El cardenal Jean-Claud Hollerich, arzobispo de Luxemburgo y presidente del episcopado europeo (COMECE), expresó sus ideas sobre la Iglesia de hoy y del futuro en una larga entrevista concedida a L'Osservatore Romano cuyo titular fue «La Iglesia debe cambiar, corremos el riesgo de hablar con un hombre que ya no está». Entre los cambios que propone figura la bendición de parejas homosexuales.
«Hace unas semanas conocí a una chica de 20 años que me dijo `quiero dejar la Iglesia porque no acepta a las parejas homosexuales´», le pregunté «¿te sientes discriminada por ser homosexual?» y me dijo «¡No, no! Yo no soy lesbiana, pero mi amiga más cercana lo es. Conozco su sufrimiento y no pienso formar parte de los que la juzgan».
«Esto», concluye el cardenal, «me ha hecho pensar mucho».
A continuación, afirma que las personas homosexuales no han elegido su orientación sexual, que no son «manzanas podridas», que cuando Dios vio la creación dijo que era buena, por lo tanto:
«No creo que haya lugar a un matrimonio sacramental entre personas del mismo sexo, porque no existe la finalidad procreadora que lo caracteriza, pero esto no significa que su relación afectiva no tenga valor. Una pareja del mismo sexo es algo bueno, porque Dios no hace daño a nadie».
Según el purpurado, la Iglesia debe anunciar un Evangelio del que esté ausente la ley de Dios:
«Estamos llamados a anunciar la buena noticia, no un conjunto de normas y prohibiciones. Una Iglesia que quiere anunciar el Evangelio principalmente a través de su compromiso en el mundo con la protección de la creación, con la justicia para la paz.... En el mundo actual lo que se recibe no es lo que decimos sino lo que testimoniamos. La encíclica Laudato sì' es entendida y apreciada incluso por los no creyentes porque es la proclamación de un nuevo humanismo, que no es una propuesta política sino evangélica».
La propuesta de Hollerich para la Iglesia de hoy es:
«Partir de la realidad, esa realidad que nos ve a todos como criaturas e hijos de un mismo Padre. La realidad, sin embargo, no es lo que debería ser, y partir de la realidad puede significar también partir de algo corrupto y desviado. Si por realidad entendemos lo existente, partir de lo existente es insuficiente, la fraternidad se hace en la verdad y no en el mero ser, se necesita ya de antemano una mirada discriminante, una luz valorativa. Entonces ya no partimos de lo existente, sino de lo eterno, que entonces también da luz a lo existente porque nos permite no caer en sus trampas».