Los siglos de los siglos se suceden en los demonios sin esperanza. Indudablemente si pudieran suicidarse, antes o después, desesperados, llenos de tristeza, acabarían con sus vidas para poner fin a sus sufrimientos. Pero la vida de un demonio es indestructible. No hay manera de destruir un espíritu. No tiene órganos, no puede envenenarse, no puede dejar de comer. Ni siquiera puede dejarse morir de tristeza. Haga lo que haga seguirá existiendo.
De todas maneras ya se ha dicho que aunque sufran por toda la eternidad, no sufren en todos y cada uno de los instantes. De manera que aunque ellos no lo reconozcan, su existencia es un don de Dios. Y aunque una y otra vez caen en actos de odio, de reproche, de remordimiento, el resto del tiempo conocen y gozan de una existencia natural, la de su propia naturaleza