Jesús se fue de allí a la región de Tiro y de Sidón. Una mujer de esa región, que era del grupo al que los judíos llamaban cananeos, se acercó a Jesús y le dijo a gritos: ¡Señor, tú que eres el Mesías, ten compasión de mí y ayúdame! ¡Mi hija tiene un demonio que la hace sufrir mucho!
Jesús no le hizo caso. Pero los discípulos se acercaron a él y le rogaron: Atiende a esa mujer, pues viene gritando detrás de nosotros.
Jesús respondió: Dios me envió para ayudar sólo a los israelitas, pues ellos son para mí como ovejas perdidas.
Pero la mujer se acercó a Jesús, se arrodilló delante de él y le dijo: ¡Señor, ayúdame!
Jesús le dijo: No está bien quitarles la comida a los hijos para echársela a los perros.
La mujer le respondió: ¡Señor, eso es cierto! Pero aun los perros comen de las sobras que caen de la mesa de sus dueños.
Entonces Jesús le dijo: ¡Mujer, tú sí que tienes confianza en Dios! Lo que me has pedido se hará.
Y en ese mismo instante su hija quedó sana.