"Porque, si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida",
Romanos 5:10
No soy salvo por creer; simplemente comprendo que soy salvo, creyendo. Lo que me salva no es el arrepentimiento. Éste es solamente la señal de que me doy cuenta de lo que Dios ha hecho a través de Cristo Jesús. El peligro está en recalcar el efecto en lugar de la causa. ¿Son mi obediencia y consagración las que me reconcilian con Dios? ¡Nunca! Me reconcilié con Él porque, antes que todo lo demás, Cristo murió. Cuando me vuelvo a Dios y acepto por la fe lo que Él me revela, la formidable expiación de Cristo me empuja inmediatamente a una relación correcta con Dios. Y soy justificado por el milagro sobrenatural de su gracia; no porque estoy afligido por mi pecado ni porque me he arrepentido, sino por lo que Jesús hizo. El Espíritu de Dios me envía la justificación como una luz resplandeciente y sé que soy salvo, aunque no sepa cómo ocurrió.
La salvación que viene de Dios no se fundamenta en la lógica humana, sino en la muerte expiatoria de Jesús. Sólo podemos nacer de nuevo por causa de la expiación de nuestro Señor. Hombres y mujeres pecadores pueden convertirse en nuevas criaturas, no por su arrepentimiento o su creencia, sino por la maravillosa obra de Dios en Cristo Jesús, la cual antecede a toda nuestra experiencia (ver 2 Corintios 5:17-19). Dios mismo es la seguridad inquebrantable de la justificación y la santificación y no tenemos que lograrlas por nosotros mismos. Éstas se han producido por la expiación de Cristo en la cruz. Lo sobrenatural se vuelve natural para nosotros por el milagro de Dios y comprendemos lo que Jesucristo ya hizo: "¡Consumado es!", Juan 19:30.