Dios tomó forma de un mendigo, entró al pueblo y buscó la casa del zapatero. Tocó en la puerta y cuando el zapatero le abrió y le dijo:
– Hermano, soy muy pobre. No tengo una sola moneda en la bolsa y éstas son mis únicas sandalias, están rotas, ¿me los puedes arreglar?
El zapatero le dijo que estaba cansado de que todos le venían a pedir y nadie venía a dar.
– Pero yo puedo darte lo que tú necesitas – dijo el mendigo.
El zapatero desconfiaba del mendigo y le preguntó:
– ¿Tú podrías darme el millón de dólares que necesito para ser feliz?
– Yo puedo darte diez veces más que eso, pero a cambio de algo – dijo el mendigo.
– El zapatero preguntó ¿ a cambió de qué?
– A cambio de tus piernas.
– El zapatero respondió para qué quiero diez millones de dólares si no puedo caminar.
– Entonces puedo darte cien millones de dólares a cambio de tus brazos.
– ¿Para qué quiero yo cien millones de dólares si ni siquiera puedo comer solo?
– Entonces puedo darte mil millones de dólares a cambio de tus ojos.
– ¿Para qué quiero mil millones de dólares si no voy a poder ver a mi mujer, a mis hijos, a mis amigos?
– ¡Ah, hermano! Qué fortuna tienes y no te das cuenta.
La auténtica fortuna que tenemos no está en las cosas materiales, sino en vivir el ahora y en ser consciente de las alegrías que te ofrece el día a día.