Tal como acabamos de demostrar, todos —sean judíos o gentiles —están bajo el poder del pecado. Como dicen las Escrituras: No hay ni un solo justo, ni siquiera uno. Nadie es realmente sabio, nadie busca a Dios. Todos se desviaron, todos se volvieron inútiles. No hay ni uno que haga lo bueno, ni uno solo.
Lo que hablan es repugnante como el olor que sale de una tumba abierta. Su lengua está llena de mentiras.
Lo que hablan es repugnante como el olor que sale de una tumba abierta. Su lengua está llena de mentiras.
Veneno de serpientes gotea de sus labios. Su boca está llena de maldición y amargura. Se apresuran a matar. Siempre hay sufrimiento y destrucción en sus caminos. No saben dónde encontrar paz.
No tienen temor de Dios en absoluto.
Obviamente, la ley se aplica a quienes fue entregada, porque su propósito es evitar que la gente tenga excusas y demostrar que todo el mundo es culpable delante de Dios. Pues nadie llegará jamás a ser justo ante Dios por hacer lo que la ley manda. La ley sencillamente nos muestra lo pecadores que somos.