Pocos días después, María fue de prisa a la zona montañosa de Judea, al pueblo donde vivía Zacarías. Entró en la casa y saludó a Elisabet.
Al escuchar el saludo de María, el bebé de Elisabet saltó en su vientre y Elisabet se llenó del Espíritu Santo.
Elisabet dio un grito de alegría y le exclamó a María: —Dios te ha bendecido más que todas las mujeres, y tu hijo es bendito.
¿Por qué tengo este honor, que la madre de mi Señor venga a visitarme?
Cuando escuché tu saludo, el bebé saltó de alegría en mi vientre.
Eres bendita porque creíste que el Señor haría lo que te dijo.