Al enterarse Jesús de lo que planeaban los fariseos, se fue de allí, y mucha gente lo siguió. Jesús sanó a todos los que estaban enfermos y les ordenó que no contaran a nadie nada acerca de él.
Así se cumplió lo que Dios había dicho por medio del profeta Isaías: ¡Miren a mi elegido, al que he llamado a mi servicio!
Yo lo amo mucho, y él me llena de alegría.
Yo pondré en él mi Espíritu, y él anunciará mi justicia entre las naciones.
No discutirá con nadie, ni gritará.
¡Nadie escuchará su voz en las calles!
No les causará más daño a los que estén heridos, ni acabará de matar a los que estén agonizando.
Al contrario, fortalecerá a los débiles y hará triunfar la justicia.
¡Todas las personas del mundo confiarán en él!