Abrió el pozo del abismo, y subió humo como de un gran horno, y el humo del pozo oscureció el sol y el aire. Del humo salieron langostas, que se extendieron por la tierra; y se les dio un poder semejante al poder de los alacranes. Se les mandó que no hicieran daño a la hierba de la tierra, ni a ninguna cosa verde, ni a ningún árbol, sino solamente a quienes no llevaran el sello de Dios en la frente.
Pero no se les permitió matar a la gente, sino tan solo causarle dolor durante cinco meses; y el dolor que causaban era como el de una picadura de alacrán. En aquellos días, la gente buscará la muerte y no la encontrará; desearán morir, pero la muerte se alejará de ellos. Las langostas parecían caballos preparados para la guerra; en la cabeza llevaban una especie de corona de oro, y su cara tenía apariencia humana. Tenían cabello como de mujer, y sus dientes parecían de león.
Sus cuerpos estaban protegidos con una especie de armadura de hierro, y el ruido de sus alas era como el de muchos carros tirados por caballos cuando entran en combate. Sus colas, armadas de aguijones, parecían de alacrán, y en ellas tenían poder para hacer daño a la gente durante cinco meses. El jefe de las langostas, que es el ángel del abismo, se llama en hebreo Abadón y en griego Apolión Pasó el primer desastre, pero todavía faltan dos.