Las creencias erróneas respecto a la ansiedad

Susana está lavando platos en la cocina de su madre y de pronto, por accidente, cae un vaso y se rompe. Le comienza a latir el corazón aceleradamente. Sabe que esto implica castigo. En el pasado, cada vez que rompía algo, su madre había hecho tres cosas: gritar, insultarla y pegarle. Susana tiembla de miedo al pensar en lo que se le viene encima. Su mamá entra a la cocina. Cuando ve el vaso roto, sujeta a Susana del brazo, comienza a gritar que era uno de cristal fino, la llama torpe, descuidada e inútil. Y luego la golpea.
Al día siguiente, la madre vuelve a mandar a Susana a lavar los platos. Susana no tiene mucho entusiasmo de hacerlo. Trata de encontrar una excusa para evitar la tarea. Dice que tiene que ir al baño o que le duele el estómago y se irá a la cama. Susana está tensa porque ha sido condicionada a sentirse así. Si lava los platos, corre el riesgo de romper algo, y si rompe algo, con toda seguridad será castigada, y la insultarán. Y eso la haría sufrir. Con el tiempo, si Susana tiene que pasar por una cantidad suficiente de estas experiencias penosas —rompe una cantidad de vasos y recibe igual cantidad de palizas e insultos—, desarrollará una ansiedad que llegará hasta sus sentimientos de autoestima.
    Pongamos estos sucesos a la par de los contactos sociales de Susana. Practica patinaje, pero le cuesta mantener el equilibrio. Los demás le hacen bromas y la ponen en ridículo. En la escuela y en la casa, su hermano la insulta delante de todos. Su padre suele llamarla perezosa y su madre le grita cuando no se comporta de acuerdo a sus expectativas. 
Susana comienza a enseñarse a sí misma a ser ansiosa. Cuando sus amigos la ponen en ridículo, se siente presa del dolor. Se siente ansiosa cuando los ve patinar en el hielo en el patio de juegos, al igual que cuando piensa en ellos. Las demandas de su familia, que generalmente no puede cumplir, aumentan sus sentimientos de ansiedad.
De modo que Susana hace algo que es típico de los neuróticos ansiosos. Comienza a evitar las cosas que la ponen ansiosa. Comienza a evitar los contactos con otros niños. Evita a su propia familia, se queda sola. Se enseña a sí misma que cuando se aleja de las situaciones que le producen ansiedad, ésta disminuye. Es una actitud que la ayuda momentáneamente.
Carolina tiene 22 años. Ha pasado varios años de su vida amontonando respuestas ansiosas, tal como está haciendo Susana en este momento. Está plagada de miedos y no logra convencerse que debe salir y buscar un trabajo. Dice que quiere hallar trabajo pero que no lo logra. Tiene su propio departamento cerca del de sus padres, pero prácticamente no sale de allí.
—Si pudieras salir y encontrar un trabajo, te obligarías a salir de esa depresión en que te encuentras —le dice su madre por teléfono.
—No consigo trabajo —protesta Carolina—. He buscado y sencillamente no encuentro.
En su desesperación, sus padres insisten en que vea a un sicólogo.
—Odio las entrevistas para conseguir un empleo —le dice Carolina al terapeuta—. Me asustan.
—¿Por qué?
—Bueno, son horribles. El mercado de trabajo es escaso y hay mucha demanda.
En la octava sesión, Carolina ya puede identificar sus pensamientos y creencias. Identifica que el objeto de sus temores son las otras personas. Su incapacidad para encontrar trabajo no se debe al mercado de trabajo, sino a la ansiedad que sufre con la idea de salir y enfrentarse con la gente. Teme lo que podrían hacerle las otras personas.
—Carolina, dijiste que odias estar en medio de una multitud.
—Así es, lo odio con toda el alma.
—¿Qué mal podría hacerte una multitud?
—Bueno, podrían reírse de mí, o burlarse.
—¿Sería terrible eso? —le pregunta el terapeuta.
—Sí, sería terrible. Sería espantoso. No lo soportaría.
—¿Realmente sería el fin del mundo para ti si alguno se riera o burlara de ti?
—Bueno, sería espantoso, pero . . . supongo que en realidad no sería el fin del mundo.
Carolina no se había dado cuenta de que acababa de dar un gran paso.
Se escuchó a sí misma y oyó lo que realmente estaba pasando por su mente.
Al hacerlo, comprendió que se había estado diciendo que el ser blanco de la risa y la burla de otros sería horrible y espantoso (creencia errónea).
Entonces enfrentó esa creencia errónea con la verdad, diciéndose que aunque no le agradaría la situación, no sería el fin del mundo.
La gente que sufre de ansiedad se dice a sí misma: "Si aquello que temo llegara a ocurrir, acabaría conmigo. Sería espantoso". El doctor Albert Ellis, director del Instituto para Estudios Avanzados en Sicoterapia Racional lo llama, con sentido de humor, "terribilizar" . . . Las personas ansiosas lo practican mucho.
La pequeña Susana lo hace al evitar a la gente. "Sería espantoso si fueran malos conmigo". Carolina lo hace evitando las entrevistas de trabajo: "Sería terrible si no hiciera un buen papel".
Carolina comprenderá que la idea de estar en una multitud la pone ansiosa no por el número de personas, ni por la incomodidad causada por la presión, sino porque teme que se burlen o se rían de ella. Podrá superar esta mentira cuando "des-terribilice" ese pensamiento y lo reemplace con la verdad.
Algunas mentiras frecuentes son:
El, ella o ellos pueden encontrarme desagradable. Eso sería terrible.
Es probable que no cumpla las expectativas de la gente. Eso sería terrible.
Es probable que me rechacen. Eso sería terrible.
Es probable que fracase. Eso sería terrible.
Tal vez haga o diga algo estúpido. Eso sería terrible.
Si logro la felicidad, es probable que la pierda. Eso sería terrible.
Aun si consigo que me amen, podría perder ese amor. Eso sería terrible.
Tal vez no tengo el buen aspecto que tienen los demás. Eso es terrible.
El, ella o ellos pueden desaprobarme. Eso sería terrible.
El, ella o ellos pueden descubrir que en realidad soy un don nadie. Eso sería terrible.
Nadie jamás me amará. Eso sería terrible.
Tal vez yo no sepa amar. Eso sería terrible.
Podría lastimarme. Eso sería terrible.
Puede ser que me pidan que haga algo que no sé hacer. Eso sería terrible.
Podría perder todo lo que tengo. Eso sería terrible.
Puedo morir. Eso sería terrible.
Hay muchas más. ¿Cuántas de ellas reconoces?
LO QUE PIENSAN DE MI LOS DEMÁS
El tema central que reside en las creencias erróneas de la ansiedad es que lo que las otras personas piensan de mí es de tan crucial importancia que debo pensar en ello antes de actuar cada vez. Tengo que hacer todo lo que puedo para evitar que otras personas piensen mal de mí. Si pensaran mal de mí, sería un golpe mortal para mí. Sería terrible.
Casi todas las personas ansiosas creen, y se dicen a sí mismas, que corren peligro por las reacciones de los demás hacia ellas. Estas ideas, como todas las creencias erróneas, son mentiras del diablo. Aunque ciertamente nos alegramos cuando otros piensan bien de nosotros y nos aman, todavía podemos vivir bastante bien sin tener la aprobación y el afecto de los demás. La Biblia nos enseña a considerar a los otros, como por ejemplo: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo", y "Amados, amémonos unos a otros", pero eso no significa que tenemos que luchar y tratar de conseguir la aprobación de todos, y morir si no la obtenemos.
Es muy lindo ser querido. De hecho, es mejor ser querido que despreciado. No hay nada malo en aprender a ser querido y apreciado por los demás. Hay principios que permiten tener mejor comunicación con otros, principios que es beneficioso aprender. Pero es absurdo y destructivo creer que debes tener éxito en lograr que todo el mundo te apruebe a ti y a todo lo tuyo. No hay ninguna razón para que no aprendas ciertas técnicas para agradar, influir, persuadir y cambiar la conducta de otras personas. Pero esto es diferente a meditar continuamente en la creencia errónea que dice: "Tengo que ser importante para alguien". Es agradable ser importante para alguien, pero es más saludable no decir: "Tengo que . . .".
La filosofía que dice que todos deben apreciarte y quererte, no sólo es tonta, sino que tampoco es bíblica. Si estás aprendiendo técnicas para agradar, influir, persuadir y manipular a la gente, ¿cuáles son tus motivos? ¿Te estás diciendo: "Tengo que ser importante para alguien", "Tengo que ser querido", "Tengo que ser aceptado", "Tengo que . . ."?
Supongamos que, después de todo, tus "Tengo que . . ." no se cumplan. Supongamos que, después que trabajas diligentemente para obtener su aprobación, la gente sigue sin apreciarte ni quererte. Supongamos que alguien te odie y te rechace abiertamente. Supongamos que alguien a quien respetas y de quien deseas la aprobación te manda de paseo, o te despacha con algún desaire. ¿Qué cosas te dirás a ti mismo entonces? Por el hecho de que colocaste el "lograr la aprobación y el cariño de todos" como tus valores supremos, probablemente responderás al rechazo diciéndote cosas tan dolorosas como: "Realmente soy un perdedor", o bien: "¡Qué fracaso soy!", o: "Verdaderamente soy un don nadie", o: "Me las van a pagar por esto, ¡ya verán!", o: "No necesito de nadie".
La Biblia no nos enseña a agradar a todo el mundo. No nos dice que nos afanemos tratando de lograr que la gente nos ame. Jesús nunca nos dijo que fuéramos a tomar un curso para aprender a ser agradables a todas las personas. Nos dijo que lo amáramos a él, que confiáramos en él, que tuviéramos fe en él, que lo glorificáramos a él, y que nos preocupáramos sinceramente por los demás.
El precio que paga una persona ansiosa para agradar a la gente es demasiado alto. Jesús, más que ningún otro, demostró que si una persona realmente se preocupa por agradar a Dios, habrá oportunidades en que su conducta será precisamente lo opuesto a lo que otros esperan de ella. Jesús mismo no fue amado por todos, y todavía no lo es. Jesús no fue aceptado por todos cuando vivió, y todavía no lo es. Muchos lo han criticado. Cuando vivió en la tierra, trastornó completamente a los líderes y maestros de la opinión pública, por su conducta social. Se hizo amigo de las prostitutas y de los ladrones, y buscó la compañía de los traidores cobradores de impuestos. Esto no lo convirtió en "Don Popular" entre la gente religiosa. En realidad, muchas de las cosas que hizo no le procuraron amigos. La gente lo criticaba por la forma en que hablaba y adoraba, no les gustaba lo que decía, no les gustaban sus amigos, no les gustaba lo que hacía, ¡hasta lo criticaban por la forma en que comía! Pero no se dejó dominar por lo que los demás pensaban de él, porque tenía la mirada puesta en el Padre y en cumplir su voluntad.
En realidad, gozó plenamente, a pesar de todo, y nos dice: "Que mi gozo esté en vosotros" (Jua_15:11). Jesús no vivió para agradar a la gente. Vivió para agradar a su Padre celestial.
Nadie más que tú mismo tiene el poder de hacerte desdichado. Es un poder exclusivamente tuyo.
Te haces desdichado por las cosas que te dices. Sin embargo, la persona ansiosa muchas veces no puede definir lo que la pone en ese estado. El término "ansioso" vale para un buen número de conductas, incluyendo la actividad cognitiva (como preocuparse, atemorizarse, obsesionarse), lo mismo que los hechos fisiológicos ocurridos bajo estado de "stress" o tensión (sequedad en la boca, transpiración, pulso y respiración acelerados, mareos, temblores, dolores de cabeza, cosquilleo en el estómago, músculos tensos). La ansiedad se define generalmente como: "temor en ausencia de un verdadero peligro". El acontecimiento que la persona teme muy probablemente no le cause aquello que teme.
La ansiedad es:
Temor en ausencia de peligro real.
Sobreestimación de la probabilidad de peligro y exageración de su grado de peligrosidad.
Resultados negativos imaginados.
La persona que sufre de vértigo (acrofobia) tiene miedo de la altura y teme caer desde el último piso de un edificio alto aun cuando está con las puertas y las ventanas cerradas o está parada en un mirador totalmente protegido. Sobreestima altamente la posibilidad de caer. Por supuesto que no sería agradable si una persona se cayera desde el piso número 20 de un edificio y diera directamente sobre el pavimento, pero la posibilidad de que realmente ocurra es extremadamente remota. A pesar de eso, la persona acrofóbica vive atemorizada de que le suceda eso. La vida puede convertirse en una desgracia para ella por culpa de esa fobia. Andar por un camino montañoso le puede resultar una pesadilla. Puede ponerse histérico si tiene que subirse a una escalera o cruzar por una pasarela. La sola idea de viajar en avión le puede producir un sudor frío en la frente. Está atrapado por el temor, a pesar de que en realidad no corre ningún peligro.
El que es zoofóbido (que tiene temor a los animales) es otro que está preso de sus temores exagerados. Su ansiedad, producto del temor a los animales, es totalmente resultado de su imaginación. Puede que comience a temblar y se ponga pálido en presencia de un pequeño gato. Lo que ocurre es que exagera el grado de daño que sufriría si en realidad ese gato efectivamente saltara sobre él y lo mordiera o arañara. Quizás se imagina desgarrado y desentrañado, o privado de la respiración hasta quedar muerto. En realidad, el peligro es muy pequeño. El que tiene fobia a los animales reconoce que la mayoría de los animales domésticos no son peligrosos, pero las imágenes de peligro lo atormentan.
La persona claustrofóbica (que tiene temor a los lugares cerrados) tiene temor de los lugares pequeños, habitaciones sin ventanas, salas pequeñas llenas de gente, y cualquier otro lugar cerrado puede ser una tortura tremenda para él. La idea de que pueda ocurrir un incendio o algún otro desastre en el edificio, lo hace temer el no poder salir a tiempo de allí. Sobreestima la posibilidad de estos sucesos improbables, y el temor lo atormenta.
Otra clase de persona que sufre ansiedades tremendas es la que tiene miedo a los lugares abiertos (agorafobia). Teme que si va a estos lugares sufrirá un ataque de ansiedad por estar allí, y no poder escapar. Este individuo se dice a sí mismo que en tales lugares se pondrá tan ansioso que se le acelerará el pulso, respirará en forma entrecortada, le temblará el mentón, la cabeza le dará vueltas, perderá el conocimiento y quedará tendido en el suelo, retorciéndose y haciendo un espectáculo público. Podría morir, o tal vez le llevarían a un hospital donde le declararán enfermo mental incurable.
¿Qué posibilidades hay de que ocurra algo así?
Susana, la niña que mencionamos al comienzo de este capítulo, sufre de agorafobia. Está sentada en la gran silla de cuero del consultorio, sus ojos van y vienen de los muebles a la ventana.
—Susana, ¿es verdad que no has ido a la escuela estos últimos días?
—Así es. Y nunca volveré. 
—¿Nunca? —le pregunta el sicoterapeuta.
—Nunca. La odio. Es demasiado grande. Mi otra escuela no era tan grande.
—¿Te gustaba más tu otra escuela?
—No. También la detestaba. No me gusta estar con tanta gente. Me pongo nerviosa.
—¿Y qué te pasa cuando te pones nerviosa?
—No sé. Simplemente me pongo mal, supongo. Me siento mal.
—¿Y qué es lo que sientes cuando estás mal?
—Bueno, me siento enferma. Siento como que voy a desmayarme o a perder el control. Sí, como si fuera que voy a perder el control.
—¿Qué quieres decir con eso de perder el control, Susana?
—Sencillamente perder el control, como comenzar a gritar o a llorar, o tal vez caerme al suelo o algo así y perder el control.
Los padres de Susana, que no entienden cómo han hecho para tener una "criatura tan perturbada", se preguntan si no tendrá una lesión cerebral. Sin embargo, su sistema nervioso está perfectamente bien. Es una criatura despierta que padece ansiedad en proporciones fóbicas. Al comienzo, Susana no quería aceptar ayuda sicológica, pero luego de algunas sesiones empezó a responder bien y a querer a su sicoterapeuta.
—Susana, ¿qué ocurriría si realmente perdieras el control, como dices, estando en medio de una multitud?
Abrió los ojos y se le aceleró el pulso.
—Yo . . . ¡Uh! Perdería el control. Y . . . y . . . , no sé. Tal vez me volvería loca.
—¿Realmente piensas que te volverías loca?
—¿Y usted no piensa así?
—No.
Se quedó quieta un momento, retorciéndose las manos.
—No sé. Perdería el control delante de toda esa gente. Delante de los otros chicos. Y eso quedaría pésimo. Sí, pésimo.
—¿Estás segura? ¿Y sería eso tan malo?
Intentó reír, pero no pasó de emitir un gemido.
—¡Ay!, sería terrible.
Varias sesiones después, Susana pudo decir honestamente a su sicoterapeuta: —Supongo que no será el fin del mundo si pierdo el control.
—¿Realmente crees que podrías llegar a perder el control?
—Bueno, no sé. Después de todo, la última semana fui dos veces a la escuela y no perdí el control. Y fui esta mañana ....
—¿Te resulta desagradable estar rodeada de chicos?
—Sí, es desagradable.
—Sin embargo, se puede soportar, ¿verdad? Quiero decir, una cosa puede ser desagradable sin dejar de ser soportable, ¿no es cierto, Susana?
Susana sonrió con la sonrisa más amplia desde que comenzó a venir al consultorio. Se encogió de hombros y dijo: —Supongo que sí. Nunca se me había ocurrido que algo podía ser desagradable sin ser a la vez insoportable.
—¿Estás deseosa de ir a la escuela mañana?
—Creo que sí.
Las "terribles" consecuencias que Susana imaginaba no se basaban en otra cosa que en la ansiedad. Las vidas de algunas personas giran en torno al esfuerzo para evitar la ansiedad. El temor al temor les consume el tiempo, y la ansiedad acerca de la ansiedad les produce tanta tensión que finalmente se cumple aquello que temen. El agorafóbico exclama con Job: "Y me ha acontecido lo que yo temía" (Job_3:25). La creencia errónea es la exageración de las malas consecuencias de un estado de ansiedad. Porque, aun cuando pueda ser verdaderamente incómodo, es poco probable que un momento de ansiedad le cause daño a una persona.
No queremos que las respuestas a los problemas de Susana parezcan demasiado simples, ni queremos dar la idea de que las fobias se curan milagrosamente después de unas pocas entrevistas con un sicoterapeuta cristiano. Sin embargo, Susana ha hecho un gran progreso, y está en vías de una real recuperación. Está aprendiendo a entender y a actuar en base a la verdad. Está aprendiendo a luchar contra sus creencias erróneas. Las expectativas irreales de sus padres respecto a ella, el rechazo de su hermano y sus amigos, así como el fracaso en los deportes y en la escuela, todo contribuye a su conducta ansiosa. Sin embargo, lo maravilloso es que Susana no tendrá que esperar a ser adulta para aprender los principios que hacen que una vida sea normal y saludable. Los está aprendiendo ahora con la ayuda de Dios.
El amor de Dios es suficiente para los temores de Susana. Este amor rodea, engloba y penetra su alma, donde viven sus emociones y sus pensamientos. Susana imagina al Señor yendo con ella al colegio; lo ve parado a su lado en el gimnasio, susurrándole al oído: "Susana, estoy contigo". Ella elige reemplazar algunas de las mentiras autocondenatorias que venía creyendo, por verdades tales como: "El Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús" mora en mí (Rom_8:11).
Lenta y gradualmente, Susana se integró al grupo de jóvenes de la iglesia y se convertirá en una luz que brille para el Señor, a quien está encontrando muy real.
Tal vez Susana ha sufrido más de lo que suelen hacerlo otras niñas del sexto grado, pero ha aprendido algo que muchos adultos todavía están tratando de descubrir: Que aun cuando las cosas puedan ser desagradables, yo puedo vivir con esa situación sin venirme abajo, y que las cosas son desagradables sólo en la medida que me digo a mí mismo que lo son.
Veamos cuáles son las principales creencias erróneas en la ansiedad:
Si aquello que temo ocurriera, sería terrible.
Aun cuando la posibilidad de que ocurra aquello es muy remota, lo mismo creo que inevitablemente sucederá.
La mayoría de nuestras ansiedades no alcanzan las proporciones fóbicas. Tal vez te sientas ansioso y tenso si tienes que ponerte en pie y dar una conferencia, o cuando te hallas en una situación desconocida y nueva que exige lo mejor de ti, pero lo más probable es que tus reacciones no alcancen proporciones fóbicas. Tal vez te tiemblen las piernas y se te haga un nudo en el estómago, pero eventualmente te recuperas.
Un actor se dice a sí mismo en el estreno de una obra, que con toda seguridad sufrirá un ataque al corazón justo antes de que se corra el telón. Transpira, se le enfrían las manos, le tiemblan las piernas. Le cuesta respirar: "No podré hacerlo", murmura, "no me acuerdo absolutamente nada del guión. Estoy enfermo".
Dos horas y media después, cuando se cierra el telón, se siente muy bien; ¿por qué? Logró hacerlo. Nos muestra una de las mejores curas para la ansiedad ante situaciones difíciles. Si tratamos de evitarla, la ansiedad aumentará. Si la enfrentamos y nos sometemos a la prueba, aquélla desaparece.
Puede que sea desagradable, pero ¿quién nos ha prometido que toda la vida será agradable? De alguna manera, el actor que mencionamos logró mover las piernas, dar un paso tras otro y entró en escena cuando le correspondía. De allí en adelante, todo salió bien. Logró hacerlo, y más aún, lo hizo muy bien. No importa si la obra en sí tuvo éxito frente a la opinión pública, lo que importa aquí es que el actor se zambulló en su ansiedad y logró superarla sin echarse atrás.
Cuando estés ansioso, pregúntate:
1. ¿Es terrible lo que me estoy diciendo?
(El actor se dice a sí mismo que se le olvidará parte del guión, o que hará un mal papel. Piensa que eso es terrible.)
2. ¿Serán tan terribles los resultados como yo me afirmo a mí mismo que serán?
(El actor dice que le ocurrirán cosas terribles si se olvida del guión o hace un mal papel.)
Ahora, rebate la cuestión de la siguiente manera:
1. No es terrible. Puede ser desagradable, pero de ahí a que sea
terrible hay un largo trecho.
("Algunas de las cosas que creo que son absolutamente terribles, en realidad son simplemente desagradables".)
2. Aun cuando aquello que temo ocurriera, no sería terrible. Tal
vez sea desagradable, pero con seguridad no sería el fin del
mundo para mí.
("Si ocurriera lo peor, las consecuencias no serían tan terribles como me he estado diciendo a mí mismo".)
CONDUCTA ESCAPISTA
El actor podría haberse negado a salir a escena la noche del estreno de la obra. Podría haber elegido huir o escapar de los sentimientos desagradables que estaba experimentando. Pero no lo hizo. Siguió adelante, enfrentó su ansiedad, ¿y después? Se sintió bien.
Muchas situaciones en tu vida podrán ser desagradables. De hecho, más de una vez te enfrentarás con situaciones y problemas que parecen insuperables. El evitar la situación o el problema a menudo los hacen más intensos. Evitar la ansiedad no es la manera de librarse de ella. Debes decirte a ti mismo:
1. Aun cuando me gustaría evitar determinadas circunstancias o situaciones, 
   no lo haré. La conducta escapista sólo aumentará mi ansiedad. Seguiré 
   adelante, experimentaré los sentimientos desagradables que ello me trae, 
    y los superaré.
2. No debo tener temor de los sentimientos desagradables. Son parte de la vida y no me matarán. A veces está bien tener sentimientos desagradables.
Margarita es una mujer encantadora de 40 años que tiene la energía de una adolescente. Se las arregla para atender las necesidades de su familia además de tener un trabajo de tiempo completo fuera de la casa. Tiene varios pasatiempos y es activa en su iglesia como líder de un grupo de oración y como maestra de la escuela dominical. Los que la rodean la quieren mucho y tiene muchos amigos y conocidos. Pero tiene un problema: tiene terror de conducir un automóvil y se niega a aprender a hacerlo.
El problema se intensificó cuando su esposo decidió que era tiempo de que se mudaran a una casa más grande en las afueras de la ciudad. Margarita no pudo poner entonces la excusa de tomar el ómnibus para evitar su temor a conducir. Además perdería las ocupaciones que le eran familiares con las que se mantenía ocupada y se sentía segura. Se tuvo que enfrentar con la amenaza más temida: sentarse un día al volante y conducir el automóvil en calles y avenidas peligrosas. Esta idea le resultaba horrorosa. Y casi le costó su matrimonio.
—No me mudo —le dijo a su esposo terminantemente.
—Pero nos mudaremos a una casa mejor y más grande —trató de convencerla él—, tendrás todo lo que quieres.
—No iré.
—Pero, ¿por qué? ¿Qué ocurre?
—Detesto la vida en las afueras de la ciudad.
Su esposo no podía entender su actitud. Intentó hacerla razonar.
—Pero siempre habías dicho que sería muy lindo vivir en las afueras. Los chicos tendrán más aire libre, la casa será más moderna y más espaciosa, habrá menos ruido que aquí ....
—No quiero hablar del tema. Si quieres mudarte, sigue adelante, pero irás solo.
—No me quiero mudar sin ti. Es una idea totalmente disparatada.
—Si me quisieras de verdad, no me harías esto.
—¿Hacerte qué?
    Su esposo no estaba percatado de las proporciones que había adquirido la ansiedad de Margarita. Hasta el momento, ella había logrado mantener sus temores sin revelar lo dolorosos que le resultaban. Las mentiras que se decía eran: "Si conduzco un automóvil, tendré un accidente. Podría matar a alguien. O matarme a mí misma".
Margarita y su esposo buscaron ayuda profesional para su matrimonio, y salió a la luz el verdadero problema. El temor que sentía Margarita era mucho más profundo de lo que ellos imaginaban.
Muy gradualmente, y luego de un largo período, Margarita pudo superar este temor. Pudo tomar lecciones de conducir y comprarse un automóvil propio. Pudo arreglárselas con los sentimientos desagradables, y hacer aquello que temía.
Pero, ¿cómo pudo Margarita —o cualquier persona que está experimentando intensa ansiedad—, llegar al punto en que pierde el temor? La respuesta es escuchar las cosas que te dices a ti mismo, rebatir esas afirmaciones, y reemplazar las creencias erróneas con la verdad.
En muy poco tiempo Margarita pudo ver claramente sus creencias erróneas. Estas eran: "El conducir un automóvil es la cosa más peligrosa que se puede hacer. Puede que haga alguna tontería o que algún error mío cueste una vida. Eso sería lo más terrible que podría acontecer". Aprendió a desafiar esa idea: "El conducir un automóvil no es lo más peligroso que puede hacer una persona. El vivir sin conocer a Jesús es más peligroso. Además, si cometo un error, podré enfrentar las consecuencias".
Aprendió a decirse a sí misma la verdad. "Aun cuando me produce ansiedad el ubicarme detrás del volante, lo puedo hacer". Lentamente pudo progresar del simple hecho de sentarse al volante, a encender el motor. ("Lo puedo hacer, ¡en Cristo nada es imposible!")
Luego, con alguien sentado a su lado en el asiento delantero, pudo poner el coche en marcha, acelerar lentamente y conducir apenas hasta el portón de la casa. Entonces frenó, apagó el motor y se dijo: "¡Lo logré! Manejé el automóvil. ¡Logré hacerlo! ¡Gracias, Señor!"
Al siguiente día, volvió a hacer el mismo recorrido. Y así por tres días más. Le preguntamos cómo se sentía al conducir por cuarta vez hasta el portón.
—Me sentí bien.
—¿No estuviste ansiosa?
—Realmente no. Me resultó agradable hacerlo.
—¿Por qué piensas que te resultó agradable hacerlo?
—Bueno, supe que podía hacerlo. Lo había hecho ya tres veces antes y no me había afectado. Supongo que simplemente estuve segura de que no me iba a resultar tan terrible.
Nos alegramos y la felicitamos. Y entonces le preguntamos:
—¿Te animas a conducir hasta la esquina?
Margarita manejó hasta la esquina. Lo hizo varias veces con alguien al lado, y luego sola.
—¡Lo logré! —exclamó—. Nunca soñé que fuera posible.
La mayoría de los problemas de ansiedad tienen que ver con cuatro cosas:
El terror de cometer errores en público.
El miedo a molestar o enojar a alguien.
El temor de perder el amor de alguien.
El temor al dolor físico y a la muerte.
Estos temores son a menudo exagerados e innecesarios. En realidad, tú mismo eres quien te provocas la ansiedad, no las situaciones o los acontecimientos. La ansiedad aparece a causa de que te dices a ti mismo que algo es terrible.
¿Qué quiere decir "terrible"? Generalmente significa algo mucho peor de lo que pensamos que podemos soportar. Te dices a ti mismo que "terrible" es aquello que está más allá de lo que un ser humano puede aguantar, peor que cualquier cosa que existe. Pero en realidad no existe nada que sea así.
"Terrible" es algo que tú crees firmemente que no debiera existir. Es terrible; por lo tanto no debiera existir. Esto también es una creencia errónea.
Siempre existirán estímulos desagradables, frustrantes, desafortunados, inoportunos. Sin embargo, tú controlas tus propios sentimientos. Son los pensamientos los que producen los sentimientos. Nunca te vas a librar de todo lo desagradable que te rodea. Pero puedes adquirir la destreza de manejarlo con efectividad. La creencia errónea de que la vida debiera ser siempre dulce, agradable y sin problemas, te hará completamente desdichado. Con estas ideas en mente, tratarás de evitar o de huir de cada problema en lugar de superarlo. Jesús nos dice claramente que vamos a hallar contrariedades en este mundo, y que habrá problemas, pruebas y tentaciones de todo tipo. Dijo: "En el mundo tendréis aflicción". Nos advirtió cerca del diablo, el enemigo de Dios que intenta destruir al hombre. Pero luego Jesús agrega triunfante: "Pero confiad, yo he vencido al mundo" (Jua_16:33). Podemos librarnos de la ansiedad paralizante cuando descansamos en este hecho maravilloso: en Cristo estamos seguros, somos amados, protegidos, vigilados, y vamos camino a la gloria eterna.
Librarse de la ansiedad implica (1) disminuir el peligro en el cual afirmas estar metido (recuerda: tus temores son exagerados); (2) reconocer que eres tú quien produce tus propias ansiedades (tú creas tus propias creencias erróneas); (3) enfrentar estas creencias erróneas, desafiarlas (¿es esto realmente tan terrible como me lo digo a mí mismo?); (4) reemplazar las creencias erróneas por la verdad. No te preocupes si te sientes débil. Jesús dijo: "Mi poder se perfecciona en la debilidad" (2Co_12:9).
Veamos algunas palabras de verdad con las que puedes enfrentar las mentiras:
Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria (2Co_4:17).
He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará (Luc_10:19).
Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá (Luc_11:9).
Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros (Stg_4:7).
. . . porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo (1Jn_4:4).
Pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán (Isa_40:31).
Oremos juntos: "Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí". Y ahora esperemos grandes cosas a medida que Dios responde a nuestra oración. La ansiedad ya no tendrá el poder de dominarte.