como él es” (1Jn_3:2), y cualquier cosa que pudiéramos haber conocido de Él no podrá comparase con la realidad en la
cual le veremos. El nombre nuevo por el cual tendremos el privilegio de
llamarle reflejará esa gloriosa revelación de su persona.
La exhortación “El que tiene
oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” termina todas las cartas.
Los creyentes deben prestar atención a las verdades que se encuentran en cada
carta, ya que las siete iglesias representan los tipos de iglesias que han
existido a lo largo de la historia. La carta a la fiel iglesia de Filadelfia
revela que el Dios santo y omnipotente derrama sus bendiciones sobre las
iglesias que permanecen fieles a Él.
LAODICEA: LA
IGLESIA TIBIA
La iglesia en Laodicea es la última y la peor de las siete
iglesias a las que escribe Cristo. Esta iglesia era totalmente falsa, de
personas no regeneradas. Tiene la sombría distinción de ser la única iglesia de
las siete por la que Cristo no ofrece ninguna palabra positiva. Debido a la
drástica naturaleza de la situación en Laodicea, esta es también la más
amenazante de las siete cartas.
El escritor
el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios,
dice esto:
(Apo_3:14 b)
Como en la carta a la iglesia de Filadelfia, Cristo no se identificó empleando ninguna de las frases de la visión mencionadas en Apo_1:12-17. En vez de esto, se identificó con tres títulos divinos.
En primer lugar, el Señor
Jesucristo se describió como “el Amén”. Este título excepcional, empleado solo
aquí en las Escrituras para describir a Cristo, recuerda Isa_65:16, donde a Dios se le llama dos
veces el “Dios de verdad”. Amén proviene de la palabra
hebrea que significa “verdad”, “confirmación” o “certidumbre”. Se refiere a lo
que es firme, estable e inmutable. A menudo se emplea “Amén” en las Escrituras
para confirmar la veracidad de una afirmación. Cristo es sin duda el Amén en el
sentido de que Él es el Dios de verdad encarnado. Él es el Amén porque es el
que confirmó todas las promesas de Dios (2Co_1:20).
Cristo también se identificó como “el
testigo fiel y verdadero”. Ese título expresa aun más el pensamiento comunicado
en el primer título. Jesucristo no solo es el Amén por su obra, sino también
porque todo lo que dice es la verdad. Es absolutamente digno de confianza y
fidedigno. Jesucristo es “el camino, y la verdad, y la vida” (Jua_14:6). Esta era una forma muy
apropiada de comenzar la carta a los de Laodicea, porque les aseguraba que
Cristo había evaluado con precisión su condición espiritual.
También les aseguraba que su ofrecimiento de compañerismo y salvación en el
versículo 20 era cierto, porque las promesas de Dios se confirmaban a través de
su obra.
Por último, Cristo se refirió a
sí mismo como “el principio de la creación de Dios”. La traducción castellana
es algo ambigua y despista un poco. Como resultado, algunos han procurado usar
este versículo para probar que Jesús es un ser creado. Sin embargo, no hay
ambigüedad alguna en el texto griego. No significa que Cristo sea la primera
persona que Dios creó, sino más bien que Cristo mismo es el origen de la
creación (Apo_22:13). Todo se creó
mediante su poder (Jua_1:3; Heb_1:2). Pero es probable que la
misma herejía que plagaba a los colosenses se abrió paso en
Laodicea (cp. Col_4:16). Una forma del incipiente gnosticismo
enseñaba que Cristo era un ser creado, uno de una
serie de emanaciones de Dios. Los que proponían esto también decían tener un
conocimiento secreto y más espiritual que las simples palabras de la Biblia.
La iglesia
la iglesia en Laodicea (Apo_3:14 a)
El Nuevo Testamento no menciona nada acerca de la fundación de la iglesia en Laodicea. Como en la mayoría de las otras seis
iglesias, es probable que se estableciera durante el ministerio de Pablo en
Éfeso (Hch_19:10). No la fundó
Pablo, ya que cuando les escribió a los colosenses, algunos años después, aún
no había visitado Laodicea (Col_2:1). Como Epafras, el colaborador
de Pablo, fundó la iglesia de la cercana Colosas (Col_1:6-7), también pudo haber fundado la iglesia de Laodicea. Algunos han sugerido que
Arquipo, el hijo de Filemón (Flm_1:2), era su pastor (cp. Col_4:17), ya que las Constituciones
apostólicas del siglo cuarto menciona a
Arquipo como el obispo de Laodicea.
La ciudad
Laodicea (Apo_3:14 a)
Una de las ciudades de la tríada en el valle del Lico, a
unos ciento sesenta kilómetros al este de Éfeso, Laodicea era, de las siete, la
que estaba más al sudeste, a unos sesenta kilómetros de Filadelfia. Sus
ciudades hermanas eran Colosas, unos quince kilómetros al este y Hierápolis,
unos diez kilómetros al norte. Al estar ubicada en una meseta de varias decenas
de metros de altura, Laodicea era geográficamente casi inexpugnable. Su
vulnerabilidad a los ataques era debido al hecho de que tenía que traer el agua
a la ciudad por un acueducto de varios kilómetros, que podía bloquearse o
desviarse con facilidad por las fuerzas atacantes.
Laodicea fue fundada por el
gobernante seléucida Antíoco II y le dio el nombre de su primera esposa. Como
se divorció de ella en 253 a.C., lo más probable es que fundara la ciudad antes
de esa fecha. Aunque sus pobladores originales eran mayormente de Siria,
también había un considerable número de judíos allí. Un gobernador local, en
una oportunidad, prohibió a los judíos enviar el impuesto del templo a
Jerusalén. Cuando trataron de hacerlo a pesar de la prohibición, él confiscó el
oro que llevaban para el impuesto. De la cantidad del envío confiscado, se
calcula que en Laodicea vivían 7.500 hombres judíos. Habría también varios
miles de mujeres y niños.
Bajo el dominio del Imperio
Romano, Laodicea prosperó. Estaba estratégicamente ubicada en la unión de dos
importantes carreteras: la carretera que iba de este a oeste, que llevaba desde
Éfeso hacia el interior, y la que iba de norte a sur, desde Pérgamo hasta el
Mar Mediterráneo. Esa ubicación la hizo una importante ciudad comercial. El que
el estadista y filósofo romano del primer siglo a.C., Cicerón, cobrara allí sus
cartas de crédito revela que Laodicea fue un centro estratégico de actividades
bancarias. Tan rica llegó a ser la ciudad que pagó por su propia reconstrucción
tras el devastador terremoto en 60 d.C., rechazando ofrecimientos de ayuda
económica por parte de Roma.
La ciudad también era famosa por
la lana negra y suave que producía. La lana se utilizaba para hacer vestidos o
se tejía para hacer alfombras, ambas cosas muy codiciadas. Laodicea era también
un centro importante de la medicina antigua. El templo cercano del dios frigio
Men Karou tenía una importante facultad de medicina asociada a él. Esa escuela
fue muy famosa por un colirio que había desarrollado y que se exportaba por
todo el mundo grecorromano. Esas tres industrias, las finanzas, la lana y la
producción del colirio, se hallan presentes en esta carta a la iglesia de
Laodicea.
El reproche
Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente!
Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.
Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo
necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y
desnudo.
(Apo_3:15-17)
Como no había nada que elogiar en la
iglesia de Laodicea, Cristo va directamente a sus reproches. Las “obras”
siempre muestran el verdadero estado espiritual de una persona, como indicó el
Señor al decir “por sus frutos los conoceréis” (Mat_7:16; Rom_2:6-8). Aunque la salvación es solo por la gracia de Dios mediante la fe, las obras confirman o
niegan la presencia de la salvación genuina (Stg_2:14 ss). Cristo conocía que las obras de los laodicenses indicaban que era una iglesia que
no creía.
Cristo los reprendió por no ser
“[fríos] ni [calientes]”, sino “[tibios]”. Su lenguaje viene del suministro de
agua para Laodicea. Como viajaba varios kilómetros por un acueducto subterráneo
antes de llegar a la ciudad, el agua llegaba sucia y tibia. No era lo bastante
caliente como para relajar y rehabilitar, como las aguas termales de
Hierápolis. Tampoco era fría y refrescante, como la corriente de agua en
Colosas. Los habitantes de Laodicea encontraban el agua tibia repugnante.
Comparando su estado espiritual
con el agua de la ciudad, Cristo dio a la iglesia de Laodicea una reprensión
poderosa y estremecedora: “por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te
vomitaré de mi boca”. Algunas iglesias hacen llorar al Señor. Otras lo hacen
disgustarse. La iglesia de Laodicea lo enfermó.
Las personas calientes son las
que están espiritualmente vivas y tienen el fervor de una vida transformada.
Las espiritualmente frías son las que rechazan a Jesucristo. No tienen interés
en Cristo, su Palabra, o su Iglesia. Y no pretenden serlo; no son hipócritas.
Las personas tibias no se
ajustan a ninguna categoría. No son genuinamente salvas, pero no rechazan
abiertamente a Cristo. Asisten a la iglesia y dicen conocer al Señor. Como los
fariseos, se contentan con practicar una religión de justicia propia. Son
hipócritas y viven como si jugaran a ser cristianos (cp. Mat_7:22-23).
La tibieza de los de Laodicea estaba combinada con el engaño de sí mismos. Cristo los reprendió por la valoración desastrosamente
equivocada que tenían de sí mismos: “tú dices: Yo soy rico, y me he
enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un
desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”.
Laodicea era una ciudad muy
rica. Esta riqueza les dio a los miembros de la iglesia una falsa sensación de
seguridad, ya que imaginaban que su salud espiritual era un reflejo de la
riqueza material de la ciudad. Eran ricos en orgullo espiritual, pero estaban
arruinados en lo que tenía que ver con la gracia salvadora. Creyendo que se les
debía envidiar, en realidad eran dignos de compasión. Sus creencias equivocadas
(en la forma de gnosticismo incipiente) los llevó a pensar que habían alcanzado
un elevado nivel de conocimiento. Ellos sin duda tenían en poco a las personas
sencillas que aceptaban plenamente y se sentían satisfechas con la enseñanza
bíblica de Jesucristo. Sin embargo, la realidad es que eran espiritualmente
“desventurados, miserables, pobres, ciegos y desnudos”.
El mandato
Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas
rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de
tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. Yo reprendo y castigo
a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete. He aquí, yo estoy a la
puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré
con él, y él conmigo. (Apo_3:18-20)
Cristo pudo haber juzgado y destruido instantáneamente
a esa iglesia llena de hipócritas descreídos. En vez de eso, les ofreció
misericordiosamente la genuina salvación. La triple solicitud de Cristo tiene
como fundamento las tres características de la ciudad de Laodicea que la hacía
más famosa: su riqueza, su industria de la lana y la producción de colirio.
Cristo les ofreció oro espiritual, vestiduras espirituales y vista espiritual.
Desde luego que el Señor no
enseñó que la salvación pudiera ganarse con buenas obras. Las personas perdidas
no tienen con qué comprar la salvación (
Is.
64:5-6). Aquí el comprar es lo mismo que la invitación en Isa_55:1 : “A
todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid,
comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche”. Lo
único que los pecadores tienen que dar es su condición perdida. A cambio,
Cristo ofrece su justicia a los que verdaderamente se arrepienten.
Cristo les aconsejó a los de
Laodicea que compraran de él tres cosas, todas las cuales simbolizan la
redención verdadera. En primer lugar, tenían que comprar “oro refinado en
fuego” para que pudieran ser ricos. Necesitaban oro que no tuviera impurezas,
representando la inestimable riqueza de la verdadera salvación. Cristo ofreció
a los laodicenses una salvación pura y verdadera que podía llevarlos a una
relación verdadera con Él.
En segundo lugar, Cristo les
aconsejó que “compraran vestiduras blancas” para que se vistieran. Esto
cubriría la vergüenza de su desnudez. La famosa lana negra de Laodicea
simbolizaba los vestidos sucios y pecaminosos que cubrían a los no redimidos
(véase Isa_64:6; Zac_3:3-4). En cambio, Dios viste a los
redimidos con vestiduras blancas simbolizando las obras justas que siempre
acompañan a la genuina fe salvadora (19:8).
Por último, Cristo les dijo que
ungieran sus ojos con colirio para que vieran. Aunque ellos se sentían
orgullosos por su presunto conocimiento espiritual superior, los laodicenses
estaban de hecho espiritualmente ciegos. La ceguera representa la falta de
comprensión y conocimiento de la verdad espiritual (Mat_15:14; Mat_23:16-17). Como todas las personas no
regeneradas, los de Laodicea necesitaban desesperadamente a Cristo “para que [abrieran] sus ojos, para que se [convirtieran] de las
tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que [recibieran],
por la fe que es en [Él], perdón de pecados y herencia entre los santificados”
(Hch_26:18).
Algunos dicen que el lenguaje de la apelación
directa de Cristo a los laodicenses en el versículo 19, “Yo reprendo y castigo
a todos los que amo”, indica que eran creyentes. Sin embargo, los versículos 18
y 20 parecen indicar mejor que no eran creyentes y necesitaban desesperadamente
del oro de la verdadera riqueza espiritual, los vestidos de verdadera justicia
y el colirio que trae la verdadera comprensión espiritual (v. 18).
“Reprendo” significa dejar al
descubierto y declarar culpable. Es un término general para la forma en la que
Dios trata con los pecadores (Jua_3:18-20;
Jua_16:8; 1Co_14:24). “Castigo”
se emplea en referencia a la condena de Dios de los incrédulos (véase 2Ti_2:25). La terminología del versículo 19 no indica que Cristo se esté refiriendo a
creyentes. El Señor, compasiva y tiernamente, llamaba a los de aquella iglesia
a la fe salvadora. De otra manera, los hubiera declarado culpables y los
hubiera juzgado (véase Eze_18:30-32; Eze_33:11).
A fin de que los laodicenses fueran salvos, tenían que ser “celosos, y arrepentirse”. Esto incluiría una actitud de
pesar por el pecado y hambre y sed de justicia, de la que habló Jesús (Mat_5:4; Mat_5:6). El llamado a salvación del Nuevo Testamento siempre incluye un llamado al arrepentimiento
(p. ej. Mat_3:2; Mat_3:8; Mat_4:17; Mar_6:12). En el arrepentimiento, el
pecador se aparta del pecado para servir a Dios (1Ts_1:9). El Señor Jesucristo continúa con el llamado al arrepentimiento del versículo
19 con una tierna invitación en el versículo 20. La iglesia de Laodicea solo
podía esperar que Cristo viniera en juicio. Pero la sorprendente realidad,
presentada por la llamativa frase “he aquí”, era que Cristo estaba a la puerta
de la iglesia de Laodicea y llamaba. Si alguno en la iglesia oía su “voz y
abría la puerta, [Él] entraría a él, y cenaría con él, y él con [Cristo]”.
Aunque este versículo se haya
empleado en muchos tratados y mensajes evangelísticos para describir el toque
de Cristo a la puerta del corazón del pecador, el significado es más amplio. La
puerta a la cual Cristo está llamando no es la puerta de un simple corazón
humano, sino de la iglesia de Laodicea. Cristo estaba fuera de esta iglesia
apóstata y quería entrar, algo que solo sucedería si las personas se
arrepentían.
La invitación es personal, ya
que la salvación es individual. Pero Él toca a la puerta de la iglesia,
llamando a muchos a la fe salvadora, para que Él pueda entrar en la iglesia. Si
alguna persona (“alguno”) abría la puerta por el arrepentimiento y la fe,
Cristo entraría a esa iglesia a través de esa persona. El cuadro de Cristo
fuera de la iglesia de Laodicea buscando entrar, denota fuertemente que habían
allí pocos o ningún creyente en absoluto.
El ofrecimiento de Cristo a
cenar con la iglesia arrepentida habla de compañerismo, comunión, e intimidad.
Compartir una comida, en los tiempos antiguos, simbolizaba la unión de las
personas en amoroso compañerismo. Los creyentes cenarán con Cristo en la cena
de las bodas del Cordero (Apo_19:9), y en el reino milenario (Luc_22:16; Luc_22:29-30). “Cenar”
viene de la palabra griega que se refiere a la comida de la tarde, la última
comida del día (cp. Luc_17:8; Luc_22:20; 1Co_11:25). Cristo los exhortó a que se arrepintieran y tuvieran comunión con Él antes de que cayera
la noche del juicio y fuera demasiado tarde.
El consejo
Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo
he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono. El que tiene oído, oiga
lo que el Espíritu dice a las iglesias. (Apo_3:21-22)
“Al que venciere” (todos los
creyentes) se le ofrece una maravillosa promesa: Cristo permitirá que se siente
con Él en su trono, así como Él “ha vencido, y se ha sentado con el Padre en su
trono”. Disfrutar de compañerismo con Cristo en el reino y por toda la
eternidad es una bendición suficiente, más allá de toda comprensión. Pero
Cristo ofrece más, prometiendo sentar a los creyentes en el trono que Él
comparte con el Padre (véase Mat_19:28; Luc_22:29-30). Esto simboliza la verdad de que
reinaremos con Él (1Co_6:3; 2Ti_2:12; Apo_5:10; Apo_20:6).
Al igual que las otras seis cartas, esta a los laodicenses termina con la exhortación de Cristo: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”. El mensaje a la iglesia hipócrita es obvio: arrepentimiento y entrega a Cristo antes de que caiga la noche del juicio. La implicación para los verdaderos creyentes es que, como Cristo, debemos llamar compasivamente a los que están en iglesias incrédulas a arrepentirse y recibir la salvación en Jesucristo.