Las Escrituras se interpretan por las Escrituras, no por la ciencia

¿Y quién proclamará lo venidero, lo declarará, y lo pondrá en orden delante de mí, como hago yo desde que establecí el pueblo antiguo? Anúncienles lo que viene, y lo que está por venir.
ISAÍAS 44.7
La opinión científica moderna no es un criterio hermenéutico válido para interpretar Génesis (o cualquiera otra parte de las Escrituras). La Biblia es inspirada por Dios (2 Timoteo 3.16). Ella es la verdad inspirada de Dios.
Las Escrituras nunca fueron traídas «por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo» (2 Pedro 1.21). Jesús lo expresó de manera perfecta cuando dijo: «Tu palabra es verdad» (Juan 17.17). La Biblia es la verdad suprema, y por tanto es la norma conforme a la cual debe evaluarse toda teoría científica, no a la inversa.
Además, las Escrituras siempre hablan con absoluta autoridad. Posee la misma autoridad cuando nos instruye que cuando nos ordena. Es tan verdadera en cuanto al futuro como lo es en cuanto al pasado. Aunque no es un libro de texto sobre ciencia, donde se entrelaza con datos científicos, la Biblia se expresa con la misma autoridad que cuando nos da preceptos morales.
Es un serio error imaginar que los científicos modernos pueden hablar de forma más autoritativa que las Escrituras acerca de la cuestión de los orígenes. Las Escrituras son el testimonio ocular del propio Dios acerca de lo que ocurrió en el principio.
En el Nuevo Testamento encontramos un claro modelo para interpretar Génesis. En cada referencia neotestamentaria al Génesis, los sucesos registrados por Moisés son tratados como acontecimientos históricos. De forma particular, los tres primeros capítulos de Génesis son considerados siempre como un registro literal de sucesos históricos.
¿Cuándo ha sentido que su opinión es más confiable que lo que Dios ha dicho?